lunes, 30 de septiembre de 2013

El enredo de la bolsa y la vida.

Antaño, los bandidos atacaban al inocente viandante al grito de "¡La bolsa o la vida!"
 
Y a veces parece que es la misma vida la que se encara contigo, te pone entre la espada y la pared, y se convierte en villana por derecho. O quizá exagero.
 
El título del libro que estoy leyendo me viene que ni pintado para el post del día de hoy. Porque hoy es uno de esos días en los que me hago preguntas existenciales. Preguntas como “ ¿No tenéis la sensación de no poder estar nunca realmente tranquilos porque siempre, siempre, siempre viene la vida a sacaros de vuestra zona de confort... otra vez?”
 
Si no es el dinero, es la vida. Si no es la vida, es el dinero. Aquello de la cal y la arena.
 
Recuerdo haber oído que el amanecer más bello siempre aparece tras la noche más oscura. También me sirve lo de que cuando tocas fondo no puedes ir más que hacia arriba. Al fin y al cabo, las más profundas reflexiones existenciales, así como las mejores y más ocurrentes ideas, vienen siempre en los momentos de mayor oscuridad. O en exámenes. Eso también.
Pero toda esta verborrea incongruente no es la cuestión, ¿Verdad?
La cuestión es que tras 3 meses de aislamiento social, de trifulcas con el infame casero conocido ya por méritos propios, de depresivas noches de CNN y Amanpour, (con todos mis respetos a la dama del periodismo internacional) de conversaciones por Viber a base de consumo de datos e interrumpidas cada medio minuto con un “¿Oyeeee? ¿Me oyeeeees? Nada, esto no se oye”, de películas en alemán que al cabo de 20 minutos se convierten en mi anestésico personal, y de ir a la cama a las 23h porque qué puñetas puedes hacer si no… Después de todo, internet es mío. Nuestro en realidad, porque hemos contratado (una vez superados todos y cada uno de los obstáculos de intendencia, que creedme, han sido muchos) el más super-mega- pack- hiper- potente con una capacidad astronómica que nos permite estar conectados a 3 apartamentos distintos. Y así es como, cuenta la leyenda, se hizo la luz.
Esta semana me ha dejado destrozada, física e intelectualmente. A raíz de mi esperadísima visita, durante 7 días no he parado ni un segundo. Apenas he visto mi casa, y he hecho casi cada día malabarismos con las horas de oficina, el turismo de tarde y el sueño atrasado. Pero ha merecido la pena. Mi huésped ha tenido la gran aventura que necesitaba. Yo he tenido a mi lado a la amiga que necesitaba. Y Düsseldorf ha tenido dando vueltas, para arriba y para abajo a las 2 españolas, como la noche y el día, que claramente necesitaba.
Hemos bebido Altbier, en Alstadt y en Ratinger. Hemos paseado por Königsalle con los dientes largos. Hemos ido a Cubanitos una noche más, huído de una tía loca que hacía la croqueta en un bar vacío y catado una nueva discoteca de moda en Medienhafen llamada Rudas. Hemos sido las más gorditas en el brunch de Les Halles. Y nos hemos gastado 9,50 euros en una copa de vino en lo más alto de la RheinTurm. Hemos preparado (digamos “hemos”) tortilla y pisto, bebido tequila y desayunado risotto. Hemos ido al restaurante más antiguo de Düs y zampado codillo y puré de patatas como si no hubiera un mañana. (A codillo por mes que voy) Hemos reído a carcajada limpia con las perlitas soltadas el día después. Hemos hablado y hablado y hablado.
Hemos recordado, creo, una época pasada, en un edificio que se caía a trozos, pero que nos dejó marcadas. Una época de errores garrafales, de verdades como puños y de duro aprendizaje. Una época más loca también. Aquella época en la que éramos tan jóvenes. Y tan inexpertas. La época en la que se fraguan las amistades más largas, dicen. Sean como sean. Con altibajos y con peleas. Pero auténticas. De esas que sabes que te llevarás contigo a la tumba.
Hemos visitado el Palacio de Benrath y nos hemos dejado llevar por la naturaleza de sus jardines y del bosque alrededor. Y nos hemos imaginado vestidas de largo, en un baile eterno y haciéndonos miles de fotos como las princesas que somos. Nos hemos acercado a Colonia tras una larga noche de fiesta, para descubrir que:
1. Düs mola más que Colonia.
2. La Kölsch y la Altbier no tienen NADA que ver. No hay competición.
3. La catedral de Colonia es una maravilla, desde abajo. Subir a la azotea te hace desear la muerte y por desgracia no está muy cuidada. Hoy sigo con agujetas. Dice una amiga que así es como han de verse las catedrales. De resaca y a patas. Y no sé si será así. Pero este viene siendo mi estilo desde hace unos cuantos viajes. Aviso. Lo peor no es subir. Sino bajar.
Me gustan las semanas como estas. Llenas de planes y de aventuras varias. Pero hoy el descanso impone su presencia sin dar lugar a discusión. Hoy necesito soledad y, quién iba a decirlo, un poco de aislamiento. Hoy es un día de reflexiones profundas.
Reflexiones sobre la vida. Sobre las vueltas que da. Sobre dónde estaba entonces y dónde estoy ahora. Sobre no caer 2 veces en la misma piedra. Sobre planes que vienen y van. Sobre otros que cambian. Sobre adaptarse a las circunstancias. Sobre sobrevivir.
Y reflexiones sobre mi misma. Porque, siempre lo digo, de eso va también el asunto de irse fuera. Descubrir quién eres realmente. Qué es lo que quieres. De qué eres capaz. Y a lo que no estás dispuesto.
Dicen que lo que no te mata, te hace más fuerte.
La fortaleza dependerá de ti.
La bolsa y la vida harán el resto.
 

 

lunes, 23 de septiembre de 2013

Elecciones

Por consejo clarividente de una amiga, titulo este post como antecede, y aun a riesgo de provocar más de un bostezo, procedo a embarcarme en una reflexión de carácter socio-político.

Ayer, día 22.09.2013, Frau Merkel vencía con un 41,5% en las elecciones alemanas. Las primeras desde la crisis del euro, tal y como se empeña en recordarme cada medio minuto mi amiga, la CNN. Y es un buen tema de conversación el asunto de las elecciones, ¿Verdad? En España, desde luego, sería la comidilla del pueblo. Porque nos gusta más un corrillo de marujas que a un tonto un lápiz. Aquí, sin embargo, es curioso cuán discretos me han parecido los alemanes con respecto a su elección de gobierno. El otro día, sin ir más lejos, a un compañero italiano, 3 Altbier de por medio ciertamente, se le ocurría, ante los estupefactos germanos que nos acompañaban, preguntar a quién pensaban votar y si “la Merkel” se quedaría con nosotros una temporada más.  
Nota mental. Aquí el voto es secreto de verdad.
Hoy sin embargo, en la oficina, he tenido la oportunidad de charlar con mi mentora un rato acerca de los resultados, y he captado de nuevo esa diferencia de sentimiento acerca de la política en general, y en fin, de los asuntos de estado, que percibí ya hace un tiempo entre este país y el mío.  Cuán diferentes son las preocupaciones que atenazan a los votantes en uno y otro estado. Y cuán diferentes resultan los votantes en sí mismos. En España, vayas donde vayas- pongamos que a cualquiera de los 200.000 bares en territorio nacional de los que tanto nos enorgullecemos- si pones mínimamente la oreja, tendrás la oportunidad de escuchar sin duda frases relativas a la corrupción de nuestros políticos, la escandalosa tasa de paro, lo mal que Fulanita se siente en el trabajo porque el jefe la trata como si fuera basura, la úlcera que va a acabar padeciendo Menganito por la cantidad de horas extra que realiza en la oficina por falta de personal o por miedo al despido, las millones de entrevistas que hace ese joven posgraduado sin que haya forma de encontrar un empleo digno, o el enésimo master que otra joven promesa ha decidido cursar a cuenta de los progenitores con los que vive a sus 30 años, “mientras no salga nada mejor”. Todo ello rehogado con un poquito de ¿Has visto “Quién quiere casarse con mi hijo”?, o “Gran Hermano edición 1.000”, o mira que pedazo de Smartphone nuevo tengo o qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte, mira de lo que me he enterado de esta o de la otra.
Así somos. Y así seremos. Y por qué negarlo, en muchas de esas conversaciones también yo he participado, sobre todo cuando me encontraba sumida en el desesperante proceso de encontrar un nuevo empleo.
Aquí todo parece más…Civilizado. Las preocupaciones son otras, mucho más acordes con un país avanzado y en una posición económica envidiable. Si bien es cierto que hay escisiones, como en todos los países (Ah, la condición humana…), aquí relativas a la aún reciente brecha entre las dos Alemanias. La subida de la izquierda sobre todo en la zona este, es motivo de leve preocupación al menos en Düsseldorf, porque dicha fracción según el sentimiento general (insisto, es lo que yo he oído) tiene ideas excesivamente keynesianas y antiliberales, y aquí gusta la libertad, la independencia y la riqueza. ¿Y el paternalismo? En mi modesta opinión sí, ma non troppo. Los alemanes quieren seguridad y estabilidad, pero en general, también creen en la ideología de Adam Smith y en que cada uno se saque sus castañas del fuego y se gane el derecho a tener más o menos.
Quizás me extralimito en mis conclusiones y desde luego no pretendo herir sensibilidades. Esta es sin duda una visión superficial y sesgada de un país entero. Pero es la sensación que, aquí en Düsseldorf, yo tengo. Y así os la transmito.
Los altos impuestos, si habrá suficientes pensiones para todos (porque la población envejece por momentos en tierras germanas por lo visto), o qué tipo de programa han de aportar a los ruinosos países sureños  para que salgan a flote (no me des pescado, dame una caña y enséñame a pescar) quedarán momentáneamente  en segundo plano, hasta que se decida qué tipo de coalición se llevará a cabo en el gobierno. Y no es un asunto fácil, al quedar fuera de juego el lógico aliado (por ideología y programa). Se han iniciado conversaciones en este sentido, según todos los medios. Veremos que ocurre.
Y como de elecciones va la cosa, permitidme que os cuente las mías durante este fin de semana.
Tranquilidad. Tranquilidad y vida normal han sido mis dos máximas estos últimos días, que he tenido la suerte de compartir con cierto caballero español, que ponía por segunda vez los pies en estas tierras.
El viernes cena casera, un Pinot Grigio helado y mucha, mucha conversación. Por cierto a colación del vino, me gustaría saber, si en el súper puedo comprar aceite de oliva virgen extra a menos de 3 euros, y vino blanco por el mismo precio…Todo procedente de Italia… Dónde demonios están los productos españoles, y por qué narices no estamos exportando como posesos a Alemania. No soy una experta en análisis de mercados, pero no hace falta ser muy listo para saber lo que les gusta a los germanos la comida mediterránea. Así que señores… ¿Qué estamos haciendo?
Sigamos con el finde.
El sábado, salí correr por Volksgarten con mi compañero “findesemanero”, y disfrutamos del aire libre, la vegetación que sólo se encuentra en los países nórdicos, y los cisnes que rondan los riachuelos y lagos que aparecen aquí y allá. Y además de marcarnos una paella en el jardín, una vez que el tiempo al fin nos ha dado tregua, recibí un regalo muy especial. Uno que me hizo la persona más feliz del mundo. Uno que me trasladó momentáneamente a los tiempos sin internet en el colegio mayor. Cuando nos llamaban a través de un artefacto que nunca antes, y nunca después volví a ver en ningún otro lugar, denominado “la chicharra”. Uno que seguramente nadie entienda. ¿Su nombre? DVD. Así es. Y de repente tengo por delante tantas horas de series, películas, y la hora de José Mota (algo que a alguien le pareció la idea del siglo traerme desde Madrid) que la vida parece simplemente otra. No intentéis entenderlo. Pero la vida sin internet es muy dura amigos.
El sábado por la noche cené en un lugar que recomiendo desde ya a todo el que se traslade o visite esta ciudad. TheBronx Bar. Bastante cerca de casa en realidad. Y sobre todo, la mejor hamburguesa que he probado en mucho tiempo. Trüffle cheese Bööörger acompañada de  una botella de Merlot francés, con posterior Gin Tonic. De morir. Un lugar pequeño y ruidoso, con una decoración ideal, y un ambiente delicioso que bien podría darse en mi añorada Madrid. Quedé encantada. Y volveré.
Y el domingo se acabó. Un café con leche (Que acabo de descubrir 3 meses después de llegar, que es posible pedirlo y que te lo den) en el Bistro Drei Raum (Que todos conocemos ya) y al aeropuerto.
Y se fue. Y atrás quedó este fin de semana tan…Normal. Tan como los de antes. ¿Y ante mí? La temida, inevitable y más absoluta ausencia. C´est la vie. (Pero ojo. Con DVD)
Hoy es lunes en cualquier caso, y tras la limpieza general de las últimas horas del domingo, mi casa, que no la nevera (por el momento) está lista y presta a recibir a su próximo huésped. Llegará esta noche. “Düsseldorf, la gran aventura” será el título de su viaje. Y yo esperaré impaciente su llegada hasta la 1 de la madrugada.
Mucho me he extendido en este post sobre las elecciones. Pero es un término tan amplio que bien podría ocuparme 10 páginas más. (Así es queridos, antes de publicar, escribo a mano o en Word)
Lo curioso de las elecciones es que por mucho que planees, intuyas, eches mano de estadísticas o humedezcas un dedo para adivinar la dirección del viento…Nunca sabes si escogerás el camino adecuado. Únicamente puedes lanzarte a la piscina, porque las elecciones se imponen en tu vida de un modo u otro.
¿Y después? Cruzar los dedos para que todo vaya bien. Para que el político no te falle. Para haber escogido a la persona correcta. Para haberte decidido por el trabajo adecuado. Para haber tirado por el camino para el que estás destinado.
Porque la verdad es que cuando eliges, eliges. Lo que ocurra después no dependerá tanto de ti como de la suerte o el sino, o la fatalidad según el caso.
No mirar atrás ni para coger impulso. Un buen consejo mil veces oído de la boca de alguien muy sabio.
Porque quieras o no, querido lector, si eliges, te la juegas. Y el que no juega no gana.
Y en fin, por resumir...
Que la suerte está echada.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Epifanía de madurez


 “La segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer”
Y vosotros diréis que con 27 añazos, camino de los 28, y- Dios- a casi 2 de los 30,  habiendo vivido fuera del cobijo materno desde los 17, con mil aventuras a mis espaldas y aún más desventuras, sabiendo latín como sé en más de una cuestión, y habiéndome caído y levantado más veces de las que puedo recordar, ya debería haber superado el complejo de Peter Pan.
Pues no.
Siempre he pensado que hacía falta estar hecho de una pasta especial para vivir fuera del país de origen. Lejos de toda referencia familiar. Lejos de todo lo conocido. Lejos de lo seguro. Pero lo que no sabía es que al marcharte, lo que sucede en tu persona es una especie de metamorfosis kafkiana que va del simple pato mareado, al niño enrabietado de 5 años, pasando, qué duda cabe, por el ridículamente tímido, confuso, y perdido adolescente incapaz de reaccionar ante los envites que la vida decide dedicarle día sí, día también (Porque así es la vida amigos. Y ya lo sabíamos). Así que si he de sacar conclusiones, en lo que a mí respecta, me quedo con dos únicas opciones finalistas:
O todo es muy difícil.
O te ha dado un aire, maja.
Y no puedo dejar de preguntarme en qué momento pasé de sentirme una mujer de mundo y  cosmopolita a una pringada integral.
¿Me imaginaba lo dificilísimo que iba a resultar adaptarme a estas tierras? Bueno, desde luego las dificultades entraban en mis planes, pero he de reconocer que más en lo abstracto que en lo concreto, y más en lo relativo a la experiencia global que en el día a día. Si tuve en cuenta que todas esas pequeñas cosas, esos pequeños trámites tan engorrosos como necesarios en la vida moderna con los que tendría que lidiar yo sola (Sola, sola, sola) al trasladarme aquí, confieso que no. No lo hice. Me las prometí felices cual perdices con mi flamante nivel alto de inglés, el bilingüismo francés, el español materno y la educación internacional. ¿Y sabéis qué? Me han dado hasta en el velo del paladar.
Pero digamos que esto es parte de la experiencia, y que precisamente por estos momentos de desesperación, toda esta aventura resulta tan enriquecedora. Dicho lo cual, creo que ha llegado el momento de hacerse mayor queridos lectores. Dejjar de llorar por la leche derramada (de entre todas las expresiones castizas, qué horror de elección, la mía). Eso es. Coger el toro por los cuernos. Yo me he hecho la cama y yo me acostaré en ella. (Y se me fue de las manos)
Y hasta que todo se estabilice (conexiones, presupuestos, internet, relaciones varias, pérdida/robo de aparatos electrónicos etc etc etc.) sólo queda… La introspección.
Una buena palabra, “introspección”. Cuantos usos puede dársele. Una palabra larga, y con contenido. Complicada, de esas que terminan en “-ción” y por tanto de las que traduces tal cual al inglés y te quedas tan fresco, eso sí, rogando porque la cara de tu interlocutor no confirme que quizá te has marcado un invento de los que hacen historia. Una palabra de esas que quedan de muerte en una buena discusión. “Un poquito de introspección es lo que te falta a ti”. De esas que tu madre soltaba en plena charla por llegar más tarde de las 23h. Y una palabra que me viene mucho a la cabeza últimamente.
Es lo que tiene seguir (3 meses después) sin internet. (Y dale con la burra al trigo) Porque el gimnasio, los libros y la CNN dan para lo que dan. Y al final, sólo te queda pensar. Pensar y observar. Observar y pensar. Ver pasar la vida de los demás a falta de una peli más interesante (o en un idioma comprensible). Sus decisiones, sus arrebatos sentimentales, sus frustraciones  y sus locuras. Sus amoríos, sus aventuras y sus rupturas. Sus mentiras, sus actos heroicos, sus éxitos y sus fracasos. Y luego ponerte a pensar en tu vida. Y de repente tener conciencia de la magnitud de tus propias decisiones. Las que te han llevado a donde estás. Y empezar a considerar las variables de la ecuación que es tu felicidad. Las incógnitas.
Y que el vértigo se apodere de tal forma de tu ánimo, que decidas volver a la CNN. Y a ver qué hay de nuevo por los conflictos internacionales.  Porque francamente, comparado con estos, tu vida parece un camino de rosas. Y mientras tanto soñar con la película en español que darías tu vida por  ver en ese mismo instante. Porque sin ánimo de ofender a los eruditos que sin duda considerarán poco menos que blasfemas mis palabras. Como se echa de menos el doblaje español, señores. Y ojo. A veces el sudamericano, porque todo el mundo sabe que la Sirenita, sin acento latino, no es la Sirenita.
Y lo que yo daría por sumergirme con ella en lo más profundo del océano, o por vociferar “¡Al abordaje!’” con Piratas del Caribe, o por comprobar que una gabardina siempre es una buena idea en Casablanca, o llorar como una magdalena desde el minuto 1 de Moulin Rouge, o por jugarme la fortuna a una mano de Póker con Maverick, o por tararear con Audrey Moon River en Desayuno con Diamantes, o por tomar nota para el próximo fiestón que organice de la mano del Gran Gatsby, o por echarme un baile con Thurman y Travolta en Pulp Fiction. O por, o por, o por…
Pero estos placeres me están vedados por el momento así que simplemente me dedicaré a soñar.
Y eso precisamente me sorprendí a mí misma haciendo esta tarde. Soñar despierta.
 El aeropuerto Düsseldorf International queda bien cerca de mi oficina, y como decía, hoy me sorprendí ensimismada, observando a los aviones ir y venir, preguntándome a dónde irían… Y si su destino sería mi hogar. Me sorprendí también a mí misma, lo confieso, preguntándome si toda esta aventura merece realmente la pena. Me sorprendí a mí misma tentada por abandonar. Y tras el lapsus momentáneo, no puedo evitar preguntarme si será normal. Y si todo aquel que se marcha pasa por lo mismo de verdad. Si todos sentimos la tentación de agarrar los bártulos y tal como aparecimos, desaparecer del mapa. Abra Cadabra. Visto y no visto. Volver corriendo a los brazos de lo conocido, y de lo seguro. Diría lo fácil, pero sospecho que como de costumbre mi mente me juega malas pasadas idealizando todo cuanto dejé atrás. No era fácil, no. Los expatriados siempre tienen una razón para expatriarse, sea una guerra, el paro o la simple huida lejos de una realidad de la que desean escapar. 
Yo también tuve mis razones. Muchas. Razones de muchos tipos y de mucho peso que ahora no vienen al caso. Pero que siguen ahí. Y quizá, cuando todo parece fallar, cuando las fuerzas abandonan hasta al corazón más intrépido, cuando las fechorías de ciertos malvados que rondan a sus anchas por el mundo sin que nadie les pare los pies te sacan de tus casillas, y cuando los pilares de tu cordura se tambalean ante el no saber... Quizá   entonces lo único que llegue a salvarte sea recordar todas esas razones que te empujaron a tomar la decisión de marcharte.
Afrontar con entereza las consecuencias de tus actos, y responsabilizarte de los mismos. Eso es lo que, según me enseñaron, significa hacerse mayor.
Oh sí. La madurez por fin se manifestó.
¿Y sabéis? Por mucho que sepa que es lo que hay. Peter Pan o no. Lo pensaba entonces y lo pienso ahora.
Apesta.
Y punto.

martes, 17 de septiembre de 2013

Caen las hojas sobre Düs.

Cada año por estas fechas, siempre hay un día en el que me sorprendo pensando “Anda, ¿Cuándo habrán empezado a caer las hojas?”. En Madrid el otoño aparece de repente, sin avisar y sin darte tiempo a reaccionar. Y por lo visto, aquí también. Llevamos disfrutando, no sólo de la dorada languidez otoñal, sino también del diluvio universal desde hace más de una semana. El aroma a tierra mojada está por doquier y las noches parecen más acogedoras que nunca. Los momentos con sol son escasos y hay que aprovecharlos para echarse a la calle, como se dice por mi tierra “como las locas”.

Así transcurrió este fin de semana pasado por agua:

El viernes, volvimos a los planes clásicos, por aquello de la nostalgia. Nos apretujamos para entrar en Cubanitos y luego dimos paso a ese extraño bar siempre semivacío cuyo nombre aún intento recordar, donde la música es regular, pero que por alguna razón inverosímil, nos sigue encantando. Y repetimos. Como repetimos las hamburguesas a las 4 de la mañana, previamente a darme cuenta que mi móvil, atención, aquel que costó 1 euro, aquel cuyo nombre queda vetado desde este momento, aquel móvil, invento de los dioses que la providencia trajo a mí hace escasamente dos meses…Si, aquel… Desapareció.

Por tanto, imaginad mi humor el sábado por la mañana. Sin internet. Sin maleta.  Y sin móvil.

Alemania 1- Bloggera 0.

Unas lágrimas por aquí, una de liarme a puñetazo limpio con la almohada por allá, un poco de chapa de mamá, y de “maldita sea mi suerte”, y allá que me levanté con toda la intención de hacer frente a uno de los peores sábados que recuerdo en los últimos tiempos. ¿Cómo? Con mucha paciencia, Eye of the tiger sonando a todo volumen en el móvil español, y párrafos de un libro aún resonando en mi cabeza.

“…Sin abandonar jamás aquella capacidad suya para mil veces caer y otras mil levantarse, sacudiéndose el  polvo del vestido y echando a andar de nuevo con paso resuelto, como si nada hubiera pasado. Por muy duros que fueran los tiempos, jamás se fue de su lado el optimismo  con el que apuntaló todos los golpes y al que se acogió para ver siempre el mundo desde el lado por el que luce el sol con más claridad…”

Y como siempre me han gustado los personajes que se sublevan, y que en general, dan guerra, allá que fui. Primero a solucionar como pude el asunto del móvil. Copia de la tarjeta. Intento fallido de comprar un nuevo dispositivo. Corroborar una vez más que hay imbéciles hasta debajo del agua. Y tras un “Pues ahí tienen el móvil. Y por favor, se lo coman con patatas” (En inglés. El alemán no da para tanto. Aún.), que todo esto finalmente fuera para bien, porque sin previo aviso el móvil español resucitó en pleno uso de sus facultades, rescatándome de la más absoluta desolación. Sólo me queda cruzar los dedos. Y que dure. Así que volví a casa, deleité mis papilas gustativas con dos platos de sopa casera, de esa que resucitaría a un muerto, y con dos ejemplares de Vogue bajo el brazo, tomé el primer autobús que pude a Weeze, donde salvé a mi maleta del olvido, y con ella mis nuevos outfits para el otoño, así como unas provisiones de atún, melva, caballa y bonito del norte, como para abastecer a un regimiento.

21:00. Llegada a casa. Sobra decir que no era cuestión de quedarse allí. Agarré a mis compañeros y propuse pasarnos por Seifen Horst, aquel pub pequeñito de los vinos baratos, justo al lado de Medien Hafen, y cuya visita tenía pendiente. Bien, pues lo vinos efectivamente estaban baratos. Y la cerveza. Y todo. Un local encantador ubicado en una antigua fábrica de mostaza, que conserva todo el charme retro que tanto me gusta y que le ha hecho avanzar posiciones hasta el número 1 de mis lugares favoritos en Düs.

Y después, por fin. La piltra.

Al día siguiente, ya con otra cara, el sol tuvo a bien lucir durante unas horas, así que de nuevo en compañía me eché a la calle, evitando así vilmente la clásica rutina dominguera de lavadora-fregona-plancha-platos sucios. (Qué digo, plancha. No puedo mentir…)

Así que me tomé un capuchino de los que saben a gloria bendita en el Bistro de al lado de casa. Drei Raum es su nombre, para aquellos que aún se lo pregunten. Y después me fui a dar un paseo por Volksgarten, un parque de proporciones inmensas exactamente a dos minutos de casa. Y aun no consigo entender cómo ha estado ahí todo el verano y yo sin enterarme… Árboles que se pueden escalar, cafeterías con una terraza similar a un embarcadero frente a un lago, y columpios. Y algo llamado Kleingarten, que consiste en pequeñas parcelas que se pueden alquilar, con una diminuta construcción en su interior, y con jardines extremadamente cuidados por sus arrendatarios. Una monada. Y más que curioso.

Y luego vino el cementerio. Y no hay cosa que más me asuste que un cementerio. Miento, quizá las cucas… (Escalofrío) Pero esas no las he visto en Alemania (Punto positivo). Total, que por ir al grano, justo cuando los nubarrones atenazaron de nuevo el cielo, dejando la mañana mucho menos brillante y apacible que hasta ese momento, nos perdimos en el susodicho cementerio de Volksgarten durante una hora. Porque tal lugar no parece tener principio ni fin, amigos. Ni bordes. Ni salida. Ni nada. Y a mí casi me da un pasmo. Nota mental: No aventurarse sin Google maps en Volksgarten. Nunca. Jamás.

Así se desarrolló el primer fin de semana de tiempo otoñal en Düsseldorf. Como siempre no dejando paso al sosiego casi en ningún momento.

Esta semana se presenta llena de proyectos laborales varios. Todos empezamos a sentir la presión por aquí y por allá, y aunque puede que me arrepienta y mucho de semejante afirmación, por el momento agradezco el cambio de ritmo.  Ya no pega la apatía del verano. Lo que pide el cuerpo ahora es movimiento.

Y movimiento voy a tener en las próximas semanas. Una visita vuelve este fin de semana fugazmente sólo por el placer de probar mi pasta, y cito textualmente “con todo lo que encuentre en la nevera” (que lo sé yo), y que de paso abastecerá mi pobre estantería con 3 nuevos libros (se dice pronto) directamente llegados desde Madrid para delicia de mi lingüísticamente confusa cabecita. El domingo nido vacío. El lunes lleno de nuevo y esta vez por una semana entera. Una que dará para mucho. Mucho de comercio, mucho de bebercio y mucho de hablar por los codos. Sobre de dónde venimos y a dónde vamos. Sobre el porqué de las cosas. Sobre Elle y Vogue. Sobre que desde principios de septiembre, extra, extra,  tenemos Topshop en Shadowstraße.

Porque lo bueno de las visitas es que te recuerdan quién eres.

¿Y más adelante?

En primicia os desvelo que tras la marcha de esta segunda visita, soy yo quien se marcha. Al sureste. No tanto como imagináis. Múnich será mi destino. La ocasión, la Oktoberfest. Porque no has vivido en Alemania si no la has probado. Porque hasta en la empresa nos están obsequiando con dos semanas completas de inspiración bávara en la cantina. Y porque es lo que toca.

Siguiente fin de semana  con una visita más, y después… España.

Bien, ya tenemos el índice.

¿Pasamos las páginas?

viernes, 13 de septiembre de 2013

Digamos que...


Digamos, querido lector, que eres una chica. Una que se ha ido a vivir al extranjero sola. Telita. Digamos que has optado por la soledad de un apartamento individual por razones variadas. Digamos que te gusta vivir enterrada entre montañas de libros antiguos y revistas de moda. Que a veces decides ver películas de los años 40, los 50 o los 60 hasta las 2 de la madrugada. Y que prefieres vivir en tu caos particular que en el caos de otro porque tal y como decía Lope de Vega, “Entiéndame quien puede, yo me entiendo.” Digamos que ya no tienes edad para jugar a los colegios mayores o a Living la vida Erasmus. Digamos que, hace tiempo, abandonaste la acogedora y segura independencia de tus 25 m² favoritos de Madrid, sólo, única y exclusivamente a cambio de aventurarte a compartir tu vida con tu amado.

Digamos, en fin, que estás viviendo  en un país extraño, sola.

Sola, sola, sola.

Déjame entonces que te diga, que conviene que tengas en cuenta un par de cosas.

La comida. Es un hecho constatado que necesitas alimentarte. Como también lo es que vivir a base de comida basura después de los 25 resulta una opción poco saludable, cuando no peligrosa para el tipín que tanto te gusta conservar. Por tanto has de investigar si hay o no supermercado cerca de tu nuevo hogar. Y creedme chicas, éste es un factor determinante a la hora de elegir vivienda de solterita. Porque transportar las bolsas de la compra semanal en distancias medias puede ser una tarea honorable, pero no por ello menos hercúlea. Así que una vez ubicado dicho lugar, digamos que se llama Kaiser´s, o Lidl cuando no te sientes tan elegante, toca, como es lógico ir a la compra. Y os garantizo desde ya que, las no previsoras, las que no recordaron bajarse la aplicación de rigor en el Iphone, esa que traduce todo, todo y todo, sin necesidad de conexión a internet, todas vosotras tendréis problemas del tipo: comprar algo que juraríais, es queso Philadelphia, y resulta ser un mejunje extraño con sabor a pseudo-pollo con tomate. O bien prometéroslas muy felices engullendo pistachos una noche de jueves, y al probarlos daros cuenta de lo que significa “ohne salz”. O tener que probar un par de lavadoras hasta percataros de que lo único que habeis comprado ha sido suavizante. Dos veces.

En fin, despistes que acabareis recordando casi con cariño, cuando el tiempo borre el sabor del alimento en cuestión, o la prenda que destrozasteis pase de moda. Pero mientras tanto, he descubierto con gloriosa algarabía que tengo un par de planes b. Al menos en Dus. Una de estas opciones se llama La Copa, y es un restaurante español en el centro de la ciudad, que tuve el placer de catar en la noche de ayer. Bien es verdad que el precio de cada tapa dista un poco de los de la madre patria, pero intuyo que en plena depresión invernal, y concretamente durante la primera semana de cada mes, tiraré la casa por la ventana e iré a pegarme un homenaje con sabor a hogar, aderezado por la verborrea del artista que ha resultado ser Don José Luis,  un camarero sevillano que tras 22 años en este país, y un largo matrimonio con una alemana, no ha perdido un ápice de su acento. Y escucharé al guitarrista de turno entonar grandes éxitos del tipo “Corazón espinado” y pensaré “Qué demonios hago yo aquí, con lo bien que se está en casita.” Y luego saldré a la calle con esos -15 grados, me iré pitando para mi apartamento, encenderé el ordenador  (que, Dios mediante, contará con internet por fin), y arrasaré en la web de Mamá mándame, cuya misión en la vida es enviar a todo español expatriado que asi lo desee, productos españoles de esos por los que,  sólo alguien que se ha marchado sabe, uno daría la bolsa y la vida sin dudarlo. Fabada asturiana, lentejas, jamón ibérico, lomo y chorizo. Hasta magdalenas venden los listillos. Es una idea mágica, y más en estos tiempos de “fuga de  talentos” masiva que vive nuestro querido y ruinoso país. Me declaro fan desde ya.

El transporte. Cuantas veces habré escuchado lo bien que funciona el transporte en Alemania. Cuantas, cuantas, cuantas. Sin ánimo de contradecir dicha afirmación, y siempre teniendo en cuenta las limitaciones tanto espaciales como lingüísticas que ostento, con un tanto de pudor, he de decir que he vivido situaciones verdaderamente delirantes desde que llegué a estas tierras. Desde simplemente no captar cómo funciona el asunto de la dirección del tranvía de turno, hasta estar dentro de un tren que supuestamente hacía parada en una estación y que por un error, todas las indicaciones dentro del vagón hicieran referencia a una estación totalmente distinta, todo ello pasando por coger un tren que, juro que todo indicaba, era el correcto, y acabar en un pueblo perdido en medio de Alemania sin nadie que hable ninguno de tus idiomas y sin saber a dónde ir. Por lo tanto, dos consejos, lectores míos. Aprended el idioma, y por encima de todo, PREGUNTAD. Siempre. No importa lo seguros que estéis de a dónde os dirigís. Aseguraos. Siempre, siempre, siempre. Preguntad.

El tiempo. Queridas amigas de pelo rizado. Rendíos. Dejad de pelear. Asumid la realidad. En esta tierra jamás conseguiréis el liso plancha que tan dominado teníais en Madrid. O vuestra calidad capilar es envidiable o, tras semanas de secador en una mano y GHD en la otra (y si no sois tan afortunadas,  la clásica planchita de 20 euros) habréis de asumir el nuevo rumbo que vuestros cabellos han decidido tomar por su cuenta. Un rumbo que nunca sabréis si va hacia arriba o hacia abajo. En ningún momento del día. Así que acostumbraos, cuanto antes, y cuanto menos, a una buena ondita, chuleta en medio de la cara como diría mi madre, o si la cosa se pone muy fea, al glorioso caracolillo de Triana tan español. La cabra tira al monte, dicen.

Pero no queda en lluvia la cosa. Hablemos de temperaturas. Y del invierno que acecha a la vuelta de la esquina, esperando el momento propicio para pillaros por sorpresa y que os cojáis un catarro de tres pares de narices. Hablemos de las dos maletas veraniegas con las que te embarcaste en tu nueva vida. Y de la política de medidas y peso de Ryanair. O de los precios de las aerolíneas no- low cost. Y ahora seamos serios. Esta es la cuestión: Cómo puñetas traernos todo nuestro arsenal de abrigos, chaquetas, trenchs y parkas, junto con el suministro de jerseys en cantidades industriales que, seamos sinceros, mamá se empeñará en enviarnos. Y prendas con forro y capucha. Y algún paquetito de chorizo que se colará seguro. (Un día escribiré un post titulado “cosas importantes para hijos en el extranjero según toda madre española”) Bien, como el teletransporte va con retraso por el momento (ojito que he estado a punto de escribir “teletransportación”. El idioma se me pierde por segundos), decidí ponerme a investigar hace poco, e ir más allá de la clásica caja enviada por MRW, o Correos, o Seur. Alguien me habló de un par de empresas, que desde hace tiempo operan enviando paquetes o maletas a donde tú decidas, incluído el extranjero, pero me quedé asustada con los precios. Y como en este blog somos ante todo ahorradores (risas, carcajadas, hilaridad general), os propongo una que me han recomendado, y que en lo que he podido ver, si merece la pena. Packlink. Echadle un vistazo, porque se paga por kg y los precios son los más competitivos del mercado, hasta dónde he podido descubrir. Pienso probarlo en mis carnes y efectos personales en cualquier caso, y os haré saber de mi experiencia.

Un post informativo el de hoy. Menos sentimentaloide que los anteriores. ¿Puede que más utilitario? Quizá empiezo a convertirme en una persona eminentemente práctica, dadas las experiencias "religiosas" que estoy teniendo por estos lares. Experiencias como que mi maleta sigue perdida. Y lamento admitir que el sábado tendré que pegarme la visitita al aeropuerto de Weeze sólo por ir a recogerla. Si este fuera un blog de denuncia social, más de una cabeza habría rodado ya por aquí…Pero dejemos que sean las redes sociales el escenario de la bombita literaria que ya ando preparando (como no podía ser menos).

En fin, digamos que eres una chica, querido lector.

Digamos que es viernes y que aún no has salido de la oficina, pero que notas el latir de la sangre  que sólo se siente el viernes pre-fiesta. Digamos que poco a poco vas haciendo tuya la ciudad, y la experiencia que estás viviendo. Digamos que empiezas a controlar los malabarismos que haces por mantener el equilibrio entre España y Alemania. Digamos que Suiza es tu nuevo modelo a seguir en la vida.

Digamos que vas recuperándote a ti misma.

Digamos que recuerdas que el otoño siempre te ha sentado bien.

Digamos que nos leemos la semana que viene.

 

lunes, 9 de septiembre de 2013

Oda al recuerdo de verano.

Mucho he pensado en el título del presente post.  Mucho y muy concienzudamente he sopesado las alternativas que oscilaban entre un canto a la vuelta al cole, y una melancólica morriña. La verdad es que podrían ser ambas. Porque el post post- vacacional, valga la redundancia, puede ser escrito desde muchas perspectivas. Melancólico, alegre, desapasionado o con ilusión. La cuestión, señores, es que ha llegado septiembre, y con él, se aproxima el otoño, la caída de hojas, las semanas sin ver el sol, y el frío helador que tanto temo. Hoy ya estoy de vuelta en la oficina. De vuelta a los emails en tres idiomas distintos, y al käsebrötchen de las mañanas, con queso con especias y fiambre (¡ñam ñam!). A los capuchinos a media mañana, las reuniones y las clases de alemán. De vuelta al apartamento que dejé semi vacio a cuenta del imbécil del casero (Contra el que, al menos, hemos ganado una batalla). De vuelta a la añoranza, a los miércoles en Ratinger, y a sentirme un tanto desubicada. De vuelta a mis queridos compañeros, con los que avanzo en esta singular aventura. De vuelta a problemas técnicos como una maleta perdida entre el sur de España y el norte de Alemania, y que no hay manera de que deje de viajar y llevar de un lado para otro mis nuevas adquisiciones para la temporada así como un importante suministro de latas de conserva (Deseando estoy catar esa ventresca). Y de vuelta a planes varios, entre los que incluyo dos próximas visitas, una en septiembre y otra en octubre. La primera más larga y la segunda fugaz. La primera a lo Paco Martínez Soria y la segunda 100% internacional. Pero ambas traerán consigo a amigas tan queridas, que no puedo esperar a tenerlas aquí.
 
Mientras tanto, y puesto que si no lo hago, no sería yo (y si seguís el blog, será lo que estáis esperando como agua de mayo), dejad que os dé tres o cuatro pinceladas de lo que han supuesto estos 10 días a través de la piel de toro que forma mi amada (Quién lo habría de decir) España. Desde el extremo norte hasta la soleada Andalucía. Aún a riesgo de que alguien llegue a pensar "Se le ha ido de las manos". Esto es lo que recuerdo.

Percebes. Anchoas del Cantábrico. El sol en la piel, el olor a sal en la nariz, mientras rodamos a toda velocidad con todas y cada una de las ventanillas bajadas. La música a todo volumen.  Y sentirme libre. Feliz. Sentir que la vida es una gran fiesta. Eso que sólo se puede sentir en verano. Que suene "Lady Madrid" en la radio y creerme más española que en toda mi vida. La adrenalina bulle en mis venas y sólo quiero una cosa. Vivir.
 
De tierras cántabras a una boda en Getxo. Ya sé que he hablado antes de esta boda. Pero ha sido una boda tan especial que merece, al menos, una última mención. Porque esta es una de esas escasas parejas que se miran en el altar. Que se sonríen cómplices, en un universo en el que sólo están ellos dos, aunque seamos 150 las personas que estamos alrededor. Esas que se cantan canciones antiguas, y se rien por no poder terminarlas del bochorno. Esas que te hacen recordar aquello de felices para siempre, hasta que la muerte nos separe, y vivieron felices y comieron perdices. Por siempre jamás. Amor verdadero del que sólo a veces puede una encontrarse cara a cara. Cómo no volver a mencionarlos, al menos una última vez.
Y de ahí al sur. Mi sur. Dorada arena, con azul al fondo y azul arriba. Luz cegadora sólo matizada por los eternos atardeceres frente al siempre añorado Mediterráneo.Un lugar en el que se escucha un suave flamenco. Arroz a la marinera frente a las olas. Botella de Verdejo helada y la brisa de septiembre meciendo las palmeras. Un instante congelado en un par de apuntes en el Iphone, para no olvidar por nada del mundo que en aquel preciso momento, hicimos que parara el tiempo. Tú y yo.
Porque luego están las personas, claro. Personas que deje atrás. Que a veces parecen de otra época, de otro mundo. Pero que están ahí. Con sus vidas y sus historias. España. Málaga. Madrid. Fragmentos de corazón que se me quedan por el camino. Intentar disfrutar de cada segundo como si fuera el último. El último… porque los últimos llegan. Los últimos días, las últimas horas.
En la capital. Más vinos de la cuenta en una terraza, previo diluvio universal. Cenar a las 11 y media de la noche. Pop español en ese bar canalla. El nuestro.  Una clásica discoteca del Barrio Salamanca con miles de chicos cortados por el mismo patrón. Churros en un bar inmundo de esos que están abiertos a las 5…Y a las 4…Y si me apuras hasta a las 3. Churros, decía,  con dos pilares tan fundamentales en mi vida, de formas tan distintas, que tenerlas juntas en el mismo espacio-tiempo parece un sueño. Si ellas supieran. Volver a casa. A una que no es mía, pero que al mismo tiempo lo es. Y dejar que el corazón flote unas horas más. Y al día siguiente Nesquik y “¿Me compras un zumito de tomate por fiii?” Y una comida con sabor asiático y gordita como pocas, con la única familia de España a la que en un "come todo lo que puedas" les dirían “ Lo siento, no nos queda de eso”. Y volver a ver a alguien delante de quien me quito el sombrero porque es bonita, fuerte y valiente por partes iguales. Y tras un par de horas de reposo, la lágrima asomando de nuevo al decir adiós a esos cabellos ensortijados, a los ojos azules y a la sonrisa de lado.
Y a volar.  Terminar un libro de esos que se te quedan pegados a las entrañas justo en el instante en que las ruedas del último vuelo del verano rozan suelo alemán. Y entonces volver al mundo real.
Uno en el que estás lejos. Un poco sola. Pero tan afortunada. Uno en el que la incertidumbre parece ser un poco el pan nuestro de cada día. Uno en el que, como tantas veces antes, toca hacer de tripas corazón, echar mano de todo resorte posible y sobrevivir. Resortes como recordar. Recordar todos estos personajes que rondan esta historia. Recordar el amor. Y días de verano, y besos y susurros al oído. Resortes como leer. A Dumas o a Dueñas. O a Baudelaire o a Reverte. O a Scott Fitzgerald, o a Lope de Vega. O a Molière o  a Shakespeare. O al que pille por delante. Y resortes como escribir. Escribir sobre una época, sobre un lugar, y sobre personas que cambiaron el rumbo de sus vidas por la promesa de un futuro. Y soltar al viento las palabras que juntas engranan poco a poco los capítulos de esta historia. Palabras que quedarán para quien desee leerlas. Y para mi que las escribo. Palabras que, dentro de muchos años, recordaré con nostalgia y si Dios quiere, con una sonrisa pintada en la cara.
Porque seguramente, y como tantas veces ha hecho en el pasado, mi mente idealizará y deformará a su gusto esta etapa de la vida. Una que no volverá. Una que marcará un tiempo.
Aquel tiempo en el que éramos tan jóvenes y tan salvajes. (Guiño, guiño, sonrisa)
Comienza el curso queridos, y sólo Dios sabe lo que éste traerá consigo.
3, 2, 1… Vuelta a empezar.