jueves, 10 de abril de 2014

Una camisa de chico

Hay una camisa de chico colgada en mi armario.
Interesante, ¿eh? Recuerdo inconfesable, fisura como una casa, o simple casualidad os estaréis preguntando. Nada de eso.
La miro a veces, en cuaquier caso. Ahí, incongruente, perdida entre una multitud multicolor de vestidos y faldas. De encajes y pailletes y volantes. A rayas. Dando el cante.
Tengo una amiga, llamémosla P. 
P. se rie mucho con mi predilección por las camisas, y eso, creo, la llevó el otro día a sacar este pequeño fetiche mio a colación en una conversación cualquiera. Que si la otra noche probó a salir por Madrid de esa guisa. Que si tuvo una extraña sensación de soltura. Que si asi no hay manera de atraer a los tipos chungos tatuados que tanto le gustan. Que si la camisa atrae a la camisa. Que si nosotros, los pro- camisas, deberíamos crear una secta. Que si quedaría bien con chandal y tacones. Muy P.
Y es que llevo muchos, muchísimos años reivindicando el reinado de la camisa. Así de claro. Cual familia ancestral en Juego de Tronos. Team camisa. Y punto.
No pensaréis que Cervantes escribió El Quijote en sudadera. Seamos serios.
 
Asi que una cosa llevo a la otra y P. acabó la conversación iluminada, proponiéndome escribir todo un post basado en tan glorioso objeto de deseo.  Un post con una camisa como objeto central y Düsseldorf como telón de fondo.
Challenge accepted. Y allá vamos.
 
Decía que hay una camisa de chico colgada en mi armario.
 
Es anacrónica, y un poco absurda. No pega en el decorado, y aún así es especial. Insustituible para mi, y necesaria muchas noches tristes. Y tardes grises.
Porque en tardes grises de abril como hoy, frente a la pantalla del ordenador y el calendario a rebosar de marcas y anotaciones, cuya página acabo de pasar, me reconforta mirar hacia atrás y verla ahí colgada, como un recordatorio de toda una historia. Del tiempo que ha sido y el tiempo que será.  
Así que dejo de mirar alrededor. A la camisa, a través de la ventana, al calendario.
 
Y me pongo a teclear sobre este mes de abril que es un poco al año, lo que una camisa de chico a mi armario.
Porque el mes de abril es raro. Está como en medio. En medio entre el mal tiempo y los primeros calores. En medio entre lo gris y lo luminoso. Entre los últimos coletazos del largo invierno y la eclosión primaveral.
Es el mes en el que siempre tengo altas expectativas en cuanto al clima. Y el mes en el que siempre se me chafan. El mes en que empiezo a pensar en el verano. Y entro en modo verano. Y cuando decido no volver a ponerme medias. Y el mes en que normalmente he de correr hacia la primera tienda de chinos que veo (digamos, por ejemplo, en Lisboa, allá por el 2010, tormenta tras tormenta) para reponer mi arsenal.
Este es también el mes en que se ha cumplido el ecuador del programa en el que me encuentro. La mitad. 9 meses de viaje iniciático. “Una historia, cuento y en diversa instancia, una experiencia, en la que un individuo se encuentra en situaciones hostiles o adversas que harán que su personalidad cambie, (...) y ve modificado su carácter, espíritu o experiencia para lograr una mejora en su persona, después de lograr superar una serie de situaciones difíciles.” Wikipedia dixit. Y me encanta. Todos deberiamos experimentar uno en la vida.
Es el mes en que me volví loca, otra vez, haciendo y rehaciendo planes. Planes de todo tipo, de toda envergadura y color. A corto, medio y largo plazo. Y a larguísimo.  El mes en que Bootshaus en Volksgarten se convirtió en mi must personal en Düsseldorf, y en que decidí que de ahora hasta octubre no pasaría un fin de semana sin tomarme un café en su idílica terraza. Y cumpliendo. El mes en que me he propuesto, y ahora en serio, ir a K21 a ver de una santa vez la obra del genial Tomás Sarraceno, y tomarme algo con la misma urgencia en Pardo Bar. También es el mes en que volveré a What´s Beef, con una compañia diversa, pero igual de dispuesta a devorar sus espectaculares hamburguesas.  El mes en que disfrutaré del musical de Grease en alemán. Y el mes en que iré a comer a un restaurante barco precioso recién descubierto a orillas del Rin llamado Canoo club.
Es el mes en que cada vez que tengo un momento a solas, empiezo a soñar despierta. Con películas como la Belle et la Bête de Vincent Cassel y Léa Seydoux que necesito desesperadamente volver a ver en una calidad superior a screening. Con ese baile. El baile. Aquel con el que toda niña sonó alguna vez, llevado al cine de forma magistral. Con futuros eventos, y lugares lejanos. Con Francia en primavera. Con Portugal en verano. Con volver a casa en Semana Santa y comer pescaito frito frente al Mediterraneo. Con el vino blanco helado que mi madre siempre ofrece, sea la hora que sea. Con el aroma a delicias culinarias caseras.  Con el "pon la mesa" y con paseos por el jardín. Con aroma a incienso y tronos que van y vienen por la ciudad. Con una barbacoa con amigas de la infancia. De esas que nunca veo, pero que siempre tengo ganas de ver. Con la calle Larios, y ese lugar que me gusta tanto, en el Candado. Con volver a ver a mi amiguito canino. Con abrazar fuerte sin dejar a mi víctima respirar. Con el algún día. Con dentro de 9 meses.
Abril es también el mes en que empecé a reservar billetes a diestro y siniestro. Cierto día decidí entrar en Skyscanner con una amiga. 20 minutos después decidíamos irnos un fin de semana a Mallorca. 2 horas más tarde intentaba explicar el sentimiento del tema “Será maravilloso viajar hasta Mallorca” a 2 italianas. Lo entendieron perfectamente. En otra ocasión tuve a bien hacer todos los malabarismos realizables con mis puntos avios para llegar a tiempo a una cita ineludible en Madrid. Un cumpleaños muy importante. De alguien más importante. Otro día, simplemente decidí que estaba harta de estar fuera de casa, que el verano llegaría este año como tarde a mediados de junio y que Málaga bien vale no dormir una noche por coger un vuelo vespertino. Y ojo, aún estamos a dia 10.
Abril es el mes en que un señor intentó ligar conmigo antes de las 9h de la mañana, mientras me dirigia al trabajo, café en la diestra, agenda en la siniestra, libros en equilibrio, bolso colgado, súbito vendaval mañanero, tacones de 10 cms y todo ello tratando de no darme de bruces contra el suelo. Mención a parte, lo hizo en alemán. Comprendí y respondí. Epifania lingüística en toda regla.
Es el mes en que me dí cuenta de que no conozco Alemania en absoluto. Y en el que, secretamente esperaré tener la oportunidad de alquilar un coche y plantarme un fin de semana próximo en Hamburgo. En Berlín. O mejor aún, en una de las desconocidas, legendarias y salvajes islas del Mar del Norte. Sylt, Nordeney, Borkum. De alquilar bicicletas y recorrer todo el perímetro, sintiendo la brisa en el rostro, la sal en la piel y la arena bajo los pies. De volver a escuchar que las bicis son para el verano.
Y es el mes en que un nuevo proyecto se le presentó a alguien que conozco. Algo muy grande. Un proyecto de esos que hacen sentir vértigo, y congoja y que sin embargo dan alas a los pies.  Esperanza al corazón. De esos que se esperan durante años. De los que parece que jamás llegarán, y que cuando llegan, nos dejan atolondrados unos dias. De los que hacen que tu valía se multiplique por 100 de cara al exterior, y que sacan a los que están dentro de tu vida una sonrisa de satisfacción y un "lo sabía". El merecido proyecto soñado. Cual Düsseldorf para ésta que escribe. Ésta que comprende.  
Es el mes en que alguien me envió un artículo acerca de los insospechados puntos positivos de una relación a distancia. Y el mes en que, por primera vez, me lo creí.
Abril es el mes en que quise escribir un post sobre una camisa. Y el mes en que fracasé estrepitosamente.
Pero es la camisa de alguien qui me manque beaucoup. Alguien que conocí cierto mes de abril, hace ya mucho tiempo.
Y mereció la pena utilizarla como título.
Aunque sólo haya conseguido que me entraran muchas ganas de ponérmela, y que quizá algún lector modifique sus hábitos estilísticos. Sed razonables. Los cuellos redondos no favorecen.
Asi que hasta la próxima, amigos.
Hay una camisa de chico que he de descolgar.