martes, 22 de octubre de 2013

En el corazón de Europa


Siempre me he considerado bastante europeísta.

Es lo que hay, habiendo estudiado a la francesa.

Así que la idea de moverme por Europa como pez en el agua, de vivir en el meollo de la cuestión, y de empaparme de sentimiento europeo para mí siempre ha sido un sueño.

Uno que, uy fíjate qué cosas, se ha hecho realidad.

¿Pero qué es Europa? ¿Qué significa en realidad vivir en el corazón del viejo continente? ¿Lo que imaginé? ¿Lo que predije?  Procedamos.

 
-          Amarás la lluvia. Porque la lluvia es el día a día aquí. Porque hace de los paisajes la maravilla que son. Verdes. O dorados como ahora. Como en otoño.  Porque la lluvia empapa los fines de semana y envuelve las noches en su arrullo. Porque la vieja Europa nunca parece tan centenaria como cuando llueve sobre su historia. Porque la lluvia en Europa te traslada al romanticismo de otra época. Y porque la luz más bella aparece tras la peor de las tormentas.

-          Te convertirás en un experto de todo aquel transporte que se parezca mínimamente a un tren. Porque en tren visitarás lugares que siempre te parecieron lejanos. Joyas, que tendrás a un tiro de piedra. Como Ámsterdam. Como Bruselas. Como París. Y todo el mundo sabe que “París siempre es una buena idea”. Y en tranvía recorrerás las ciudades. Porque es en tranvía como media Europa se mueve en entornos urbanos. Por carriles compartidos con automóviles, motos de diversos tipos y bicicletas. Y alucinarás con que no haya más accidentes. Y con que a tus confiados visitantes no les pidan casi nunca el billete. Amigo. Civismo en estado puro.

-          Comerás patatas y beberás cerveza porque es lo que hay. Pero matarás por la comida mediterránea, pues la añorarás más de lo que jamás pudiste imaginar. Tanto, que olvidarás las diferencias entre Francia, Italia, Grecia, o España. Y si en la oficina te hablan de un restaurante griego llamado Taverne Nefeli a un tiro de piedra de ti, no dudarás ni un segundo en salir pitando a probar esas exquisiteces culinarias tan de casa. Tan frescas. Tan normales. Y te encantará. Y  soñarás con repetir. Porque a quien le importa no entender los nombres de los platos si al final frente a ti encuentras un pescado a la plancha con una ensaladita a su vera.

-          Harás deporte, porque aquí es lo que se lleva. Abandonarás algunos que te encantaban por falta de opciones- como el Padel que en Alemania es sorprendente y repetidamente ignorado- pero te apuntarás a otros nuevos- como correr por Volksgarten o ir a un gimnasio a bailar…ya sabéis qué- y redescubrirás antiguos que en tu país de origen apenas se practican, como el Bádminton. Y te reirás bastante, como yo seguramente en el día de mañana, recordando cuando tenías 12 años y en el colegio te pasabas las tardes corriendo detrás del “volante”.

-          Pasarás frío. Porque es así. En Europa hace frío. Fría, anciana, gris Europa. Nada de 12 grados en invierno, olvídate. Estamos hablando de temperaturas negativas. Muy negativas. Así que tendrás que guarecerte. Podrás quedarte en casa largas tardes de lectura solitaria, sólo acompañado por tus buenos amigos, Agatha Christie y  Tchaikovski. O quizá pasarte por Dolcinella en busca de los cupcakes inspirados en Desayuno con Diamantes “Tiffany Törtchen”, o del nuevo vicio que vaticino desde hoy. A nivel global me atrevería a decir. Porque es cuestión de tiempo que superemos el momento brunch y le demos una vuelta de tuerca más a la tontería gourmet. Yo apuesto desde ahora que el Tea Time es lo que se llevará en el futuro. Una costumbre de lo más british que en este templo de la gourmandise han decidido formalizar los viernes por la tarde. 12,50 euros  y a zampar como si no hubiera un mañana. Tomo nota.

-          Descubrirás el civismo. El de verdad. Del que hablaban los filósofos. Intentarás (repito, intentarás) reciclar. Bajarás suavemente y casi sin percatarte, el tono de voz en el transporte público. Ni que decir tiene que lo de tirar papeles al suelo queda out of the question. Respetarás los horarios y por primera vez en tu vida, llegarás tarde...Máximo 5 minutos. Te sentirás una persona en la oficina y no un mindundi, un trozo de carne sin cerebro por el color de tu cabello o el último tonto de la fila. No tendrás miedo de irte a casa antes de tu jefe, porque sabrás que por primera vez lo que cuenta es lo que haces y no lo que aparentas hacer. Nadie te gritará o te ofenderá sin más, y menos en un entorno laboral. Como decía, educación, y civismo.

-          Llegados a este punto, en el que acabo de leer el post hasta aquí, intuyo también, que empezarás a mezclar tus idiomas y a introducir galicismos y anglicismos aquí y allá, quizá no por dártelas de cosmopolita, quizá sí, pero en cualquier caso dando una impresión a cualquier hijo de vecino, de petardo integral. Exactamente tan petardo como te parecían los que antes que tú, cayeron. Oh la lá my dear.

-          Te sentirás 100% identificado con todo aquel que haya vivido algo lejanamente similar a lo que tú estás experimentando en tus carnes. Llorarás con listas como “33 cosas que te sonarán si vives en Madrid”. Y te reirás con artículos como “10 cosas que debes saber sobre Alemania”.  Porque todo es verdad.

-          Pero por encima de todo, querido lector, te acostumbrarás. Poco a poco la extrañeza dará paso a la normalidad. El choque cultural se suavizará. Y la calidad de vida imperará sobre tu existencia. Una sin incomodidades ni tantas dificultades como cuando intentabas sobrevivir en tu amada pero, en serio, catastrófica, madre patria.  Pagarás un alquiler sin morir de hambre o sisar a los papis. Tendrás una vida más allá del trabajo. Beberás el mejor café que hayas probado en tu vida. Eso sí, lento de narices y del clásico café con leche ni hablamos (cómprate una cafetera). Nadie te impedirá que entres en una tienda con tu pobre e inocente perrito. Y serás considerado como un ciudadano de bien.  (Si. Si eres rubia también.)

El respeto a la persona. Quizá esa sea la clave.
 
Que por primera vez en tu vida no sentirás que el hombre es un lobo para el hombre.

Seguridad.

Por lo demás, es una lista sucinta y desde luego abierta. Mudarse al corazón de Europa tendrá el efecto en tu corazón que tu corazón desee darle. No soy yo quien ha de decirte cómo será para ti. Pero seguramente en algo, te habrás visto reflejado en mí. Y como ahora sabes, es algo de lo más normal.

¿Novedades personales? Daré 3 breves pinceladas.
 
Estoy a 3 días de Madrid. Y hace 3 días se marcharon mis últimas visitantes, dejándome con 3 lágrimas en cada ojo. En 3 horas saldré de la oficina y durante 3 minutos me dedicaré a disfrutar del sol de otoño que ha decidido regresar a nuestras vidas. Pensaré en los 3 departamentos- por fin confirmados- por los que rotaré durante mi aventura en Düsseldorf (1 bueno, 1 malo y 1 que quién sabe, hagan sus apuestas). Y recordaré a los 3 seres vivos más importantes de mi existencia. Aquellos que marcan, sin querer o queriendo, mi estado de ánimo. Aquellos por los que doy mi vida. Aquellos que son mi vida.

3 hemos sido este fin de semana, recorriendo a paso ligero esta ciudad de la que ya no permito (otro curioso efecto de la expatriación) que nadie hable mal. 3 fueron las copas que nos bebimos el sábado por la noche (crece nariz, crece) en el que empieza a ser el sitio de moda en la ciudad. La acogedora morada de mis vecinas. Y 3 fuimos las que la semana pasada por fin tuvimos noche de chicas en Le Local. (Bendito Sauvignon Blanc)

Son 3 los lugares gastronómicos de los que os quería hablar hoy pero ya son 3 las páginas que he ocupado.

3 son los segundos que vais a tardar en roncar si no termino esta verborrea tan confusa, y con 3 palabras más (qué obsesión) me despido.

See- you- soon
 
(babies)
 
Y así rompo la regla. Justo como a mí me gusta.

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