martes, 24 de junio de 2014

Por el recuerdo

"La vida es tan incierta, que la felicidad debe aprovecharse en el momento en que se presenta."
El Conde de Montecristo- A.D



Pasamos por esta vida. Y luego, nos vamos.

Un viaje.

Y más allá de toda concepción religiosa, más allá de toda vertiente ideológica, la verdad es que nadie puede decir a ciencia cierta lo que ocurre después de llegar al innegable destino. La página final de la novela.

Por eso, cobra especial importancia lo que vivimos, lo que hacemos, lo que sentimos y lo que disfrutamos a lo largo de este viaje. Porque al final, es lo que nos llevamos. Una maleta llena de recuerdos. Con una tarjeta que ponga "que me quiten lo bailao".

Y a veces ocurren cosas que a todos nos hacen pensar en eso. En el viaje.  En lo que dura. En si hemos aprovechado cada sorbo de aire, cada momento especial, cada instante mágico.  En el tiempo que perdemos, a veces, viviendo, diríase, la vida de otra persona, leyendo páginas que no nos corresponden. Que no tienen nada que ver con nosotros.

Por eso es extraordinario conocer a personas que hayan tenido el valor de vivir exactamente la vida que han querido. Tan fuertes. Tan libres. O con tanta suerte. Ese tipo de personas no abundan. Y yo conocí brevemente a alguien así.

Contradictorio, controvertido, mil veces incomprendido y quien sabe si otras tantas erróneo. Pero fuerte, obstinado,  dandy hasta el final, divertido, y bon vivant convencido. Afortunado. Hizo el viaje que le pareció oportuno. Como Hemingway o Dumas.  Por su carácter se definió y por él lo conocieron. Y lo amaron. Lo recuerdan, y su memoria pervivirá.

Todo un carácter.

Así lo recordaré yo, al menos. Y así he querido dejarlo escrito.

Al lector avispado no le habrá pasado inadvertido el hecho de que a mi me gustan los viajes. Me declaro viajera empedernida y jamás turista. Me gusta cada uno de los elementos que confluyen en un viaje, desde los meses previos a emprenderlo, cuando no es más que una leve llamita en el interior de un alma inquieta, voraz de nuevas aventuras, de nuevos sucesos que contar a los eventuales futuros nietos, hasta mucho después de haberlo llevado a cabo, cuando las imágenes se vuelven borrosas por el paso de los años, y la línea entre lo que fue y uno cree que fue se desdibuja dejando paso a una placentera nebulosa que acompaña en los momentos difíciles o de máximo aburrimiento.

Y cuando el bolsillo no acompaña, o no se han dado las circunstancias, o, la verdad, aunque la vida sea bella y me la pase de un lugar a otro,  también adoro las novelas de viajes. 

Quizá por el momento de la vida en el que me encuentro. Quizá porque son estas novelas las que han acompañado la mayor parte de mis noches tristes y llenado mi soledad desde que me marché de mi país. Quizá porque la vida es eso. Un viaje.

O quizá porque Dios los cría y ellos se juntan. 
 
La cuestión es que pocas experiencias me resultan más agradables en los últimos tiempos que plantarme en frente de mi, después de un año, abigarrada biblio-estantería y pensar "¿Dónde me apetece estar hoy?" Podría viajar al Nueva York de los años 20, o vivir un amor imposible en plena segunda guerra mundial mientras recorro las 7 partidas en busca de una reliquia perdida. O quizá trasladarme unos años antes, cuando Berlín pertenecía a los cabarets y a las almas perdidas que por ellos deambulaban. Podría embarcarme en una trepidante aventura de espadas e intrigas palaciegas en la corte de Luis XIV o ponerme en la piel de los no tan antiguos colonos españoles de los 50. Vivir un tiempo en una bella isla del mediterráneo o resolver un misterio a bordo del Orient Express.

Porque a través de los libros, por un tiempo, vives y sientes otro lugar, otra época. Y desde tu mullido sofá ves el mundo a través de la pluma de quién estuvo allí o que simplemente lo imaginó como lo has hecho tú mil veces, dándole luz a las zonas sombrías, y aportando imágenes donde la imaginación quizá no llegaba. 

Al principio de toda novela de viajes, el protagonista se desplaza  a una tierra desconocida, a veces agreste, a veces hostil, a veces exótica, y a veces simplemente lejana. Me gusta conocer de los primeros baches, de los primeros obstáculos a los que habrá de enfrentarse. El choque con una cultura ajena, con un modo de vivir extraño, que mil veces le producirá un rechazo ancestral, por el natural miedo a lo diferente que anida un poco en todos nosotros. Me gusta siempre ser testigo de la transformación. De ese cambio al principio imperceptible que va dándose en nuestro héroe a medida que crece, madura, y aprende. Notar cómo empieza a valorar lo que tiene y lo que ve, cómo se va acercando al nuevo mundo en el que vive. Cómo empieza a disfrutar. Me gusta esperar a que encuentre el amor, cosa que normalmente hace en aquellas inhóspitas tierras (Porque ya lo dicen en Españoles por el mundo: Me fui por una beca y me quedé por amor). Y me gusta, por encima de todo, cuando al final descubre cuan hondo ha calado en su ser aquella tierra en principio tan ajena. Cómo habrá aprendido a quererla.

Y cómo ésta se habrá adueñado de una parte de su corazón para siempre.

Me pregunto si será eso lo que sienta el día que deje Düsseldorf. Si una parte alemana anidará para siempre dentro de mi, como anida una extraña aunque muy querida parte francesa.

No sé si algún día seré capaz de escribir algo más que un montón de líneas desordenadas. Pero si lo consigo, si algún día escribo de verdad, sé que será una novela acerca de un viaje. Como este. Un viaje iniciático, de esos que cambian. Un viaje a un lugar lejano y diferente, o quizá a varios, que enseñará al héroe un par de cosas importantes acerca de la vida, que le hará aprender a base de obstáculos y que conseguirá que por fin se conozca a si mismo. Un viaje, también, en el que conocerá el amor. Un amor, seguramente inconveniente, difícil, inesperado y sorprendente, que cambiará su interior de manera irreversible, y que si sólo si es honesto, listo y tiene suerte, conseguirá conservar para siempre.  Un viaje que le hará convertirse en…Todo un carácter.

Y así, queridos amigos, es como se desvela en primicia mundial una novela que no existe, que no tiene ni cuerpo ni forma, pero que forma parte de mi imaginación, y que quizá, sólo quizá, un día esté en vuestras manos. ¿Por qué no?

Hace falta valor, carácter, inteligencia y suerte para vivir la vida que queremos. Hace falta tener ojos en la cara para ser capaces de disfrutar de cada momento como si fuera el último, y para valorar sencillos placeres que son los que hacen la vida lo que debe ser. Hace falta no ser un necio.

Hace falta una combinación explosiva para llevar a cabo esa aventura. El viaje para el recuerdo.

Pero ya se sabe que es eso lo que cuenta.

Porque no es el destino. Es el viaje.