Llevaba toda la vida esperándola.
Era una cosita que en mi opinión tenía que ganarme. Debía esperar, además,
el momento oportuno. Uno en el que pudiera permitírmela y uno en el que tuviera
algún sentido. Uno, también, en el que fuera lo suficientemente mayor para
apreciarla.
Y según alguien que conoce muy bien tanto mi interior como mis deseos, el
momento propicio llegó con ocasión de mi último natalicio.
Así es, queridos. Por muy extraño que pueda parecer, llevaba toda mi vida
deseando poseer una buena pluma estilográfica.
Me refiero a una de las de toda la vida. Sin modernidades a caballo entre
un Bic y un Pilot.
No, no, no.
Una pluma. Roja y dorada. Una Parker. Y de nombre…“Sonnet”.
“Nena, llevo toda la vida esperándote”, diría en un eventual guión, haciendo
gala de sombrero ladeado, gabardina de cuello subido y mirada de malas pulgas, Humphrey
Bogart.
O no. Pero así es como lo imagino yo. Y para eso están las plumas:
Para imaginar historias, crear fantasías y contar cuentos. O leyendas, o
poesías o novelas.
Y eso, además de transcribir puntualmente cada semana mis andanzas más allá
del Reino de España, es lo que espero hacer con la monada con la que esbocé
estas primeras líneas contando ya 28 otoños.
28. Y llevaba unos 20 preparándome para la experiencia que estoy viviendo.
Una que está a punto de cumplir medio año. Casi 6 meses viviendo en Alemania.
Amigos, cómo pasa el tiempo.
De repente, estamos en modo Navidad ON. Los mercados navideños, que a más
tardar mañana, tendré por fin la oportunidad de disfrutar, nos inundan. El
tiempo se enfría a más no poder, primero por la tormenta Xaver que ayer nos
hizo salir de la oficina pronto y marchar a todo correr hacia la seguridad y el
calor de nuestros hogares, al resguardo de los fuertes vientos y de las lluvias
torrenciales que tuvieron lugar a lo largo de la tarde-noche.
Y segundo… Por el amanecer nevado que hemos tenido hoy, día de San Nicolás.
(Que, os comunico, no es Papá Noel). He saltado de la cama y se me ha dibujado
de oreja a oreja una sonrisa que bien podría ser de una niña de 10 años al
percatarme del blanco que empezaba a cubrir el jardín, y de los copos cayendo a
raudales sobre los tejados. Me he enfundado esas botas que todo el mundo
debería poseer, esas que heredas, del año de Maricastaña, calentitas a más no poder. Me he puesto,
calculo, 10 capas de ropa y de esa guisa me he echado a la calle, feliz cual
perdiz, camino de la oficina, mientras toda España aún descansaba plácidamente por el puente de la Constitución. Conforme han ido pasando los minutos ha arreciado
con más fuerza el temporal y he llegado cubierta de arriba abajo por una fina
capa de escarcha, que no ha impedido que siguiera de un fantástico humor, y más
al encontrarme una bolsita llena de chocolates navideños por cortesía de mi
jefe, que cada día es más divino, y cada día se me parece más a Julio César.
¿Qué tendrán estas fechas, amigos, que nos
hacen ser mejores?
El otro día, ya con el espíritu inspirado de villancicos y mazapanes, me
decidí a volver a ver la película “La Reina de las Nieves”. No se trata
precisamente de una película de muy alta calidad, pero entra en la categoría de
ese tipo de pelis navideñas con las que nos deleitan cada año las cadenas
nacionales, y sin las que, seamos sinceros, estas fechas, y las siestas
post-comilonas que las acompañan, no serían lo mismo. A esta misma categoría pertenecen
grandes clásicos como “Sólo en Casa”, “Love Actually”, alguna de Disney que
siempre cae, y la peculiar “El día de
la Marmota”. Y como la sensibilidad aprieta estos días, casi tanto como las
ganas del “Vuelve, a casa vuelve”, qué queréis que os diga. Tengo la agenda
repleta de citas con Películas Yonkis.
Otra de las cosas más típicas de estas fechas, son las cenas-comidas de Navidad.
Con los amigos, con la familia, con la pareja, con los colegas de trabajo, con
el jefe, con quién pilles por delante. Porque si hay algo delicioso en Navidad
es esa conciencia general que rige nuestros destinos y nuestras básculas,
autorizándonos tácitamente a todo tipo de excesos culinarios, sean tan
escandalosos como sean, haciéndonos sentir 0 culpabilidad. Porque bueno. Ya
sabéis. Es Navidad.
Así que, comilonas. Un concepto que parece ser universal y por lo tanto, no
conocer de fronteras. Personalmente, por el momento tengo 3 apuntadas: 2 en Düsseldorf y 1 en
Madrid, sin contar las familiares que sin duda sumarán otras 5 o 6 a repartir entre Málaga y la capital. Y entre
ellas, surge para los más juguetones, el también clásico (porque de clásicos
parece ir el post de hoy) “Amigo Invisible”. ¿Quién no ha sentido esa emoción al
introducir la mano en la bolsa donde yace un regalo procedente de quién sabe
quién, que a pesar de todas nuestras expectativas, termina siendo el detallito
gracioso de turno adquirido en un chino 5 minutos antes de la cena en cuestión?
Pues este domingo, después de mucho sincronizar agendas, es nuestro turno.
Al fin hemos conseguido ponernos de acuerdo en nuestro particular, internacional
y heterogéneo grupo de expatriados para celebrar nuestra primera comida de Navidad juntos,
con regalitos incluidos. Cada uno pondrá de su parte a la hora de cocinar con
el único fin de darnos un homenaje de unos 7 platos. Festín, regalos sorpresa y
decoración navideña que ya estamos ubicando correctamente, bien luminosa y bien
abigarrada como mandan los cánones. ¡No puedo esperar!
A continuación y antes de partir hacia España hasta después de Reyes,
recibiré mi última visita del 2013, por parte de quién ya está harto de subirse
a aviones varios a cuenta de la niña. (Por cierto, aviso a navegantes, Ryanair ha restaurado la ruta Madrid- Düsseldorf a partir de Marzo) Y por lo tanto se imponen planes que le hagan
olvidar por un momento el frío que hace por estos lares.
Planes como disfrutar
por fin del “Teatime”, un viernes a las 16h en Dolcinella. O como ir en busca del más puro
espíritu navideño alemán, en una excursión a Aachen, la ciudad en la que pasó
sus últimos años Carlomagno, y que además muestra con orgullo su precioso
mercadillo navideño. Tras la gloriosa impresión que me causó hace un par de
semanas el “Vin brulé”, no veo el día de probar el "Glühwine". Que digo yo…Será
similar. Y el día después, volver a Madrid de vacaciones, y justo a tiempo para
el Gran Concierto de Año Nuevo de Johann Strauss que este año hará las delicias de los
madrileños los días 22 y 23 de diciembre en el Auditorio Nacional, y que en
nuestro caso, hará las veces de esa tradición anual navideña de asistir a un
espectáculo, digamos…Clásico.
Oh si, tradiciones. Porque de eso van también estas fechas. Y no es la única
de la que os hablaré. Pero esperad a la próxima entrega.
En fin, que hablábamos de planes. Planes que sólo pueden darse cuando el frío
aprieta, las luces conquistan las ciudades, y los dulces son obligados.
Planes de estas fechas, tan mágicas, tan de los nuestros. Tan de echar de menos
y tan de mirar atrás.
Planes que describiré y relataré, tecleando nerviosa o con ríos de tinta. Sonnet en mano, mente en las nubes, y corazón vete a saber dónde.
Planes, si.
¿Y el más importante de todos?
Volver.
A casa.
Por Navidad.
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