Interesante, ¿eh? Recuerdo inconfesable,
fisura como una casa, o simple casualidad os estaréis preguntando. Nada de eso.
La miro a veces, en cuaquier
caso. Ahí, incongruente, perdida entre una multitud multicolor de vestidos y faldas. De
encajes y pailletes y volantes. A rayas. Dando el cante.
Tengo una amiga, llamémosla P.
P. se rie mucho
con mi predilección por las camisas, y eso, creo, la llevó el otro día a sacar
este pequeño fetiche mio a colación en una conversación cualquiera. Que si la
otra noche probó a salir por Madrid de esa guisa. Que si tuvo una extraña
sensación de soltura. Que si asi no hay manera de atraer a los tipos chungos
tatuados que tanto le gustan. Que si la camisa atrae a la camisa. Que si
nosotros, los pro- camisas, deberíamos crear una secta. Que si quedaría bien con chandal y tacones. Muy P.
Y es que llevo muchos, muchísimos
años reivindicando el reinado de la camisa. Así de claro. Cual
familia ancestral en Juego de Tronos. Team camisa. Y punto.
No
pensaréis que Cervantes escribió El Quijote en sudadera. Seamos serios.
Asi que una cosa llevo a la otra y
P. acabó la conversación iluminada, proponiéndome escribir todo un post
basado en tan glorioso objeto de deseo. Un post con una camisa como objeto central y
Düsseldorf como telón de fondo.
Challenge
accepted. Y allá vamos.
Decía
que hay una camisa de chico colgada en mi armario.
Es anacrónica, y un poco absurda.
No pega en el decorado, y aún así es especial. Insustituible para mi, y
necesaria muchas noches tristes. Y tardes grises.
Porque en tardes grises de abril
como hoy, frente a la pantalla del ordenador y el calendario a rebosar de
marcas y anotaciones, cuya página acabo de pasar, me reconforta mirar hacia
atrás y verla ahí colgada, como un recordatorio de toda una historia. Del
tiempo que ha sido y el tiempo que será.
Así que dejo de mirar alrededor.
A la camisa, a través de la ventana, al calendario.
Y me pongo a teclear sobre
este mes de abril que es un poco al año, lo que una camisa de chico a mi
armario.
Porque el mes de abril es raro. Está
como en medio. En medio entre el mal tiempo y los primeros calores. En medio
entre lo gris y lo luminoso. Entre los últimos coletazos del largo invierno y
la eclosión primaveral.
Es el mes en el que siempre tengo
altas expectativas en cuanto al clima. Y el mes en el que siempre se me chafan.
El mes en que empiezo a pensar en el verano. Y entro en modo verano. Y cuando
decido no volver a ponerme medias. Y el mes en que normalmente he de correr
hacia la primera tienda de chinos que veo (digamos, por ejemplo, en Lisboa,
allá por el 2010, tormenta tras tormenta) para reponer mi arsenal.
Este es también el mes en que se ha
cumplido el ecuador del programa en el que me encuentro. La mitad. 9 meses de
viaje iniciático. “Una historia, cuento y en
diversa instancia, una experiencia, en la que un individuo se
encuentra en situaciones hostiles o adversas que harán que su personalidad
cambie, (...) y ve modificado su
carácter, espíritu o experiencia para lograr una mejora en su persona, después
de lograr superar una serie de situaciones difíciles.” Wikipedia dixit. Y
me encanta. Todos deberiamos experimentar uno en la vida.
Es el mes en que me volví loca,
otra vez, haciendo y rehaciendo planes. Planes de todo tipo, de toda envergadura y color. A
corto, medio y largo plazo. Y a larguísimo. El mes en que Bootshaus en Volksgarten se convirtió en mi must personal en Düsseldorf, y en que decidí que de ahora hasta octubre no pasaría un fin de semana sin tomarme un café en su idílica terraza. Y cumpliendo. El mes en que me he propuesto,
y ahora en serio, ir a K21 a ver de una santa vez la obra del genial Tomás
Sarraceno, y tomarme algo con la misma urgencia en Pardo Bar. También es el mes
en que volveré a What´s Beef, con una compañia diversa, pero igual de dispuesta
a devorar sus espectaculares hamburguesas. El mes en que disfrutaré del musical de Grease
en alemán. Y el mes en que iré a comer a un restaurante barco precioso recién
descubierto a orillas del Rin llamado Canoo club.
Es el mes en que cada vez que
tengo un momento a solas, empiezo a soñar despierta. Con películas como la Belle et la Bête de Vincent Cassel y Léa Seydoux que necesito desesperadamente volver a ver en una calidad superior a screening. Con ese baile. El baile. Aquel con el que toda niña sonó alguna vez, llevado al cine de forma magistral. Con futuros eventos, y
lugares lejanos. Con Francia en primavera. Con Portugal en verano. Con volver a casa en Semana Santa y comer pescaito frito
frente al Mediterraneo. Con el vino blanco helado que mi madre siempre ofrece, sea la hora que sea. Con el aroma a delicias culinarias caseras. Con el "pon la mesa" y con paseos por el jardín. Con aroma a incienso y tronos que van y vienen por la ciudad. Con una barbacoa con amigas de la infancia. De esas que nunca veo, pero que siempre tengo ganas de ver. Con la calle Larios, y ese lugar que me gusta tanto, en el Candado. Con volver a ver a mi amiguito canino. Con abrazar
fuerte sin dejar a mi víctima respirar. Con el algún día. Con dentro de 9
meses.
Abril es también el mes en que empecé
a reservar billetes a diestro y siniestro. Cierto día decidí entrar en
Skyscanner con una amiga. 20 minutos después decidíamos irnos un fin de semana
a Mallorca. 2 horas más tarde intentaba explicar el sentimiento del tema “Será
maravilloso viajar hasta Mallorca” a 2 italianas. Lo entendieron perfectamente. En otra ocasión tuve a bien hacer todos los
malabarismos realizables con mis puntos avios para llegar a tiempo a una cita ineludible en Madrid. Un
cumpleaños muy importante. De alguien más importante. Otro día, simplemente decidí que estaba harta de estar
fuera de casa, que el verano llegaría este año como tarde a mediados de junio y
que Málaga bien vale no dormir una noche por coger un vuelo vespertino. Y ojo,
aún estamos a dia 10.