Llegas a la oficina un lunes por la mañana, con la nariz colorada, pashmina al cuello y añorando los
guantes que a saber dónde dejaste. Con cara de susto le dices a tu compi de
despacho “Vaya, ya ha llegado el invierno, ¿eh?” Y como respuesta recibes una
sonora carcajada que augura sin duda grados negativos en cuestión de un mes. Los
expatriados ya hemos sacado los abrigos a pasear, nuevas adquisiciones o no,
dependiendo de lo previsores que fuimos en nuestra última visita a la madre
patria. En mi caso, la mayoría de outfits
invernales descansan en un millón de cajas en un oscuro trastero de Madrid. Así
que habrá que hacer lo imposible por sobrevivir en Düs en modo cebolla hasta
dentro de… 10 días.
Entretanto y para amortiguar el bajón de temperaturas y por tanto de ánimo,
seguimos con visitas y por tanto, con planes. A saber:
Exitazo de materia prima e infraestructura el viernes. El Pescador no me
decepcionó, y lo que por momentos creí que era una trucha, terminó por ser, para
suerte de nuestras papilas gustativas, una especie de lubina espectacular, que
maridó maravillosamente con el lecho de vegetales varios y un rosé francés al
que empiezo a aficionarme peligrosamente. Simone Ortega es la mejor amiga de
cualquier aspirante a cocinitas de procedencia española, y quien diga lo
contrario, miente.
El sábado, además del clásico “del sofá a la cama y de la cama al sofá”,
decidí hacer incursión en la mencionada Genuss ohne Strom, que efectivamente resultó… Bueno, oscura.
Tan oscura que casi nos fuimos de Weinlokal Galerie Am Karlsplatz, pensando que
estaba cerrada. Eché de menos las velas que en otros locales desplegaron todo
el romanticismo correspondiente, pero fue interesante en cualquier caso, y la
vinacoteca en cuestión, hasta donde pude adivinar, muy mona. Eso sí, precio
alemán queridos.
Tras la primera copa, y abandonando el pas de deux, fuimos en grupo a cenar a Okinii, uno de los múltiples restaurantes japoneses de
Immermanstraße, la calle nipona por antonomasia, de la que creo haber hablado
anteriormente. Japos son los restaurantes, japos los hoteles y las tiendas, y japos son las caras que te encuentras a tu alrededor cuando visitas dicha zona. Sólo puedo decir que volveré. Me encantó la relación calidad-precio,
el concepto “come todo lo que puedas y sigue siendo cool”, la música lounge, la
decoración moderna y con iluminación en rojos, el ambiente pre-fiesta, el hecho
de poder pedir 40 platos cada 10 minutos por medio de un ipad colocado a la sazón en cada una de las mesas, y hasta las
figuras de budas gorditos y samuráis variopintos que aparecían casi en
cualquier esquina. Ojito, conviene siempre reservar.
Salimos rodando y fuimos a
parar a Rudas Studio, una nave
industrial hecha discoteca en la zona de Medien Hafen, que descubrimos hace un
par de semanas y que hizo las delicias de mi acompañante trasladándole
momentáneamente a sus años mozos de discotecón hortera de bum, bum, bum. La
música, en mi opinión, perdió, comparada con la que disfruté la primera vez. Pero en fin. Bum, bum, bum.
Y así llegó el domingo. Y yo tenía un plan. Un gran plan de hecho. Uno de esos originales y
monos. De esos que recuerdas. El jazz-brunch
de Tonhalle. Y allí fuimos, dando un
paseo ideal rodeados por parques aún más ideales. Y allí llegamos y el ambiente
era elegante y selecto (bien, un pelín viejuno, pero fabulous fabulous) y la comida tenía una pinta estupenda y la
música nos rodeaba, suave y ligera. Y entonces, sólo entonces, nos dimos cuenta
de que había que pagar con cash. Y
ahí terminó el sueño. Porque a nadie se le ha ocurrido poner un cajero en las
inmediaciones del auditorio de Düsseldorf, señores. Para qué, ¿verdad? Si vais a
un concierto en Düs acordaos de llevar dinero contante y sonante u os quedaréis
como nosotros. Compuestos y sin plan. Al menos hasta el mes de diciembre, en el que pienso ir a por la revancha.
Atrasos de tecnología, en fin, que ponen a mi acompañante
de muy mal humor y que a mí me hacen tener que optar por un plan B improvisado
que no me hizo mucha gracia. Porque hace tiempo me puse a buscar las mejores
hamburguesas de esta ciudad, y mi olfato me llevó como sabéis a la mejor que he
probado en años, por obra y gracia de The Bronx Bar. Sin embargo, si buscáis
online, la mayoría de las páginas os dirigirán a Space Burger. No diré más que
una cosa. No pienso regresar. Nunca. Jamás. Sólo un magnífico capuchino, dos
cupcakes y unos macarrons de pistacho
y mora para llevar, todo por cortesía de Sugarbirds Cupcakes, me hicieron volver a sonreír y a
pensar “aún hay esperanza para el post de principios de semana”.
Y así hemos llegado al día de hoy, queridos, a principios aún de una semana fría, fría,
fría. Preveo días de encierro, poco gasto y si acaso un poco de zumba (oh si, la adicción continúa) por
hacerme la ilusión de encontrarme en tierras más cálidas.
A 4 días de la
próxima visita, y con la casita aún hecha un desastre, ya ando pensando en planes
para el próximo fin de semana. Uno fugaz, y frenético, que me llevará a recorrer
la ciudad en menos de 48 horas, (guía rápida de Düs para viajeros con prisas, se titulará) a zamparme el codillo correspondiente al mes de
octubre, y sobre todo a ponerme al día con mis dos amores de la facultad.
Parece mentira la velocidad a la que transcurre el tiempo desde hace semanas. Los añorados que se acercan a estas lejanas tierras para compartir conmigo unos días, el hecho de tener tras tantas luchas una conexión eficaz y en condiciones que me permite estar en casa horas y horas sin problema, y sin duda el cambio de fase en la que me hallo, hacen que de repente me sienta muy cómoda en esta ciudad. Una que ya controlo (dentro de mi personal caos espacial). Y una que, he descubierto, has de aprender a querer, pues, como los amores de verdad, es más de maratón que de 100 metros lisos.
El otoño pasa volando, y en cuanto nos descuidemos (nos lo empiezan a recordar algunas tiendas de avanzadilla), será navidad.
Por lo demás, Madrid me espera a la vuelta de la esquina. Parece mentira la velocidad a la que transcurre el tiempo desde hace semanas. Los añorados que se acercan a estas lejanas tierras para compartir conmigo unos días, el hecho de tener tras tantas luchas una conexión eficaz y en condiciones que me permite estar en casa horas y horas sin problema, y sin duda el cambio de fase en la que me hallo, hacen que de repente me sienta muy cómoda en esta ciudad. Una que ya controlo (dentro de mi personal caos espacial). Y una que, he descubierto, has de aprender a querer, pues, como los amores de verdad, es más de maratón que de 100 metros lisos.
El otoño pasa volando, y en cuanto nos descuidemos (nos lo empiezan a recordar algunas tiendas de avanzadilla), será navidad.
Madrid con todo lo que
implica. Madrid con su electricidad. Su acogedor ajetreo. Siempre Madrid. En la
lejanía. En el corazón.
Un momento. Poned el oído. Casi puedo oír ya maullar a los gatos.
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