viernes, 8 de noviembre de 2013

Y que todo vaya bien.

Llevo unos días malos. Sabéis lo que es eso, claro. Días en los que lo que menos te apetece es escribir. Y de apetecerte, desde luego no será acerca de cosas bonitas. Días de esos en que lo que percibes a tu alrededor no es más que caos, y locura.  Y días en que nada parece salir como debería. Días de lágrimas, a veces. O de gritos. O de desesperanza. Sabéis de lo que os hablo. Lo habéis vivido.

¿Y ahora? Ahora se trata de dilucidar opciones.

Opción A- Quedarte en cama toda la semana, pretendiendo que el mundo no existe. Dejar de escribir.

Opción B- Tomarla contra el mundo. Escribir. Vomitar palabras de ira y dejar que el rencor se te meta bajo la piel. Universo V.s Tú.

Opción C- Beberte un vino. Escuchar la lluvia. Echarte una carrera por el parque más cercano y retomar la escritura justo donde la dejaste. En el jueves pasado. Y reirte.

¿Qué os parece? ¿Vamos a por la C?

"Nació con el don de la risa, y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese fue todo su patrimonio."- Scaramouche-

A veces pasa. Cuando menos te lo esperas, te das cuenta de lo bien que estás. Y resulta curioso porque cuando vienen las vacas flacas se hacen notar. Sin discreción ninguna. Cual elefante en una cacharrería. Qué penita más negra y maldita sea mi suerte. Esas cosas. Sin embargo, cuando es de las plácidas y gorditas de las que hablamos, éstas son tímidas, silenciosas, y apenas perceptibles, hasta que un buen día dices, "Caramba, que a gusto estoy".

Comienza el quinto mes de mi estancia en Düsseldorf.

Son 4 ya los que llevo a mis espaldas, y no puedo dejar de sorprenderme ante el dinamismo de cambios que hemos vivido hasta el momento. Sin pausa, la vida aquí se ha ido transformando a la velocidad de la luz, y apenas podemos recordar ya cómo éramos al llegar a estas tierras. La evolución se ha dado sin descanso durante estos meses en todos nosotros, y al fin ha llegado la calma. Como decía, sin previo aviso. Y casi podría decir que me siento como en casa.

Tanto, que a todo el que pillo por delante le hago partícipe de lo cómoda que me encuentro actualmente. Todo influye, supongo. Desde tener la posibilidad de pasarme horas pegada al ordenador, viciada con la serie de turno, a poder hacerme la ilusión de ver una peli con alguien que se encuentra a cientos de kilómetros. (100% coordinados, gracias al cielo que existe Skype, próxima tentativa, copas cibernéticas con amigas), todo ello pasando por el dominio de la ciudad, de los tranvías varios y de los mejores sitios para comer o tomarme un vino a un precio decente, sin olvidar la experiencia ampliamente controlada de hacer la compra en alemán (Os podéis reír, pero comprar un desatascador con lejía en esta tierra no es tarea fácil, amigos).

Por eso, por lo que ha costado que llegara la calma, resulta molesto cualquier "bache" nuevo en el camino.

Resulta molesto, por ejemplo, tener unos días malos. Te rompe el ritmo y la sintonía en la que por fin bailabas cómodo.

También es molesto perder a una de los nuestros. Otra que se nos ha ido. De vuelta a su hogar. Aunque a menos distancia que la anterior, el frente francés toma la retirada y nos deja un vacío dificil de llenar. No será lo mismo tomar un Riesling en Drei Raum sin ella. Ni que todas las copas sigan llenas excepto la suya y la mía. Una menos al fin y al cabo.

Así que decidimos despedirnos como Dios manda el miércoles de la semana pasada, probando un nuevo restaurante en la zona de Flingern, bastante cerca de casa, y que estaba desde hace semanas en mi lista de espera. Su nombre es Dr Thompsons, y para los que no hayan sufrido ya mi obsesión con esta historia, se trata de la antigua fábrica de la marca de jabones que le da nombre al restaurante (al que por cierto, nota jurídica, se le cedió el nombre comercial con la condición de que no se fabricaran o comercializaran jabones en dicho establecimiento). Es un lugar muy especial en el que sin duda repetiré. Carne a la piedra, pizzas artesanales y una carta con más de una nota española. 3 espacios restaurante-lounge-club integrados en 1, una decoración mitad industrial mitad vintage y música en directo. ¿Qué más se puede pedir?

El jueves, también de la semana pasada, noche de Halloween, aprovechando el viernes festivo, y por darle un grandioso último recuerdo a la que se nos iba, dimos buena cuenta de lo que ofrecía la noche de la ciudad, el Getränke Temple, y mi coqueto apartamento, que quedó como de costumbre, en condiciones deplorables. Pero fue una gran noche. Una que nos dejó destrozados para el resto del fin de semana, pero que no impidió que nos acercáramos a Gut und Gerne a echar un vistazo al chocolate artesanal con el que se me hace la boca agua y que va directo a la lista de cosas que llevar en navidades como regalito typisch deutsch.

Porque lo creáis o no se acerca la navidad. Eso es así. (Y los pimientos son "asaos", que dirían en mi tierra). Y mi cabeza es un hervidero de nuevas ideas. Ideas que tienen que ver con luces de colores, con gänsekeule (muslos de ganso) en noviembre, con dulces navideños alemanes a partir de finales de mes y el no menos dulce Glühwein que aún no he probado pero que me muero de ganas por catar (vino calentito con canela, anís y especias, típico de las fechas navideñas en Alemania). Ideas que alimentan el imaginario en lo que se refiere a pueblecitos pequeños, antiquísimos, heladores y con mercadillos de navidad de auténtico cuento de hadas. Escapadas obligatorias como por ejemplo Aachen donde existe un balnerario de morir, o Satzvey con su castillo medieval, todo a menos de 1 hora de camino en tren desde Düs y perfectos para un día de excursión. O una noche acurrucada en una completísima cabaña de madera en un bosque del norte, en Resort Baumgeflüster. O ¿Por qué no? Un fin de semana en un castillo en el bosque de Turingia.

Ideas, en fin, que enmascaran por un instante el hecho de que llevemos días y días sin ver el sol. Y el cabreo ante la cancelación de la ruta Düsseldorf- Madrid por parte de nuestros ami-enemigos de Ryanair.

Ideas que hacen que tenga ganas de que pase el tiempo. Que vuele hacia los 6 meses de estancia en estas tierras, que en nada podré celebrar. Y que nos encontremos ya en la época del año por excelencia en la que este país se convierte en mágico. Quiero verlo. Vivirlo. Y sobre todo, disfrutarlo.

Porque a veces, cuando menos te lo esperas, te das cuenta de lo bien que va todo. (Si, si, a pesar de los baches y los días malos.) De lo bien que estás tú. De lo que te gusta todo.

Y en esto que ayer por tarde me sorprendí a mi misma de esta guisa:

Deportivas en los pies. Leggings de deporte, parka blanca con capucha bajo la que ocultaba una cola de caballo y la mirada perdida en mis pensamientos. Nada de música. Sólo el silencio a mi alrededor. Libro bajo el brazo y sobre mi... Lluvia al estilo germano. Sin pausa. Sin piedad. Y mientras semejante chaparrón me caía encima y sin inmutarme lo más mínimo, disfrutaba del paseo desde el gimnasio hasta casa, sin esa prisa que heredé de Madrid, y que me traje conmigo pegada a la piel como si fuera una enfermedad, de repente me detuve un instante al abrigo de un portal porque la necesidad de tomar nota de estos pensamientos que ahora escribo era más fuerte que yo.

Porque justo en aquel momento tuve una turbadora revelación.

Oh-Dios-mío-no-me-lo-puedo-creer.

Me he convertido en alemana.



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