viernes, 12 de diciembre de 2014

Esto fue Düsseldorf


20 de junio de 2013
“Por vosotros empieza este relato. Hasta el mes de diciembre del año 2014”
46 entradas y ya empiezo a citarme a mi misma. O he de revisar seriamente mi nivel de flipe, o, y esto es algo que me congratula en estas fechas de revisión de viejos objetivos y fijación de nuevos, lo he conseguido.
He terminado mi estancia en Alemania, y he llegado hasta el final de mi pequeño cuaderno de bitácora. He escrito. He puesto al dia a mi seres queridos de mis aventuras y desventuras por tierras germanas, y también a más de un desconocido (un dia de estos alguien tendrá que explicarme el porqué de tanta visita desde Rusia)
Y se acabó. Ya está. 18 meses. Un año y medio de mi vida. ¿ Y lo que me llevo? No sabría ni por donde empezar. Quizá por resumir lo que ha sido Düsseldorf.
Düsseldorf. ¿ Qué puñetas es Düsseldorf?
Düsseldorf es una ciudad alemana localizada muy muy al norte. Concretamente en Renania del Norte-Westfalia. Y no, un año y medio después aún no comprendo el porqué de tantos nombres para una misma zona. Se trata de una ciudad mediana, de unos 600.000 habitantes, algo asi como Málaga pero sin el sol, el pescaito y la gracia/mala uva andaluza. En Düsseldorf hay un gran nivel de vida, y se siente, teóricamente, una enorme pasión por la moda y la modernidad, algo que no observaréis en los outfits diarios de los autóctonos aunque si en los flamantes automóviles que dejan tranquilamente durmiendo en cualquier calle oscura cada noche, asi como en los impresionantes edificios diseñados por célebres arquitectos en Medien Hafen.
En Düsseldorf hay varios puntos clave que se deben conocer para sobrevivir, a saber:

  • La Altbier es la mejor cerveza del universo, y punto.  Lo que se deriva de estar elaborada en esta hermosa y única ciudad, que ya Napoleón llamaba “Pequeño Paris” (Una lástima que sólo quede de aquello  la anécdota y el exacerbado orgullo de sus habitantes, tras la siempre recordada II Guerra Mundial). De hecho se diría, a juzgar por la emoción del düsseldorfer medio al hablar de esta cerveza, que fue traida desde los cielos para hacer que los alemanes pudieran beber felices y comer perdices. Y sobre todo para evitarles probar ese brebaje del demonio hecho en Colonia, la Kölsh, puesto que a pesar de que dicha rubia no tiene absolutamente nada que ver con la morena de la que hablamos,(y estar las dos, sinceramente bien ricas) ambas mantienen una lucha abierta y constante. Versión oficial: Altbier: cielo. lsh: infierno. Y ya en casa que cada uno beba lo que le dé la gana. A mi me da a menudo por el Pinot Grigio. Sobre todo no pidáis agua en los restaurantes, si no queréis caer en quiebra. Un vasito de leche por ejemplo, si. Más barata. Panda de listos.
     

  • En Düsseldorf hay bombas. Muchas bombas. (Concretamente he tenido conocimiento de 5 a lo largo de mi estancia aqui) Proceden de la, de nuevo, siempre presente II Guerra Mundial, y aparecen en cualquier momento, en cualquier lugar. Por ejemplo, una mañana cualquiera en las inmediaciones de tu oficina, por lo que 950 empleados se ven de repente privados de su amada jornada laboral para irse a tomar el fresco hasta el dia siguiente. O bien cuando decides pasar un fin de semana en Luxemburgo, por lo que te ves obligado sin comerlo ni beberlo a desviarte por completo del trayecto y tomar no 1 sino 3 trenes distintos. O, por citar el último ejemplo, el día que te diriges al aeropuerto por asuntos laborales de máxima importancia, por lo que primero pagas una millonada al taxista, segundo no llegas al aeropuerto sino que te encuentras tirado en medio de la nada con un grupo de almas en pena en tu misma situación porque no se permiten ni entradas ni salidas a las instalaciones aeroportuarias, y tercero pierdes el avión porque, sorprendentemente la bomba no impide que salgan los aviones. Encájalo con arte y haz amigos. Es mi última palabra al respecto.
     

  • En Düsseldorf absolutamente todo está comunicado por trenes de diferente estilo y condición: Habemus tranvias, S bahn (trenes locales o regionales, quién sabe, pero los usarás), y U bahn (el metro). El ICE lo dejo fuera de esta categoría al tratarse de  alta velocidad y regirse por otras normas humanas y divinas. Y diría que en el 80% de los casos no, y repito NO son puntuales. Prestad atención porque esta es una lección importante: La puntualidad de los trenes alemanes es un MITO. Y no esperéis anuncios que os indiquen las nuevas circunstancias por los altavoces en inglés.
     
     

  • En Düsseldorf, por cierto, ni se habla tanto inglés  como los españoles imaginamos, ni tan poco como los alemanes creen. Dejémoslo en tablas. Yo sobreviví durante meses sin conocer más de 2 palabras en alemán (también es cierto que en mi empresa me he dedicado casi exclusivamente al ámbito internacional). Pero intenta saber qué estás comprando en el super, o el significado del enésimo mensaje por altavoz del tren, y sabrás de lo que hablo: Aprende alemán.
     

  • En Düsseldorf sólo hay una manera de integrarte con los autóctonos: germanizarte. Hasta donde llega mi experiencia nadie va a venir a buscarte para ser tu amigo, y muy pocos harán el esfuerzo de hablar contigo en inglés más allá de lo que estrictamente requiere el protocolo. Un par de ejemplos: Alguna vez he comentado que aqui está la comunidad japonesa más grande de Europa (Dios sabe por qué). Bien, estos japoneses viven en su barrio, trabajan en sus empresas y comen en sus restaurantes. Y amigos, cuando estos seres humanos no son japoneses, son alemanes. Y punto. A lo que voy: No le pidáis a un alemán que se adapte. No puede. Por muy buena intención que tenga. No será capaz. Te acabarás germanizando tú. Und danke.
     
     

  • A los alemanes les encanta España... Para un rato. He descubierto la existencia de dos tipos:  Los que jamás salen de su tierra, y los aventureros. A los aventureros  rara vez los verás en Europa: irán cuanto más lejos mejor en sus vacaciones de 3  o 4 semanas anuales. Explorarán tanto mundo como puedan para acumular recuerdos de lugares lejanos y exóticos. Y cuando no tengan muchos dias libres, irán a España. Mallorca desde luego, viva el cliché cuando es cierto.  Pero algo común a todos ellos es que España les gusta. La comida, el estilo desenfadado, y un poco más relajado a lo que están acostumbrados. Pero a la hora de la verdad, lo máximo a lo que llegarán será a pedir una sangría y a comerse, cada uno en su plato, su tapa. Una tapa que si está elaborada en un restaurante “español” localizado en Düsseldorf se parecerá más... a un plato combinado. Será la gran aventura de la semana. Y después, wurst. No le des más vueltas.
     

  • En Düsseldorf, al menos esta ha sido mi experiencia, son extraordinariamente educados, y todo el mundo está abierto a echarte una mano en un momento dado. Hay muy buena intención en el ambiente. Respetan las reglas y les gusta el orden. Las cosas como hay que hacerlas. O como ellos piensan. Son claros y directos, y eso es algo muy sano. Son fantásticos en organización aunque no tanto en ejecución. Tendrán sólo un plan. El plan A. Y será perfecto. Pero ay del mundo si no funciona, porque la crisis vendrá con proporciones bíblicas.
     
    Y sobre todo, no los hagas enfadar. Lo de los ruidos más tarde de las 22h por ejemplo, no sienta bien. Encontrarás notas en tu puerta. Kilométricas. Que por supuesto estarán en alemán. Y sin remitente. Apáñatelas.
     
     

  • En Düsseldorf hay mucha, mucha fiesta. Fiesta alemana, es cierto, pero amigos, qué fiesta. Cada año en primavera empiezan a llegar oleadas de despedidas de soltero en busca de las delicias düsseldorfers. Hay calles llenas de bares, donde, os recomiendo llevar lo menos posible (2 móviles desaparecidos, os recuerdo). Hay afterworks multitudinarios más similares a los desaparecidos botellones de la Plaza de la Merced.  Hay enormes discotecas en naves industriales. Hay cerveza,  vino Riesling y cócteles donde y cuando quieras. Y de hecho gente bebiendo a las 7 de la mañana... En trenes. Pero no pidas copas españolas. Y menos de balón. Para eso, a Madrid. Y hablando de beber, ojo a la transformación tipo Jekyll/Mr Hyde de los alemanes al tomarse UNA cerveza. No hay palabras.
     

  • A Düsseldorf hay que venir en 2 épocas: navidad y carnaval. Y os diré por qué. Hace un frío que pela, si. Pero a nadie le sorprende porque es lo que se espera. Y además, en navidad tenemos los mágicos mercadillos navideños, con su glühwein, y su ponche de huevo, y sus wurst a diestro y siniestro, y su käse fondue.  Y en carnaval... En fin. Es carnaval (En serio, cita anual obligatoria). Lo más importante es que evitéis la primavera y el verano. Cuando todo ser razonable espera sol. Y el sol... brilla por su ausencia.
     

  • En Düsseldorf, no sé si en general, pero desde luego en cierta empresa del ámbito de los seguros, con sus 1000 defectos y sus 1000 contradicciones, se trabaja muy bien. Sueldos buenos, horarios mejores. Un ambiente laboral en lo que a mi respecta, sano, y basado en el principio de la meritocracia. Y un lugar en el que se ofrecen oportunidades.
     

Asi que, amigos, no hay país perfecto y por lo tanto tampoco ciudad. A mi me ha dado tiempo a sacarle mucho jugo y también mucha punta a Düsseldorf. Y para ser sincera ahora deseo regresar. Pero Alemania es un gran país. Y Düsseldorf es una muy buena ciudad para vivir, y para, si se dan las circunstancias, y tienes ganas y suerte, establecerte a largo plazo, formar una familia y vivir feliz.
Para mi este periodo es y siempre fue una experiencia, algo por lo que pasar y algo que recordar. Pero algo con fecha de caducidad desde el principio. Venir sin duda ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Ha significado una gran prueba en lo personal y también en lo profesional. Y un riesgo. Sólo puedo decir que ha merecido la pena, y que mi mensaje a cualquiera que se plantee emigrar es: Valor y adelante.
Un año y medio después de marchar, puedo decir que he crecido, que he madurado y que he desarrollado facetas de mi que ni siquiera sabía que existían. Me he descubierto a mi misma. Y he comprendido muchas cosas que me dijeron personas que pasaron por algo parecido hace tiempo y cuya opinión pedí antes de embarcarme en esta aventura.



He comprendido el “Pasarás mucho tiempo sola, yo lo hice, y a lo tonto me descubrí a mi misma” (gracias P).



Y el “Después de haber pasado por todo lo que hemos pasado los dos, creo que somos capaces de conseguir cualquier cosa que nos propongamos. Y si digo que un dia volveré a vivir en una casa frente al mar, lo haré”. (Gracias C) 



Y el “Vas a vivirlo todo tan intensamente como hacía tiempo que no sentías. Dejarás una parte de tu corazón allí. Te dará una pena horrible volver. Y cada parte de tu vida anterior que antes veías normal, ahora te parecerá extrana”. (Gracias L)
Ahora lo entiendo todo.
Me he descubierto a mi misma también. He comprendido muchas cosas de mi.  



Que nunca seré la chica perfecta que se acuerda de los cumpleaños sin tenerlos apuntados, o que llega a tiempo a cada cita,  o que envia tarjetas de christmas cada año a principios de diciembre, o que lleva siempre clinex en el bolso. Nunca seré matrícula de honor en cada asignatura, ni la más políticamente correcta, ni la más tranquila, ni la que no se mete en follones. No. Pero estoy segura de poder sobrevivir a casi cualquier cosa. De poder enfrentarme a casi cualquier Reto. De ser capaz de conseguir todo cuanto quiera, y de romper tantos moldes como se me ponga entre ceja y ceja. De ser bastante más dura de lo podría haberme imaginado. 



Y  quizá a base de parloteo sentimental, acabe siendo la más empática de las directivas, por qué no. Quizá pueda ser, algún día, la que en vez de  mirarse el ombligo, tienda puentes entre opuestos, y la que escribe en sus ratos libres relatos que lleguen a más de un corazón. Quizá, también consiga estar en una posición de management, porque tengo narices para eso, pero al mismo tiempo me gusta escuchar a las personas. Quizá sea la que toma iniciativas arriesgadas pero que consigue que el grupo se mueva. Quizá todo eso me convierta en alguien capaz de mantener un equilibrio sano entre lo profesional y lo personal. Entre mi familia y mi trabajo.



Quizá de este modo llegue a ser mucho más feliz que intentar, durante la década que tengo en frente de mis narices, ser alguien que nunca he sido y que nunca seré.
Quizá he aprendido a pasar de los tiburones, porque ni me van ni me vienen. Y porque he descubierto que hay mundo más allá de la porquería que te enseñan a base de palos en los primeros años de vida laboral.
Quizá he conseguido, no sólo sobre el papel, sino también por dentro, pasar a la siguiente fase. Quizá Alemania ha sido y siempre será, mi trampolín.
Todo esto acompañado, claro, de visitas a 8 paises en 18 meses, un número simplemente incontable de puntos de iberia, y más aún de horas de avión, un choque cultural que empezó el primer día y que a dia de hoy, a una semana de partir, sigue presente, una relación tormentosa con mi despreciable casero, 2 departamentos, varias entrevistas internacionales de trabajo, 1 plan de futuro más que alagüeño, una familia que me espera, unos amigos a los que diré “hasta la próxima”, otros tantos cuya cercania ahora me toca recuperar, un perrito que cada dia es más pequeño, una nueva ciudad por descubrir, a orillas de mi querido Mar Mediterráneo,  y una relación de pareja que, ojo, hemos mantenido, él y yo. (Aunque sobre todo yo, porque él es muy quejica)
Así que, a horas de la última escapada de esta aventura, ha llegado el momento de dejar descansar a la pluma, y al teclado, al menos unas semanas.
Porque con el 2015 llegará un nuevo proyecto bloggero. Más amplio, más libre, y aún más, si cabe, mío.
Allí os espero.
Porque, todo esto, por vosotros ha sido, y ha sido un placer  haberlo vivido.





Esto fue, para mi, Düsseldorf.



Nos vemos en el Pico de oro.

Lara

martes, 2 de diciembre de 2014

La eterna mudanza

Abandonar escenarios.

Es una constante en mi vida. No es que huya. Al menos, no conscientemente. Puede que si en realidad, no sé, muy en el fondo. Una huida hacia delante. Sobrevivo. Siempre. Eso me han enseñado a hacer. Y para hacerlo cada uno tiene su técnica. La mía, decía, es abandonar escenarios.

Asi es como he ido tomando las grandes decisiones de mi vida.

Terminar esto, ir a por lo siguiente, marcharse. Desvanecerse. Dejarlo atrás todo. Mutar y adaptarse a un nuevo entorno. Como un zorro que viaja en busca de su lugar entre los bosques.

Sería absurdo mantener que no me tiembla el pulso al hacerlo. Que no miro hacia atrás. Que no me pregunto mil y una veces, incluso mucho tiempo después, lo que podría haber sido si… Y si... O si... Y si hubiera permanecido quieta. Y si me hubiera quedado.

Una eterna mudanza. Un constante cambio de atrezzo. Una función que no termina. Y tantas pérdidas en el camino. Quizá de eso trate toda esta loca introspección. De la pérdida.

Porque al principio, cuando se es muy joven, al desaparecer, al abandonar la escena, no es que no pese, pues lo hace, pero es más bien un peso pluma. Quizá la consciencia no está del todo despierta porque queda muy lejana aún la idea de un posible final. Cuanto más avanzamos en la vida, quizá esa consciencia se despierte más y más. Y llega un punto en el que inevitablemente, debemos abrir del todo los ojos y elegir un camino. Es entonces cuando entran a escena los pesos pesados. Todos esos recuerdos acumulados. El bagaje. Los seres amados. La experiencia.

Y evalúas de la mejor manera posible lo que en términos económicos se denomina coste de oportunidad, o lo que es lo mismo, el valor de la mejor opción no realizada. Eliges. Te la juegas.

Y otra de las grandes constantes en mi vida, de la que he sido consciente hace no mucho es que cuando me marcho, nunca vuelvo. Tardo. Me lo pienso. Dudo. Vacilo. Tiemblo. Pero al cerrar la puerta tras de mi, se acabó. Sayonara baby.

Hasta ahora.

Dentro de menos de un mes daré por finiquitado este blog. Dentro de un mes ya no viviré en Düsseldorf. Regreso a España. Porque quiero. Y porque puedo.


Por primera vez en mi vida, deseo volver a un escenario que abandoné. Tan cerca como pueda del punto del que partí. ¿Y las razones? Igual que al venir. Innumerables. Difíciles de explicar. Fáciles de intuir. Imposible aprehenderlas y mucho menos exponerlas en unas cuantas lineas. Pero más cerca del corazón de lo que habría predicho hace muy pocos años. Más arriesgadas de lo que estoy acostumbrada. Y quizá producto de una apuesta que aún no estoy lista para declarar a viva voz. Pero que está ahí. Presente en cada paso. Más clara cada día. Y tan interiorizada que… En fin. Da un poco de miedo.

Total, que todo esto me ha hecho darle una vuelta a varios asuntos, que habiendo sido muy importantes en los principios, con el tiempo han ido dejando paso al olvido perezoso.


Y es que hace poco me dio por prestarle atención a mi tablón de novedades de Facebook y me sorprendió seguir viendo tantos enlaces y publicaciones relativos a jóvenes españoles en el extranjero. Muchos echando de menos el país. Unos cuantos horrorizados con los escándalos políticos habituales. Otros poniendo esperanzas en las nuevas alternativas (perdonad pero luces rojas de alerta/peligro por todos lados). Y bastantes más de los que esperaba hablando de la imposibilidad de regresar.

Y eso me ha hecho reflexionar sobre mi situación. Y la suya. La de los míos, como siempre. Pensar en si esa será la situación real. Si generalmente resulta del todo imposible volver. O si lo que resulta imposible es volver con las condiciones mantenidas en otros países. O si "imposible", como muchas veces ocurre, se confunde con "menos cómodo".

Me he preguntado si los que se quejan de no poder volver, lo han intentado. No quiero pecar de sabelotodo y menos de superficial, pero recuerdo cuando el problema era que la generalidad consideraba "imposible" marcharse. Con contrato cerrado. Con condiciones interesantes. Sin tener que hacer previamente  una inversión descomunal simplemente esperando tener la oportunidad de encontrar trabajo. Oh. Y con determinadas carreras ni hablamos.

Me pregunto, en definitiva, si España no seguirá siendo el país de "No podemos". El país en el que nadie cree en nadie. Ni en nada. Y mucho menos en uno mismo. El país en el que si confias en tus cualidades y tu valia, te pasas de listo, o de arrogante. El país en el que equivocarte es pecado, razón por la que los complejos abundan, y por lo tanto la frustración, lo que da paso irremediablemente a la envidia. El país en el que la mediocridad es lo mejor a lo que puedes aspirar, porque destacar es simplemente un "canteo". Un país en el que bajar la cabeza y apuñalar por la espalda es el pan de cada dia.

O si por el contrario, quizá desvario, y me dejo llevar ante el miedo al próximo retorno, y realmente aquellos que hablan de "imposible" lo dicen de corazón.

En ambos casos lo privilegiado de la posición de poder regresar en mis condiciones, es innegable. Y por eso, por una vez, en lugar de de poner en solfa absolutamente todo cuanto me rodea, últimamente me da por pasearme por lugares callados y solitarios. Y por permanecer unos momentos en silencio, intentando aprehender las circunstancias actuales, tan diferentes a las que estaban sobre la mesa hace sólo un año y medio. Intentando verme desde fuera, quizá con la mirada de la que solía ser hace ya tanto tiempo, cuando sólo tenía un diploma de baccalauréat, unas cuantas opciones de carrera por delante, y eso si, mucho, muchísimo tiempo para llenar la hoja en blanco del futuro.  Intentando no perderme por este extraño camino por el que la vida me va llevando, lanzándome tan lejos de donde partí, y devolviéndome, de repente, de vuelta a orillas del Mediterráneo. Y sobre todo, dando gracias. Gracias.

Dentro de un mes me mudaré a Barcelona, ciudad desde donde escribo estas líneas, tan cerca ya del final.  Diré adiós a mi aventura en tierras germanas, para volar hacia latitudes más cálidas, más cercanas. Y aunque se tratará sin duda de una nueva aventura, por alguna razón es como si ya estuviera en casa. Como si cada una de las dificultades vividas, cada uno de los obstáculos superados, y cada lágrima, me hubieran traído hasta aquí.

Y de nuevo, lo que ocurrió por sorpresa hace un año y medio, se repite inesperadamente. La certeza de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado.

Y no puedo evitar preguntarme si no podría convertirse en una costumbre. Si la oscuridad ya hace mucho que pasó. Si finalmente el destino ha decidido jugar en mi favor. Indefinidamente.

Pero se me olvida que semejante concepto es una cortina de humo. Que todo termina. Lo malo. Y lo bueno.

Así que cogeré fuerzas para lo nuevo. Recogeré los frutos de esta última etapa. Recolectaré cada pequeño detalle que me sirva como posible agarradera para lo que viene. Y sea lo que sea, lo que he vivido permanecerá a mi lado en el camino. Un clavo ardiendo siempre es una buena opción.

Me arremangaré una vez más y tomaré posiciones. Muy suavemente. Respiraré hondo. Porque toca volver a empezar. Volver a adaptarse.

Porque se habla mucho de la dificultad de marcharse. Pero poco sobre aquello de volver.

Porque ya no soy la misma. Y los que dejé atrás tampoco.

Porque al zorro le toca abandonar su madriguera…Otra vez.

Por que espero de todo corazón que nos volvamos a encontrar en el camino, por mucho que haya pasado.

Y por no olvidar.

Lectores, hasta el último post




martes, 14 de octubre de 2014

Amazonas

Controvertidas. Misteriosas. Valientes. Orgullosas. Fuertes. Tienen un carácter complicado, y mala leche. Dan un poco de miedo, provocan celos, son escurridizas  y crean adicción. La verdad por bandera, son sinceras, aunque poco dadas a mostrar el corazón en público. Porque aunque disimulen, lo tienen. Amadas y detestadas casi a partes iguales. Crean polémica. Y hablan a viva voz. Siempre. Van a contracorriente.

Las mujeres de mi familia siempre me han parecido eso, amazonas.
Y la última en la cadena, soy yo.
Con semejante linaje, estar a la altura no es fácil. Es una lucha diaria. Entre titanes dirian en las reuniones familiares. Son muy dados a las palabras grandilocuentes. La lucha es agotadora, y la tensión mortal entre dos extremos: lo innato y lo adquirido, tu herencia y tu esencia.
Hace años, en la época de mi abuela, toda una amazona ella, ser una mujer no era tarea sencilla claro, (cuando lo es?) pero aunque abrió puertas, dió unas cuantas voces, y apretó mas de un tornillo a quien en su opinión lo merecía, las reglas estaban bastante claras.
Después llegó la liberalización de la mujer y el feminismo, y mi madre lo vivió amazónicamente hablando, a tope. De nuevo pateó traseros, provocó controversia y grandes pasiones no siempre sanas. Cabalgó sobre la vida como pudo, y supo. Sobrevivió.
Y después llegaron los 80 con una tia que anda por las américas desde hace siglos, que fue contra todo lo establecido en general y en particular en aquella pequeña, tradicional y sobre todo heladora Salamanca. Hizo carrera. Hizo dinero. Hizo muchas cosas. Trabajó, viajó, luchó, e hizo trizas el tópico. Una mujer moderna, así la veía yo cuando era pequeña.
Y ahora yo. Yo.
Menudo desastre.
Voy por la vida con un carácter endiablado, una sensibilidad que me destroza, sueños de grandeza y ambiciones de familia estable y tradicional. Mi generación es la del “lo quiero todo”. Ganar mucho y rápido. Copas también a los 40. Estar bellas hasta los 80. Vivir eternamente. Vida en la capital, veraneo en una isla, y los niños al extranjero. La casa en un ático, el coche deportivo, los zapatos de tacón, el perro baboso, el marido guapo y rico, los niños políglotas de nacimiento, alguien que limpie en casa, que friegue los platos y le planche las camisas al semental y por supuesto.... La carrera. Una oficina grande y luminosa, desde donde dominar... Lo que sea que una quiera dominar. Vista de pájaro. Muchos 0 en la cuenta. Poder.
Y entonces llegó la crisis. Y la década de los 20. Y las relaciones, a las que sólo sobrevivimos gracias a amigas de cuentos de hadas, una afición temprana por el vino y Sexo en Nueva York online.
Sufrimos, crecimos, tropezamos, y volvimos a tropezar. Con la misma piedra. Con los mismos chicos. Con la misma asignatura. Con el mismo error. Como decía, crecimos. La tierra prometida no era tan mona después de todo, ni tan luminosa. No nos encontramos oficinas en el último piso de un rascacielos ni trajes de Armani en el armario. No tenemos deportivos, ni relaciones perfectas. No nos hemos casado. No tenemos hijos. Ni estabilidad.
Más bien hemos vestido de Zara, de H&M o de Primark cuando la cosa estaba fatal. Nos hemos movido en metro, en un coche que bien podría ser una lata de sardinas con verdaderas dificultades para pasar la ITV, o si somos muy afortunadas, en un coche de empresa que no  tenemos dinero para aparcar y que usan nuestros empleadores como excusa para mandarnos al otro lado del país a mínimo coste. Hemos tenido trabajos en cubículos oscuros donde siempre hay alguien- curiosamente  a menudo una mujer con sólo un lustro más de experiencia que nosotras, pero sorprendentemente menos formación- que nos grita y nos desprecia. Trabajos mal pagados, y peor considerados. Hemos sido becarios eternos, y aprendido todas las técnicas habidas y por haber a la hora de hacer entrevistas. Nos sabemos de memoria nuestras 3 mayores virtudes y nuestro “punto en el que mejorar”. Sabemos idiomas. Tenemos masters. Sabemos sacarnos nuestras castañas del fuego. Hemos estudiado. Hemos peleado. Y todo esto en una ciudad grande, completamente solas, y a merced de más de un canalla.
Y ahora, tanto tiempo después,  nos acercamos a los 30. Y las cosas empiezan a mejorar. Y estamos tan asustadas que apenas lo hablamos, vaya a ser que se trate de un espejismo. Vamos dando pasos firmes, vamos haciendo camino, a base de malabarismos muchas veces, no tan luminoso como esperábamos, pero forjado en hierro al fin y al cabo. Avanzamos. Conseguimos trabajos cada vez mejores. Mayores responsabilidades. Mejores sueldos. Miramos con escepticismo a los de sólo una generación más, como si no supieran nada de la vida, porque a nosotras nadie nos vino a buscar a la puerta de la facultad ofreciéndonos la primera oportunidad. Miramos aún peor a los que nunca se fueron de casa, porque no tienen más de una década de soledad a sus espaldas. E intentamos recomponer nuestros sueños.
Yo me marché a Alemania en busca de LA oportunidad. Y lo ha sido. La tabla de salvación que me ha permitido salir de un hoyo en el que, he de reconocer, seguía siendo más afortunada que la media. La experiencia está a punto de acabar. Y sólo puedo alegrarme por haberlo hecho. Porque si me hubiera quedado, por las inumerables razones que me ataban a Madrid, me habría arrepentido siempre. Porque nunca habría crecido como he crecido, y porque no habría dado el salto. Ese salto con el que todo aquel que quiere hacer carrera, suena. Y el que era imposible obtener en mi casa.
Hace unos días tuve la oportunidad de hacer una excursión de compras a Colonia, que conocía de turismo, pero no de tiendas. Y no sólo me sorprendió gratamente la enorme oferta que tiene y lo especial de ésta, sino que encontré un tesoro. Una serie de fotografías de Formento & Formento llamada “Circumstance” que, haciendo una interpretación personal de la crisis, y recorriendo 25 estados en EEUU en plena recesión, muestra a una mujer joven, muy hermosa, y delicada, en ese momento en el que el futuro  parece ofrecerse a la juventud como una promesa segura, pero , anacrónicamente, en decorados marchitos, y decrépitos. Su idea fue mostrar cómo una generación en principio bendita se convirtió en lo contrario. En cómo se vió enfrentada a la desesperación, a la incertidumbre, y a la desesperanza, por sorpresa.
Circumstance delves into the despair of the recession – loosing your job, your home, your sense of self. These photographs represent the terrible uncertainty of what your life is all about when the things that give structure and stability are suddenly gone”
Asi que me compré algunas fotografias. Las enmarcaré. Las colgaré en el muro de mi pequeño reino, ese que habré conseguido con esfuerzo y tras pasar muchas pruebas, muchas de ellas, como vosotras, sola.
Y las miraré dentro de muchos años, apreciando lo bellas que son. La poesia que me inspiran. Y recordando que un sábado, muchos tiempo atrás, cuando nada estaba seguro pero todo empezaba a cobrar sentido, yo las descubrí en una pequeña galeria de arte alemana. O que ellas me descubrieron a mi.  Y recordaré el tiempo que pasé en este país, lo que me llevó a marcharme, lo que significó. Recordaré quién fui durante un tiempo, lo que pasé, a lo que sobreviví. Recordaré la maldita miseria con la que el destino azotó a una generación que llamaron “perdida”.
Y recordaré a aquellas que lucharon por no perderse del todo. Las que pelearon con uñas y dientes. Recordaré lloreras por skype, y tardes de café que acaban en vino y luego en copas porque eh, la vida es muy dura. Recordaré el nudo en el estómago al final de mes, o el anular planes porque cuando no se puede no se puede. Recordaré la angustia, y las puertas cerradas, y la desesperación al no ver ni una maldita luz al final del tunel. Y a lo que nos enfrentamos durante años. Recordaré que no lo tuvimos fácil. Y que aunque no vivimos una guerra, tuvimos que salir al campo de batalla cada dia. Un campo de batalla donde nadie se molestó en informarnos acerca de las reglas. Donde tuvimos que adaptarnos o morir en el intento. Mientras todo estaba en contra. Mientras muchos no entendian nada. Mientras estuvimos solas.
Y luego me miraré al espejo. Sonreiré, y seguramente me vaya a abrir un vino blanco bien frio que sacaré de una nevera enorme que me habrá costado una pasta.
Y pensaré en mi generación. Y sobre todo en las mujeres. En mi. En nosotras. En vosotras.
Las que conseguimos cabalgar a lomos de una crisis que ni esperábamos, ni queríamos, ni para la que estábamos preparadas.
Y pensaré en lo que, quizá contra todo pronóstico, conseguimos ser.
Amazonas.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Castillos de naipes


Con tan sólo una brizna de aire.

Cuán frágiles son las construcciones cuando no hay en realidad bases sólidas. Que fácil resulta para la más leve brisa destruir lo que con tanto esfuerzo y dedicación se construye desde abajo. Y cuando pasa la tormenta, y no queda más que la desolación de lo que un día parecía un colosal castillo, toca volver a empezar. Esta vez, poniendo buenas bases. Y esto vale para las personas, para las relaciones, y también para los asuntos de estado.

Lo que ocurre es que en la vida no tenemos puntos finales, no cerramos el libro, vamos a la estantería y decidimos empezar uno nuevo. En la vida, lo que tenemos son puntos y aparte, una linea discontinua a lo largo del tiempo. No hay principios desde 0. No hay ruptura real entre el pasado y el futuro, sólo una extraña inercia que impulsa a la historia hacia delante, caiga quien caiga, y haya pasado lo que haya pasado. Siempre intentando salir a flote, pero sin nunca sacar del todo la cabeza, porque siempre estamos dentro de nuestra propia historia, y llevamos con nosotros maletas cargadas de recuerdos.

El pasado nos persigue siempre. Nuestros antecedentes. Nuestras bases. Lo que hicimos, lo que no. Lo que nos dañaron, lo que nos amaron. Lo que conseguimos y en lo que fracasamos. Las promesas y las traiciones. Las suyas, las nuestras. Esa es nuestra novela, nuestro bagaje, lo que nos define y nos hace ser únicos.

Pero si dejamos un instante de correr hacia delante y permitimos que el pasado nos atrape entre sus garras, estaremos perdidos, viviendo una vida que en realidad ya no es la nuestra, ahogándonos en las aguas turbulentas del recuerdo. Del remordimiento.
Alguien sabio le dijo una vez a otro alguien también muy sabio, que acabó diciéndome a mi, que en la vida, "Tienes que perdonarte".  Así de claro. Como Simba con el drama de Mufasa. En algún punto de la historia, si no quieres perecer, habrás de perdonar. A otros o a ti.

Muy a menudo, parece que esto no es exclusivo de los seres individualmente, sino que también se aplica a las masas, a las naciones. La historia marca a los estados, los moldea, y forma su carácter, dejando una impronta profunda y a veces, dolorosa. E igual que ocurre con las personas, de su capacidad de sobreponerse depende el futuro más lejano.

Estando fuera de tu hogar, del entorno que dabas por sentado, incluso en lo más inconsciente de tu ser, de repente salen a relucir las bases, y los recuerdos más primigenios, no sólo, insisto, a nivel individual, sino en lo que respecta al colectivo. Por ser más concreta, yo nunca he sido más española de lo que lo soy ahora. Jamás he sido nacionalista, ni mucho menos. Más bien he criticado bastante a martillo a nuestra vieja España, casi desde que tengo uso de razón. Y sin embargo heme aqui, con verdaderos problemas para no decir en voz alta, cuanto la echo de menos cada día y a cada instante, como si aquel sureño país, tan complejo, tan bajo en pasiones y miserias, tan de hablar mucho y actuar poco, tan de mirar siempre lo que hace el de al lado, como si aquel país, mi país, estuviera tirando, frenético y sin desfallecer, de una frágil cuerda atada a mi corazón. Como si no fuera a cejar en su empeño hasta hacerme regresar a donde, en su opinión, pertenezco.

Tenemos ataduras, al fin y al cabo. Todos. Hasta el ser más libre está atado a su propia naturaleza, cuando no a su procedencia. De donde venimos define siempre a donde vamos, y si nos descuidamos, nos cierra el paso, y nos ciega.

En cuestión de naciones, tema que está muy en boga en estos últimos tiempos, y que intuyo, seguirá dando que hablar más allá del 11 de noviembre (aunque quizá no nos vendría mal a todos repasar el concepto técnico de “nación”, por aquello de no decir sandeces), en cuestiones de naciones, decía, al salir fuera de la burbuja, ves con más claridad cuanto llevado al punto en el que nos encontramos.

Ves, por ejemplo, la Revolución Francesa, y ves como los conceptos acuñados por aquel entonces se siguen utilizando como base para una crítica personal, para una fanfarronería snob o para un discurso político. Burgueses por aquí y burgueses por allá. Libertad, igualdad, fraternidad. Y ves la Segunda Guerra Mundial, y la cautela general a la hora de hablar de ello en Alemania. Ves el medir las palabras, y la preocupación por un comportamiento cívico ejemplar que rige la sociedad. Como si la mera tentación de transgredir cualquier norma, fuera, ya de por si, un pecado capital, el regreso a los infiernos.

Y ves la Guerra Civil en España, que bien podría haberse llamado vil a secas. Ves el recuerdo subyacente de familias matándose entre ellas por pertenecer a un bando o a otro, cuando, honestamente, los paladines de tales bandos, más preocupados andaban por alcanzar su propia gloria que por poner remedios a los problemas de su, en teoría, pueblo. Así que ves la guerra, y ves sus consecuencias, no aquellas, hace ya tanto tiempo, no. Las de ahora. Ves los bandos. Y la ira semi contenida, siempre latente bajo la piel, alimentada de envidias, y de frustraciones sin resolver. Y ves la falta de cultura, de amplitud de miras, la represión, los complejos y el sectarismo, tan propios de nuestra gente. Tan nuestros. Y finalmente ves cómo todo eso ha desembocado en el presente, en los conflictos actuales y en momentos decisivos, de nuevo, para todo un país. Y lo que resulta alucinante, es que nadie haya intentado parar esto antes. Que nadie haya tenido las narices de salir de la burbuja para obtener la visión de conjunto indispensable para sanar las heridas del pasado.

Hace poco escuché- digamos en una serie brutal (en todos los sentidos) que no revelaré (tic tac hagan sus apuestas) y por la que evidentemente sigo estando influenciada- algo en lo que no dejo de pensar últimamente:

Infidelity is one kind of sin, but my true failure was inattention”

¿Y si fuera verdad? ¿Y si cuando las personas, y las naciones, se han hecho daño y se han traicionado, resultara que al final lo más grave del asunto no fuera la ofensa en si misma sino el hecho de pasarse por el forro, los sentimientos, la vida o el futuro de la contraparte?

¿Y si el verdadero pecado que todos cometemos no fuera el pecado en si mismo, por resultado, sino más bien la causa?
Una aplastante y absoluta falta de empatía. La incapacidad de ponernos en el lugar del otro, de aprehender sus circunstancias, su dolor.

Y por lo tanto, ¿y si un cierto grado de psicopatía flotara alrededor de todos nosotros, en nuestras sociedades modernas y avanzadas del siglo XXI?



El conflicto en Oriente Medio; Israel, Palestina y la Franja de Gaza; extremismos religiosos; 7 años de crisis económica, el planeta en verdaderos apuros medioambientales, escasez de clase media a nivel mundial, corrupción política, pobreza y hambre, plagas de enfermedades terribles que parecen salidas de la Edad Media, por no hablar del índice de delincuencia, los abandonos, el maltrato animal, el fracaso escolar, la violencia de género, la insatisfacción existencial de todo hijo de vecino, los divorcios, la falta de compromiso, las infidelidades incluso entre los más jóvenes, y un ideal de honor que brilla por su ausencia en los tiempos que corren.
Venga, valientes, preguntémonos, a nivel individual y a nivel colectivo, ¿somos más inteligentes, y más conscientes de nuestro equipaje, de nuestros errores y de nuestra proyección hacia el futuro y sus peligros,  que nunca antes en la historia?

¿O somos todos unos malditos psicópatas?

miércoles, 24 de septiembre de 2014

3 meses de Otoño

"Besos que vienen riendo, luego llorando se van, y en ellos se va la vida, que nunca más volverá".- Miguel de Unamuno


Pensabas que sería para siempre, que tu amor por él sería suficiente, que lucharías por que no se fuera y que nada podría contra eso. Y aún así, sin más, sin decir adiós, sin una explicación, ni una disculpa, ni una indemnización por la depresión que provocará su marcha, el egocéntrico y narcisista Verano se marcha de nuestro lado. Se acabó. Cruel, indiferente, de repente frío y carente de compasión. Nos deja con una sensación de nostálgica inquietud mientras se aleja de nosotros sin volver la espalda, sin ni siquiera dignarse a mirarnos por última vez, como si no recordara los buenos momentos. Como si nada de lo vivido apenas un mes antes significara ya nada.

Y requerimos de un periodo de duelo para curarnos, adaptarnos, y volver a andar.

Y entonces, aparece el Príncipe del Otoño.



Siempre me ha gustado el Otoño.





La época de los artistas, tenía apuntado en cierta agenda de los años 90. La época melancólica por excelencia, cuando estar triste no sólo es una opción sino a veces un requerimiento para ir a tono con la temporada.

La melancolía forma parte de mi carácter, asi que no es de extrañar de esta sea mi estación. Mi cumpleaños se diría a la vuelta de la esquina y el viento cambia de dirección. Se acercan cambios trascendentales, un salto al vacío, y de nuevo, el vértigo.





Caen las hojas de los árboles llevándose con ellas los últimos resquicios del maldito y maravilloso Verano. Los recuerdos de una playa. Los besos lejanos. Si miras atrás, se diría que fuera otra vida, una en la que la piel lucía bronceada, el cabello brillante bajo el sol, la sonrisa radiante y la promesa de un amor eterno en el corazón. Y luego se acabó.



Ni sol. Ni luz. Ni promesas. Nada. Quizá sólo una calle vacía cuyo asfalto resbala por la reciente lluvia. El aroma a tierra mojada. El crepitar de las primeras chimeneas. El ansia por un sofá, una manta, y alguien a quien abrazar. Un ronroneo en el regazo.



Es como para cortarse las venas eh.



Sin embargo no olvidemos que el Otoño es siempre el principio de un nuevo curso, y sospecho secretamente que la razón que llevó a algún iluminado a colocar dicho inicio justo ahí fue el miedo a la depresión generalizada post verano. Demos a la juventud una razón para seguir viviendo. O al menos algo que hacer entretanto.



Asi que cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. Algo termina, algo empieza.  Los principios, lo sabemos, son siempre duros, pero también son desafios, retos. Son duelos de espadas con adversarios invisibles que, he aprendido, muy a menudo, están más en nuestra cabeza que en el mundo real. Son momentos decisivos, en los que nuestra verdadera naturaleza sale al exterior. Un cruce de caminos. Entonces nos lucimos, o nos hundimos con todo el equipo.

¿Seremos héroes? ¿O mendigos?

En mi caso, como decía se avecinan cambios. Lo siento en las tripas, y esas siempre tienen razón. Es muy probable que a este blog le queden como máximo 3 meses. Los que dura el Otoño. Y la persona que escribirá las últimas líneas será muy distinta de quién esbozó las primeras, aquella noche de verano malagueño, tanto tiempo atrás.

Vine a Düsseldorf por muchas razones. Algunas profesionales, otras personales. Y vine con objetivos, con retos, con prioridades muy claras y con preguntas que necesitaban respuesta.

Creo que lo que me llevaré será una cantidad interesante de objetivos cumplidos, algunas respuestas importantes, una reordenación brutal (en sentido literal) de mis prioridades, innumerables lecciones aprendidas, más de una decepción, un grupo de amigos mejores de lo que imaginé, y un poco de tristeza.

Volviendo la vista atrás, cosa que os recomiendo hacer de vez en cuando para no acabar siendo unos ególatras estúpidos con una visión distorsionada de la realidad, habría cambiado cosas, habría intentado cometer menos errores.

Habría usado más la cabeza y menos el corazón. Quizá habría invertido un poco más en mi, y puede que hubiera evitado pasarme la vida en un avión por no perderme nada. Por no perder a nadie. Quizá si volviera  a empezar, confiaría más en mi, en mi capacidad de sacarme las castañitas del fuego. Quizá si volviera a empezar, lo haría con el convencimiento de que no necesito que ningún caballero me rescate. Y eso quizá me evitaría más de una lágrima, más de un sofocón, y más de una llamada de socorro, cuando, y esto va para vosotras amigas, por si no os habéis dado cuenta, los príncipes azules escasean estos dias. Quizá si volviera atrás estaría más centrada desde el principio, tendría la imagen final (en serio nunca sabré traducir correctamente la expresión "the final picture") más presente en la mente, y los ojos más abiertos. Quizá sería más honesta, con los demás y conmigo. Quizá me abriría más con quienes estaban cerca. Quizá creería más en mis sueños. Quizá tomaría decisiones más acertadas. Quizá escribiría más.

Pero si no hubiera vivido aquel proceso, aquel verano, otoño, invierno, primavera y de nuevo verano, quizá no sería capaz de mirar atrás como lo hago hoy. Quizá no habría conseguido completar el programa hasta el final. Quizá entonces no me conocería un poco mejor a mi misma. Quizá sabría un poco menos lo que no quiero, y tendría un poco menos clara la dirección que deseo tomar.Y quizá estaría un poco más ciega.

El otoño ha llegado, y con él la cuenta atrás final. No estoy en la posición que habría esperado. Ni mis circunstancias son las que habría imaginado. Sólo veo la puerta que está a punto de cerrarse a mi espalda. La puerta del verano, la de una vida que queda muy lejos, la de otra yo quizá más feliz, pero también más ilusa.

Pero algún día, muy pronto, cuando las hojas cayendo dejen de arrancarme lágrimas, cuando el techo de mi apartamento deje de caer sobre mi cada noche, y cuando vuelva a ser capaz de arreglarme el pelo, seré capaz de alcanzar la ventana que tengo justo delante. La del siguiente paso.

Mientras tanto  dejaré que el Otoño me arrulle y me envuelva con su manto dorado.

Porque además, yo siempre he sido muy de dorados.


miércoles, 23 de julio de 2014

Alegato por la calma


No me diréis que lo del mundial no ha sido una broma. Tenían que ganar. Y yo vivirlo. Aquí.

No fue suficiente con experimentar la tormenta más terrible de los últimos 10 años. O con aquel aviso de bomba en las inmediaciones de la oficina.

Se trata de acumular en un año todo evento extraordinario o improbable que al universo se le ocurra.

O eso, o la copa me sigue los pasos.

Tras una semana de curiosas ausencias por resaca, de outfits working-sport (a saber: camiseta de la selección bajo el traje), de pantallas del lobby de la oficina con monotema "Puerta de Brandemburgo", y de revivir una y otra vez hasta en mi despacho el momento “Super Mario”, además del descubirmiento del diminutivo “Schland” con el que se apoda al país, por lo visto, en situaciones alcohólico-festivas como la que se ha venido dando en los últimos tiempos por estos lares...

Tras todo ello, decía, decidí huir. A Baleares por segunda vez en este verano, a Ibiza para ser exactos, en un arrebato de remember de hace 3 años, cuando me enamoré definitivamente de un chico que me aguantó en mi mejor momento nocturno en décadas y que, ojo, sigue conmigo.  Total que tras 3 días de playa, chunda-chunda en cada esquina, obsesivos mercadillos hippies, un encuentro con el famoseo más requetefamoso, un pescado de escándalo sobre el mediterráneo, un par de beach clubs verdaderamente memorables, gastarnos toda la paga extra en un paseo por Amnesia y un montón de gente que sólo se encuentra en esa isla de pecado y perdición,  y puesto que por fin los  30 grados se dejan caer por Düs,  los dedos me llevan a imaginar, o más bien rememorar un instante de evasión (barato), y un templo de la calma que me permitirá soportar este miércoles de oficina hasta salir pitando a las 18:30.

Düsseldorf. 30 grados... Julio.

Abro los ojos  y la luz penetra por mi ventana a raudales. Inunda cada rincón, y me entran ganas de sandalias. Y de café en las escaleras, dejando entrar el aire fresco del jardín, el aroma a rocío. El ronroneo de los 2 gatos que se pasean como Pedro por su casa por la mía. Una Gazelle del año de Maricastaña, verde oscuro desconchado, descansa, paciente y silenciosa, apoyada en el muro exterior de mi, dicen algunos, barracón. Una araña hace acrobacias matutinas para llegar al sillín.
 
Los mejores 60 pavos invertidos que recuerdo. Pura esencia de verano.

El café se alarga al infinito, mientras me desperezo, mientras me estiro 1000 veces. ¿Por qué no? Tengo tiempo.  Pero desde hace días la tentación de tirarme en el sofá y tragarme 10 capítulos seguidos de lo que sea sale siempre perdiendo ante la luminosidad  de los largos días de estío. Los que parecían no llegar nunca.

El espíritu de la niña que fui hace alrededor de 16 años se apodera subversivamente de mí y me transporta veloz al armario, a coger lo primero que pille, digamos camisa amplia, shorts vaqueros y alpargatas, (tampoco hay que exagerar con la relajación) para lanzarme sin dilación a la calle. En bici. En la cabeza, “Verano azul, grandes éxitos”.

Saliendo de casa, a la izquierda, la calle se pierde al fondo, tras el  tunel, en el verdor de Volksgarten, el “parque del pueblo”. El parque que no es un parque, que es un bosque. Lo admito, me da miedo cruzar las vías del tranvia, y más las del tren. La bici es más alta de lo que recordaba. Demasiado alta, aunque insisten los expertos en que asi ha de ser. No sufriré lesiones de rodilla pero lo mío me cuesta echar pie a tierra. El freno es duro. Viejo. Y chirria. Premio a la más retro.

Así que sigo el camino de arenilla roja, bordeado por frondosos árboles que forman una sombría alameda. Ansiosa, paso bajo el puente y allí está. Abriéndose en todo su esplendor ante mí. Poblado de animalejos varios y de runners y ciclistas, y enamorados bajo las encinas, y familias tendidas al sol, y un señor rasgando una guitarra española, y otro pescando. No sé yo qué pescará, pero no voy a quitarle la ilusión.

 Y allí exploro, descubro nuevos caminos, me pierdo. Intento evitar el cementerio y quedarme en senderos bucólicos, encantadores... Y luminosos, a excepción de la entrecortada sombra de los árboles entre los que se filtra aquí y allá el rayo de sol correspondiente. Sigo la corriente del riachuelo, y me detengo en cada imagen de postal, en cada pedacito de cuento de hadas, pues los hay a montones. Se detiene el tiempo. Pasan volando las horas. Sin darme cuenta. Sin móvil. Sin música. Sólo unos pedales, la brisa entre el fru fru de las hojas, y yo.
Y los aromas. Recién llegados del rincón más olvidado de la memoria. Envolventes, sobrecogedores a veces. Aromas de veranos en el norte. Hace ya mucho tiempo. Verano con sabor a marisco y a las mejores ciruelas rojas que jamás han existido. Quizá porque  era mi abuela quien nos las tendía en algún momento impreciso de la tarde perezosa. En unas escaleras. En una casa muy antigua. Marinera. Gallega. Aromas a otros veranos, más tarde, aunque aún siendo niña. Más al norte, en algún lugar de los Alpes franceses. Los primeros destellos adolescentes, los primeros periodos lejos de casa. Y otros veranos aún más adelante, en plena ebullición de los 14 años, en la campiña inglesa, con los primeros "hello" y las primeras lágrimas, y los primeros "bye bye" que empezaban a pesar. Aromas del recuerdo, que hacía mucho que no sentía. Quizá porque el mar lo envuelve todo en el sur. Quizá porque es difícil distinguir aromas en Madrid. Quizá porque hacía falta un lugar así para recordar.

Asi que continúo mi camino y brotan aquí y allá, picnics sobre mantelitos de cuadros. Y familias de aves acuáticas varias se me quedan mirando al pasar por su lado. Cuando ya he dejado muy atrás Boothaus, cuando he cruzado ya multitud de senderos, y me he adentrado en lo más hondo del parque dejando que la naturaleza me rodeé del todo, entonces me doy de bruces con un maravilloso e inesperado lugar. Se llama DeichGraf. Y es un restaurante, un emplazamiento privilegiado para eventos y un Bier garten muy especial. Y caro. De modo que me quedo por las inmediaciones de momento. La música flota suave y delicada en el refinado ambiente de la terraza que da a un lago demasiado grande para que yo me lance a rodearlo a la carrera. Pero perfecto para mi nueva amiga de 2 ruedas. Porque por ideal que sea DeichGraf, lo verdaderamente alucinante es la atmósfera de ese lago.

Soy una chica de mar. Estoy familiarizada con las olas y las mareas. Con la sardina y el boquerón. No con juncos y libélulas. Mi más intenso contacto con los cisnes ha ido de la mano de Tschaikowsky. Pero hoy un cisne me mira. Dirige su largo cuello hacia mi y me lanza una mirada entre curiosa y displicente, y suelta un graznido que no tengo claro si es de pocos amigos o un “hola, qué pasa”. Disfruto del delicioso espectáculo de unos patitos tratando de abrirse paso entre los nenúfares, y observo caer la luz dorada sobre el estanque. Y me gusta. No es el mar. Pero es agua al fin y al cabo. Podría acostumbrarme. Caminos empedrados cubiertos por el musgo y una calma placentera y contagiosa que invade a todo el mundo, humanos, flora y fauna. Si tan solo hubiera sitios asi en España.

España. No estoy segura de que la sensación de calma que se respira aqui pudiera darse alli. Ni el respeto a la naturaleza propio del norte de Europa. Ni el sosiego con el que se vive y se disfruta de las cosas.

Me resulta muy curioso que conforme pasa el tiempo, más echo de menos mi querido país. Pero también me doy más cuenta del pie con el que cojeamos. Los pies.

El otro día en la oficina tuve una reunión estupenda, repleta de ideas nuevas, de diálogo, de proactividad y de creatividad. Y al finalizar, la lider del proyecto en cuestión (una mujer, como tantas otras en Alemania con las que otra mujer puede trabajar sin miedo a que en cualquier momento le suelte un bufido) lanzó una perlita al aire que repito a continuación aun a riesgo de remover los cimientos de la más básica filosofía española:

“Work does not have to hurt

El trabajo no tiene por qué doler. El trabajo puede ser agradable. Puede ser enriquecedor e interesante. Puede ser bonito incluso. El trabajo, amigos, leed con atención, puede ser bueno. Sin obsesiones, ni dolor, ni pena, ni gritos, ni malos modos. Sin sufrir. El trabajo puede molar bastante. Ojito.

Que levante la mano quien haya oido a un español decir algo asi en toda su vida. No me refiero a esos grandes sufridos y sacrificados, que toman el trabajo como una obligación fundamental en sus vidas, impuesta más por el yugo que por gusto, y  piedra angular de sus tristes existencias, que miran siempre con ojo crítico a todo aquel a quien le guste hacer una pausa para tomarse un café. No.

Me refiero a personas que disfruten con su trabajo. Que se sientan realizadas. Que les guste.

Cada vez que voy a España pongo la oreja, lo confieso, atenta a toda conversación que revolotee a mi alrededor, en parte por cotilla, en parte por la maravilla de entender a todo el mundo. Y siempre, sin excepción, vaya donde vaya, hay alguien quejándose de su trabajo. Sea por horas, por salario, por compañeros, o por clientes, siempre. Mal. Siempre.

Es increíble que sin estar separados por tantos kilómetros, Alemania y España sean tan diferentes en esto. ¿No sería maravilloso aprender de la calma, la prudencia, el sosiego de nuestros amigos teutones? ¿No sería bonito, cuando no recomendable que los españoles empezáramos a ser un poco más... Tranquilos?

Más de uno, español hasta la médula, dirá que es muy fácil ser tranquilo cuando el país, la economía, la política, el estado del bienestar, y la madre que parió a la rana van bien. Que no lo es tanto cuando la situación es desastrosa.

Bueno, no puedo evitar preguntarme si alguien en nuestro país se para a pensar alguna vez en que quizá, y sólo quizá, para salir de una situación desastrosa haga falta, primero, estar tranquilos, sosegados, y ser, por primera vez en nuestra historia nacional, prudentes.

Pero en fin, qué puedo decir. Esta es mi opinión.

Y esto no era más que un alegato en defensa de algo que he aprendido a apreciar, a valorar y por encima de todo, a practicar, después de más de un año aquí...
 
La calma.

                       


                       

martes, 1 de julio de 2014

Late, Verano


Latente. Bajo la piel. Entre los dedos de los pies. Por el rabillo del ojo. En el café por la mañana. En las sombras del jardín. En los precios de los vuelos. En las fotos de Instagram.

Late por dentro, y trae mariposas. De esas que recordamos de otros tiempos, de otra vida. En el estómago, mientras contamos las semanas, los días, las horas.
 
Descarga adrenalina por ráfagas que nos hacen removernos en la silla del despacho, y mirar por la ventana. Nos trae recuerdos de noches de terrazas, de claras con limón en la Latina, de amaneceres que alucinas, y caídas de sol perfectas. De mañanas de rastro, de besos entre olas, de findes en Málaga, de premio al mejor boquerón, de ferias en el Pimpi, y de volar sobre el asfalto, tú, tu moto y yo. Una ciudad desierta, que arde.

Es un tornado, que  empieza leve en Junio. Cuando aún hay tiempo. Cuando toca esperar. Mueve nuestros cimientos, y nos va transportando a su dulce locura, sin que nos demos cuenta. Relaja los sentidos; los anhelos, los dispara; despierta los deseos y la sed. Los planes se imponen, aunque sigamos trabajando, aunque se limiten a escapadas cortas, intensas.

Por sentir el sol en la piel, el aroma a sal, y el sonido de las gaviotas al despertar, lo que sea.

En Düsseldorf, exactamente un año después de haber llegado, late tímido el estío, se hace desear, juega con nosotros, y travieso, nos marea. Los cielos se intuyen más allá de las nubes, pero no acaban de brillar.

Las reservas low cost caen como moscas. Rebajas y viajes. La paga extra, dilapidada. Y la mente vuela mucho más allá de las fronteras. Hacia eso que cada uno entiende como “verano”.

Verano.

Unos días malagueños. Sabor a hogar y a mediterráneo. Productos de la huerta directos al plato. Albariño en la nevera. Charlas madre-hija en la cocina. Yo preparo la ensalada. Bien de limón. Pasando de la digestión, y directa a la piscina. Libro en el regazo. Siesta de 3 horas. Gazpacho para merendar. Una cena bajo las estrellas. Una lágrima al marchar.

Decepción en el mundial. Pero qué buena la canción. Se acabaron las medias como premisa absoluta. “ Que yo en junio no me calzo media ninguna, leche” (alargando tiempos, amiga P) Acumular abrigos apretujados en una maleta, y esconderla cuanto más, mejor.

Leer y releer sobre las terrazas de moda. Sobre los mejores rincones, lugares a los que escapar. Esperar actualizaciones que no llegan. Verano en las biblias bloggeras. Manual  de un buen vividor. MyLitlle pleaschhures. Traveler. Vogue living.

Un viernes en Palma, lubina a la sal frente al puerto, y acabar con las reservas de Gin Tonic de la isla. Ver amanecer. Dormirnos en el desayuno. Correr a cámara lenta, estilo baywatch. Y grabarlo en video. Calas de ensueño. Sentir la vida. La brisa en la cara. Y que el sol no se ponga. Zampar ensaimada en el avión como si no hubiera un mañana. Jet Lag meteorológico al poner pie a tierra. Y conservar la canción del verano en la cabeza toda la semana, mientras el bronceado se asienta, o se escapa, depende. Mientras volvemos a contar.

Contar. Planear. Escapar. Volar.

Hasta que vuelvan las visitas. Y el sol con ellas. Y Canoe Club sea el lugar en el que estar. Y alquilemos bici para acercarnos a Kaiserswert. Y pasar el día en su Bier Garten. Y regresar en barco. Con barra libre. Y que un sábado en Unterbacher See deje de ser una aventura de “¿Diluviará o no? Hagan sus apuestas”. Y que las clases intensivo-mortales en el Goethe Institut hagan pausa estival. Y que, de repente, las tardes sean libres.  Y que al otro lado del Rin levanten la feria Größte Kirmes am Rhein el 11 de julio. Y las carreras de caballos que me perdí el año pasado. Y que Ratinger vuelva a ser una calle conocida. Los miércoles a las 19h. Y rememorar los principios. Cuando éramos tan nuevos. Cuando la vida era una fiesta.

Y de repente Ibiza. Proactivamente. Más mayores. Pero no más sabios. Ni menos locos. Soñar con atardeceres frente al mar. Con chill out hasta en la sopa. Con tu modo de bailar. Con el garito más chungo de la isla. El nuestro. Con aquella vez, hace ya 3 años. Con un barco a Formentera. Con perdernos. Un poco.

Y esperar el final de Julio como agua de Mayo. Y esos días en Madrid. Con cafés con vosotras. De los que se convierten en vinos. Y éstos en cenas. Y éstos en noches de Loquillo y Alaska. Y copas de balón. Por favor. Esos días en los que arreglamos el mundo en un suspiro. Con un par de risas, o un par de lágrimas. Piscina en la azotea. La ciudad vacía. Por no quedarme out, 100 planes en la agenda. Y entradas para Leiva.

Y visita relámpago a Niza. Porque no se abandona a una amiga que acaba de mudarse al extranjero. Por los cantos rodados y las sombrillas a rayas, a juego con las hamacas. Por la Promenade des Anglais y el mercado de las flores. Por el queso. Y el vino. Porque algo teníamos que hacer para celebrar agosto. Y porque Francia mola. Siempre.

Y regresar a Málaga en feria. Y que "P" se plantee seriamente volver. Y que la razón no sea el Cartojal. Sino el arroz con bogavante de mi madre. Ni oir hablar de dieta detox. Pero la piel ya dorada, y brillo en la mirada. Barbacoas de noche. Fiestas de día. Y quizá recuperar el ukelele. Pendientes grandes, flores en el pelo. Dolce vita en cada instante.

Y por fin, como Dios manda. Vivir entre olivares y encontrarnos con piratas y corsarios. Al este. En Corfú. Contigo. Andar descalzos. Bucear hasta la noche. Huir. Ser viajeros, no turistas. Que te quedes mudo y me dejes a mi lo de la comunicación con los foráneos. Delicias para el paladar. El mar y el cielo. Respirar. Y que el amor lo envuelva todo. De una maldita vez.

Y, claro, un par de bodas para terminar.

Así ha sido ideado. Y por Dios que así será.

Un año después, y aún sin poder creerlo, vuelve esta extraña época. Revolución para los sentidos, bálsamo para el alma.

Dejad que venga, que nos envuelva de nuevo. Que se cuele entre las rendijas del recuerdo, de la rutina, del trabajo. Abrazad por un tiempo el laissez faire, laissez passer. Relajad el ingenio y de paso el ceño.

Porque por un tiempo, corto, limitado, con fecha de cierre, sólo serán el sol, el mar, la arena, las cervezas, los tirantes, los viajes, los besos, la marca del bikini, las olas, las terrazas, el esparto, las estrellas, la música, las pulseras de colores y la tobillera de cada año, las gaviotas, la piscina, los cafés con hielo, los recogidos en la coronilla, las cigarras cantando, el tú me das cremita, los espetos de sardinas y las Rayban sobre el pelo. Entre otros.

Vale. Y el Reggaeton.

Porque amigos, viene la magia, y arde el asfalto.

Late, Verano.