jueves, 29 de agosto de 2013

Aviso a navegantes

En el día de hoy,  por si alguien tiene dudas al respecto, o por si yo no me he explicado con la debida claridad, quisiera, aun a riesgo de caer en la vulgaridad, dejar por escrito algo que todo aquel que piensa marcharse al extranjero ha de tener claro como el agua en su cabecita. A pesar de la emoción, de la aventura, de los nuevos amigos, de las oportunidades laborales y de que de repente te presenten como “abogada de reconocido prestigio internacional”. A pesar del dinero. A pesar del profundísimo orgullo que sientes por haber conseguido algo grande de verdad por ti mismo. A pesar de lo que molas para los que se quedaron. A pesar de todo. Sin paños calientes.
 
Ser inmigrante es muy, pero que muy jodido chavales. Y quien diga lo contrario, o vive en el mundo de yupi o miente.
 
Semejante declaración de mi puño y letra es consecuencia directa de una serie de sucesos de sobra conocidos por aquellos que tengo más cerca, y relativos a mi exasperante casero, o excasero, no sé. Podría escribir un post sólo dedicado a dicho individuo, pero ya que me repito más que el ajo desde hace semanas, y la verdad, lo que menos merece el referido ciudadano, es ser el protagonista de otra de mis reflexiones, creo que lo más adecuado es centrarme en lo que subyace a la experiencia. Vamos, que saquemos conclusiones.
 
Me eduqué en un entorno internacional. La tolerancia por bandera, y una curiosidad nata hacia nuevas culturas son algunas de las cosas que me inculcaron en el Liceo. (Eso y lo que es la democracia de verdad, pero esa es otra historia) He tenido y tengo amigas de mil nacionalidades, de mil culturas y de mil religiones distintas. Por lo tanto, cualquier comportamiento, digamos… Cerrado, o contrario a esa manera de ver el mundo, siempre me ha sorprendido sobremanera. (Algo que le hace toda la gracia a mi clásico, tradicional y madrileño hasta la médula compañero de viaje, ¿Verdad?) Ni que decir tiene, que al marcharme a un país intrínsecamente europeo, con un contrato en una mano y un “flamante” currículum en la otra, ni por un segundo cruzó por mi mente la posibilidad de encontrarme con un energúmeno con profundos prejuicios, cuando no taras, que tengo razones más que fundadas para intuir, tienen mucho que ver con nuestra diferencia de culturas. Bien, dicho esto, me reitero en la idea de que imbéciles hay en todas partes. No tiene nada que ver con el país. Los hay aquí y allí. Y en las Chimbambas. Este es simplemente el primero que me he encontrado en Alemania.
 
El problema es que en una situación de inseguridad como la que uno tiene al iniciar una nueva vida en otro país, encontrarse con semejante tipo de personajes puede hacer que uno se forme una idea equivocada acerca de dicho país. Así que permitidme hacer un llamamiento a la tolerancia, a la claridad de pensamiento y a la cordura por encima de todo. No tiremos por el camino fácil, propio de necios sin recursos intelectuales. Siempre encontraremos a personas con extrañísimos prejuicios relativos a la nacionalidad, al género, a la edad, o a cualquier otra excusa que encuentren. Porque desde luego si se ponen a buscar excusas, alguna encontrarán para justificar su estulticia. Se trata de un cáncer tan viejo como el mundo que afecta a la humanidad entera. Por ello se ha matado a personas, se han organizado guerras y se han cometido atrocidades. Asi que permitidme sólo un momento más para repetir. Tolerancia. Y si por ahí no entra, os dejo este poema, que a mi desde luego me viene de lujo recordar de vez en cuando.

Contraofensiva

Si a uno
le dan
palos de ciego
la única
respuesta eficaz
es dar
palos
de vidente
.

Mario Benedetti

 

Y cambiemos de tercio.

Ayer fue el maravilloso día en que nuestras cuentas bancarias volvieron a cobrar vida. Para celebrarlo, me fui directa de la oficina a Königsalle, en busca de los últimos detalles para la boda a la que asistiré el sábado en Getxo. Boda que por cierto (y esto va para los afortunados) no puede hacerme más ilusión. No sólo porque estoy convencida de que será un evento de los que se recuerdan para los restos, y no sólo porque los festejos durarán 3 días (cual boda gitana diría mi madre, como debe ser), sino porque además, los novios son una de esas parejas internacionales que tanto me gustan. Esas que derrochan inteligencia, éxito y charme por partes iguales, todo rociado con un aroma a bohemia de la de verdad, de la que se siente dentro y de la que sólo puede cultivarse a base de un sinfin de viajes alrededor del mundo. Aventureros ambos, cabellos oscuros, mirada inquieta y una conversación que siempre puede extenderse hasta las 5 de la madrugada. Porque ellos tienen mucho que decir. Y me encantan. Así que desde este humilde blog no puedo desearles más que felicidad. Quiero ser ellos de mayor. Y punto.
Total, que tras las compras de ayer, unas horas en Ratinger ahora que el vino vuelve a estar al alcance de mi bolsillo, y mucho tetris en mi maleta tipo Ryanair, hoy, por fin, por fin, por fin, empiezan mis vacaciones. En unas horas iré directa de la oficina al aeropuerto y de ahí, a Santander. La primera parada de mi tour express por la península. Después, un bodorrio un poco más al este, con outfits engalanados a base de complementos recién llegados de Düs, tanto en mi caso, como en el de mi acompañante, que no pudo resistir la tentación de arrasar en esta capital de la moda alemana, y especialmente en Suitsupply, un lugar del que creo que no saldría, si yo fuera hombre. Una tienda en la que hasta el más conservador de los chicos españoles se transformaría milagrosamente en un auténtico dandy. Un templo de la moda masculina, con aire británico, trajes a medida, y otros ya hechos, zapatos, corbatas, pañuelos y todos los complementos que un gentleman podría desear.  El domingo de nuevo Madrid, aunque por unas horas, llenas por cierto, de esperadísimos encuentros con la familia "política" y sus comilonas. El lunes al fin Málaga. Sureña. Cálida. Salerosa. Un poco quinqui a veces. Pero mi Málaga a pesar de todo. Y allí simplemente amor. Familia. Y playa. Y Mediterráneo. Y pescaíto frito a todas horas. Y vino blanco helado que mami siempre tiene en la nevera. Y ladridos por la mañana. Y una bola de pelo que sabe bailar y me da besitos cada vez que se los pido. Y campos de golf y olor a sal. Y flamenco a poco que agudices el oído. Y acentazo andaluz. Y, y , y…. Casa. Y después, tras unas últimas horas en la capital, de nuevo... Al norte.

¿Qué voy a perderme durante estos 10 días?

Una fiesta organizada por la empresa en un teatro del centro. Sólo puedo decir una cosa. Buh. Me parece mal. ¿Por qué esta semana? Con lo que me gusta una buena fiesta de empresa. Siguiente tema. Fashion night out. Casi peor. De nuevo buh. Cuando estoy en España, se celebra en Alemania. Cuando estoy en Alemania se celebra en España. Como si no tuviera bastante con perderme la feria de Málaga. Repito. Buh. Por último, estoy casi segura de que en la semana de mi ausencia saldrá el número de septiembre de la revista corporativa, y con él, el primer photoshooting saldrá a la luz en todo su esplendor. Después de todo, puede que no sea tan mala idea estar lejos para entonces…
2 meses ya por estas tierras, a las que intento adaptarme con cada fibra de mi ser. 2 meses de ir y venir, física y sentimentalmente. 2 meses de autodescubrimiento. 2 meses de blog. Y hace tiempo que pasamos las 1.200 visitas.
Todo artista necesita tomar distancia de su obra de vez en cuando, y eso será lo que haga yo durante estos 10 días. Por lo demás…Puedo prometer y prometo que volveré a escribir.

Y a vosotros, los reconocidos y los anónimos, estéis donde estéis, gracias por leer.

 

lunes, 26 de agosto de 2013

Viajes.

La semana pasada, uno de mis compañeros, ya con amplia experiencia en lo que se refiere a mudarse a largo plazo a otro país, me decía que cuanto antes acepta uno la nueva situación y lo que implica, cuanto antes asimila uno e interioriza todo lo que significa una nueva vida lejos del país de origen, mejor. No sé si será cosa del carácter, o si vendrá de familia, o puede que tenga algo que ver con la situación personal que cada uno deja atrás. Pero la verdad es que algunas personas, al marcharse y descubrirse ante un nuevo entorno, tienden a emprender una lucha encarnizada contra todo y todos los que se encuentran a su alrededor. Si eso pasa, si caes en eso, si la desesperación se apodera por sorpresa de tu estado de ánimo y la rabieta de niño pequeño- esa que juraste no volver a tener a eso de los 12 años- toma el control de tu fuero interno, entonces el mejor consejo que alguien te puede dar, y que, al menos yo lo entendí así, me dieron a mi la semana pasada, es este: Deja de luchar. Para. Tienes que parar. Parar de enfrentarte a tu nuevo contexto de manera beligerante, porque simplemente estás aterrorizado. Parar de luchar contra lo que dejaste atrás porque sientes que nadie te entiende. Parar de luchar contra lo nuevo porque eres tú quien no lo entiende. Parar. Dejar la decepción a un lado y salir del drama. Sal del drama. Coge el toro por los cuernos. Mueve el culo (que diría alguien sin recursos estilísticos). Espabila, y empieza a tomar decisiones. Recupera el control. Finalmente, tantas cosas importantes en la vida dependen de esa actitud…¿Verdad? Pues eso.

Han sido un par de semanas muy movidas. Muchísimo. Con muchos cambios y muchos planes. Como decía en el último post, una de los nuestros se marchó. Y alguien desde Madrid llegó. Y entre medias, el artículo en el periódico que os comentaba hace ya algunas semanas, se publicó, haciéndonos sentir la mar de orgullosos por nuestros 15 minutitos de fama local. Para celebrar estos acontecimientos, organicé toda una semana de eventos que me dejaron ciertamente exhausta, tal y como había predicho. Cumplimos aproximadamente con todo, y tuvimos tiempo de más.

¿Cosas a recordar? El descubrimiento de Les Halles como lugar indiscutible a nivel mundial para disfrutar de un Brunch, al menos hasta el momento (La competi sigue abierta y se aceptan sugerencias). El templo japonés, escondido en la otra orilla del Rin, como zona insospechada de recogimiento o romanticismo en estado puro, según el momento. Una maravilla. Ese minúsculo local cerca de Medienhafen, casi invisible al simple espectador, con una terracita interior y vinos a 2,50 euros, que aún no he tenido tiempo de probar, pero que probaré. Vaya que si los probaré. Los mil rincones gourmet, tanto en tienda como en restaurante, que rondan por la ciudad y cuya existencia, hasta que no he tenido visita, ni siquiera sospechaba. Las tiendas pequeñitas de las que nadie habla, pero que están ahí para quien se pare a mirar. Ese codillo imbatible en Brauerei Zum Schiffchen, y ese puré de patatas…Mamma mia. Una copa en Pebble´s al caer la tarde con lo más de lo más de la ciudad. Y aunque te cobren un ojo de la cara, un lugar para ver y ser visto. Los cochazos que percibí durante el primer mes y medio viviendo aquí, y a los que ahora, gracias a un indiscutible experto en la materia, pongo cara y nombre (o lo intento). Bromas que tenia casi olvidadas. Miradas por las que entregaría un reino entero. Lágrimas que acaban en besos. O en risas. O en más lágrimas. Broncas que hacen de la reconciliación el momento más dulce. Diferencias de caracter insondables y del todo irremediables. Esas que hacen de nosotros lo que somos. Que nos hacen ser nosotros. Sólo nosotros. Y el temblor de piernas eterno desde hace ya más de dos años. Oye y que no se va. Todo eso y más será lo que recuerde tras estas dos semanas. Eso y que el Bistro  al lado de casa cierra los lunes. No olvidar.

Además he tenido un par de encuentros, cuanto menos, curiosos. El primero, casi por casualidad, con una compañera de colegio mayor, en mitad de Königsalle, de esos que te hacen darte cuenta de lo pequeñísimo que es el mundo, y que desembocan en una cerveza en un barco/bar del centro de la ciudad, recordando viejos tiempos. El segundo, con una mamma italiana,  de las de verdad, la primera que he conocido, que además es la fan número 1 de este humilde blog, y que domina el inglés estupendamente( Un abrazo fuerte para ella ).
Por otro lado, el viernes nos fuimos de escapada a Amsterdam, una ciudad intensa como pocas, loca a rabiar, y bella por los cuatro costados. No había vuelto desde el año 2009, y estaba deseando que se diera el rencuentro. Qué ciudad amigos. Qué ciudad. Alquilar bicis. Recorrer las calles intentando no ser arrasado por uno de estos engendros mecánicos. De hecho, compartir una, sentada en la parte de atrás como una señorita e intentar no pensar en lo incomodísimo que es, porque, qué romántico. Parar a tomar una copa en uno de los locales casi preciosistas que sirven para cobijarse de la lluvia, como Mashua, o para disfrutar de los preciados rayos de sol frente a uno de los infinitos canales, como Georges o Herengracht. Ir al Barrio Rojo, porque hay que ir. Plantearte si entrar o no en frente de cada Coffee Shop. Zampar patatas fritas por la calle. Son tantos los recuerdos que se crean en cada viaje. No deja de ser curioso, en cualquier caso,  cómo cambia la percepción que uno tiene de un lugar, dependiendo de la companía. ¿No os ha pasado? Visitas una ciudad a una edad, rodeado de una serie de personas. Te formas una idea determinada de lo que esa ciudad significa. Vuelves al cabo de los años, y paseas por los mismos lugares, recuerdas anécdotas y observas con detenimiento cosas que en su día ya observaste. Sin embargo el sentimiento es distinto. Y la imagen de la ciudad que te llevas esta vez, también lo es. Es lo mismo, pero diferente. Porque las ciudades, al fin y al cabo, son algo vivo, y como tal, evolucionan. Como tú. Y como yo.

Ha llegado el día en que mi visita se marcha, y en que mi humilde morada quedará de nuevo silenciosa y con aroma a ausencias. El síntoma de nido vacío, sin embargo, durará poco, porque el jueves, queridos, empieza un tour desquiciante que en cuestión de 10 días, me llevará desde el norte de España hasta el profundo, luminoso y mediterráneo sur de la península, donde me espera otro trocito de corazón que dejé atrás en esta aventura, aunque ojo, de manera provisional. Tras ese paréntesis veraniego, una esperadísima noche de niñas, de esas que acaban en churros en un  rincón inmundo de Madrid, y de nuevo despedidas, volveré al norte, donde, sospecho, me daré de bruces con el otoño alemán.

Pero hasta entonces aún quedan días. Días de viajes. De cambio de país y de ciudades. De horas de avión y de coche. De fiestas, de bodas y de noches aún estivales. De cosas que saben a lo de siempre. Y otras nuevas.

Porque lo que hace de viajar algo extraordinario es que cada vez que haces la maleta, estás a punto de iniciar una nueva aventura. Una que te llevará a experiencias y sentimientos nuevos, y seguramente insospechados.

Porque cada viaje es siempre, siempre, siempre, el principio de algo.

lunes, 12 de agosto de 2013

Idas y venidas

Cada vez que pienso en una despedida, sin querer me viene a la mente una imagen del intento de comedia que terminó en peli de culto, al menos para mí, Elizabethtown. (Quizá sea porque la primera vez que la vi rondaban las 4h de la mañana, y me encontraba en uno de aquellos eternos maratones de cine del colegio mayor, quizá no, ¿Estoy divagando?) La película en cuestión, en uno de sus primeros momentos, muestra a un depresivo Orlando Bloom diciendo algo así como “Con los años, me he convertido en un experto en últimas miradas. Siempre soy capaz de reconocer una cuando la tengo delante. Y ahí está. Última mirada.”

Me parece extremadamente triste. No me gustan las despedidas. En general, como a una amiga maravillosa con la que de hecho juraría que ví por primera vez dicha película, no me gusta que las cosas acaben. Me pasaba, una vez más, en el colegio mayor, cuando nos quedábamos hablando en la habitación 125 hasta las mil, y siempre había un margen de otros últimos 5 minutos antes de dormir. Me ha pasado desde que era pequeña cuando tenía que regresar de algún curso de verano (Qué dramón). Y cuando, desde el año 2003 , me he despedido de mi madre 1 millón de veces en la estación de Málaga. Por supuesto en asuntos más… sentimentales la cosa se complica hasta extremos insospechados. Y por eso esta semana toca un poco de eso. De saber que estamos ante una última mirada. Porque esta semana, además de tres ausentes momentáneos, (Snif, snif, no os vayais) nuestra americana favorita se nos va de vuelta a casa, tras un verano en prácticas en nuestra muy amada empresa. Y la echaremos de menos. De hecho, es una lástima que no vaya a leer estas palabras, dado que lo que es capaz de chapurrear en español se limita a “Te quiero”, “Unicejo” y “Me duele todo el cuerpo” (Y no forzosamente en ese orden). Porque si las leyera, igual que el viernes por la noche, intuyo que más de una lágrima caería por aquí.

Pero no todo son tristezas. Unos van. Pero otros vienen. No sólo vuelve de sus vacaciones la que es el elemento francoparlante del grupo.

Además, esta noche. Él. A la 1:00. Y con un tiempo, curiosamente bastante similar al que tuve el placer de disfrutar la noche de mi llegada. Tormenta, truenos y relámpagos. Encantador, ¿Verdad?

Con todas estas idas y venidas, se impone en nuestras vidas un plan de acción calculado al milímetro, para no perder ni un segundo, y disfrutar de cada instante como si fuera el último. A saber:

Lunes. Después de un fin de semana en el que CASI tuvimos internet, con lo que fui capaz de descargar la mitad de dos episodios de una de mis muy añoradas series (Trágico, porque me he quedado sin saber el final de ambos), esta tarde nuestro flamante casero se pasará por el edificio y, en teoría, me obsequiará con un router nuevo sólo para mí. Qué emoción. ¿Os imagináis que vuelvo a estar conectada con el mundo? ¿Sabré como usar Google de nuevo? ¿Y Series Yonkis? ¿Cuántos episodios me habré perdido? El estrés puede conmigo en estas últimas y agonizantes horas de aislamiento. Voy a tener que ir a Zumba para sobrevivir. Si el miércoles, tal y como me ha prometido, el asunto "agua caliente en la cocina" se soluciona, la semana será redonda.

Martes. La cosa empieza, como en toda buena historia, con una estación, y con lluvia. Ella espera ansiosa bajo el paraguas. Él baja del autobús. (Un tren, niebla y gabardinas harían el resto) Las miradas se cruzan y corren a abrazarse a cámara lenta con una música del tipo “Carros de fuego” de fondo. Eso y la tortilla de patata que espera al señorito en mi nevera hacen de la peli una  auténtica parodia a la española. Pero eso si. Romántica. El martes no habrá hecho más que empezar, y después de las largas horas de oficina tocará el primer paseo por la ciudad. ¿Medienhafen o Alstadt? Aún lo estoy meditando.
Miércoles. Ratingerstraße. Sin duda. Sin vacilación. Directos desde la empresa, con traje y todo. Sólo he de enseñar a mi visitante madraca cómo coger un tranvía alemán y no morir en el intento. Después, cervecitas, flammkuchen (pizza alemana, ñam ñam) y, seguro, mil millones de risas.
Jueves. Increible, ya es jueves, y toca empezar a cargar pilas para el fin de semana. Pero antes necesitamos cenita con la que se nos va a USA. Hemos encontrado un lugar cerca de casa donde hay… Gambas. No os hacéis una idea de la necesidad de gambas que tengo en mi organismo. Sean del tipo que sean. Y provengan de dónde provengan. ¿Así que por qué no? Y después puede que unos bailes en el Cubanito por aquello de ir calentando motores. Quién sabe. Surprise surprise.
Viernes. Voy a intentar que regresemos a Nachtresidenz, la discoteca por la zona de , a la que fuimos el viernes pasado, porque merece mucho, mucho, mucho la pena. Ambiente mono. Música en condiciones. Grandes espacios, y precios razonables.
Sábado. Mi idea, hoy lunes, tras el descanso dominical y sin efectos secundarios tras una noche de fiesta, es visitar la ciudad de Colonia, tan bella como cercana a Düs. Con mil lugares nuevos que descubrir. ¿Seremos capaces? Lo veremos.
Domingo. Toca un brunch como Dios manda. ¿Dónde? En Les Halles, un sitio del que no oigo más que cosas buenas, tan chic como polivalente. Para cenas, copas, afterwork  y brunch. Precios tipo Madrid. Me apetece y mucho.
Voilà. Toda la semana organizada. Me tomo mis labores de guía espiritual más que en serio, y esta semana vamos a necesitar levantar el ánimo al personal, así que no habrá momento ni para respirar.
Me quedan en el tintero 2 sitios más: El Pescador, una de las pescaderías/restaurantes de pescado mejores y con más prestigio de Düs, que dejamos para la semana que viene, y Brauerei Zum Schiffchen, el restaurante más antiguo de la ciudad, que por cierto, tuvimos la oportunidad de catar el domingo a la hora de cenar. Brutal. Se lo recomendaré a todo el que venga por estos lares. Cocina típica alemana. Servicio clásico. Luces en la terraza. Junto a una iglesia encantadora. Lo tiene todo. Y el codillo. El mejor de toda mi vida. Un lugar excepcional.
Asi que damas y caballeros, me despido por el momento, cual manojo de nervios, esperando que pasen las 1, 2, 3… 15 horas que me quedan por delante hasta reencontrarme, por fin, con el hombre más complejo, gruñón, gordito, de cabellos ensortijados, y con el sentido del humor más extraño del mundo. Mi hombre al fin y al cabo.
Pero no sufráis. Antes de que os déis cuenta, volveré.

viernes, 9 de agosto de 2013

Qué sabemos. Qué intuimos. Qué ignoramos.

 
Lo que sé.
 
Bueno. Ya está. Lo he hecho. Ayer, por circuntancias horarias que no vienen al caso, cogí el tranvía yo sola para venir a la oficina. Sin preguntar. Sin errores. Yo solita. Ya estoy preparada para para la vida moderna. ¿O quizá antes de cantar victoria debería probar a regresar una tarde en las mismas circunstancias? Oh no…

Esta semana ha sido además de lo más educativa. Para empezar, quizá no lo he comentado pero esta empresa en la que me hallo impone un código de vestimenta formal y, al menos en lo que a mi respecta, estricto. ¿Qué significa eso? Tacones, queridos. ¿Y qué hay en la puntita de todo tacón que se precie? Una tapa. Recordemos uno de los primeros posts en los que hablaba de cómo a todo correr, siguiendo los sabios consejos de mamá, me había gastado un dineral en poner tapas a todos los salones que pudieran tener pinta de working style, antes de mudarme. Bien. Han muerto. Todos menos unos. Los marrones. Comprenderéis sin duda que no puedo vestir de negro con salones marrones. Eso me ha llevado a investigar dónde arreglan los zapatos los alemanes. Der schnelle Jo, un zapatero que además de por lo curioso del nombre (“El Rápido Jo”, concepto que hemos adoptado sin dudarlo para uno de los componentes de nuestro grupo), resultaría muy práctico al estar cerca de casa…Si no fuera por que cierra en Agosto. Plan B. Desde el tranvía que nos trae a la oficina nos ha parecido reparar en un zapatero. ¿Dónde? Es un misterio. Sólo aparece cuando no es necesario. Me confieso incapaz de encontrarlo. Plan C. No hay. Ya me encontraba planificando mi maleta llena de zapatos de vuelta a España en Septiembre, cuando llegó la luz. Los arreglan en la empresa. Si señor. 100% eficacia alemana. Si venís en tacones a la ofi, os arreglamos los tacones en la ofi. Ya tengo tarea para el lunes.

Otra cuestión típicamente alemana que me trajo de cabeza, ya desde antes de llegar, es el asunto del reciclaje. Es de sobra conocida la afición de los alemanes por esta práctica. Bien, llamémoslo responsabilidad. Pues ha sido motivo de estrés para mi desde el principio. He de confesar que en mi vida me he tomado el reciclaje muy en serio. Siempre he sido más del “ Los políticos deberían organizarlo de otra manera. Para eso están.” (¿Comodona? Sin duda.) Asi que, lógicamente al mudarme aquí, abrí mi mente a más no poder, por aquello de integrarme, no herir sensibilidades ajenas y demás.
Así que ahora tengo dos cubitos de basura en casa. Intento comprender por todos los medios por qué en el edificio hay dos zonas distintas con contenedores, y sobre todo, qué demonios va en cada contenedor. Total que tras horas de estudio y profundo análisis pormenorizado de estas cuestiones, aún me/nos quedaba una duda fundamental. Dónde se tiran las botellas de cristal. Porque en casa no hay lugar al efecto. Algo había oído acerca de unas máquinas en los supermercados que te pagan por las botellas que entregas. Imaginad cuántas botellas se nos han ido acumulando durante un mes. Vergonzoso. Así que allí fuimos el martes. Con dos bolsas por cabeza. En busca primero de las máquinas. Máquinas que no aceptaron todas las botellas. Así que allá que salimos del super, 3 euros en el bolsillo, sonrisa en la cara, rojos como tomates, con las bolsas restantes en busca de contenedores de cristal. Y los encontramos.
Conclusiones finales. Separar botellas del resto de la basura. No acumular botellas. Tener claro qué botellas aceptan en las máquinas. Las no aceptadas deben ir en bolsas separadas al contenedor. Y último y fundamental. Coger el día libre en el trabajo para llevar a cabo todas estas gestiones. Alemanes…

Lo que intuyo.

Intuyo con total honestidad, que mi casero es un caradura. O simplemente un imbécil. Uno de tantos, al fin y al cabo. Pero no imaginaba encontrarme uno de estos en Alemania. Teóricamente, lectores míos, (una vez más) deberíamos tener instalada la conexión a internet este fin de semana, por supuesto como efecto directo a un email tipo Pitbull por mi parte de esos que una sabe al enviarlos… Que algún efecto van a tener (Gracias ex empresa por enseñarme las técnicas más depuradas de cómo mostrar la auténtica, profunda y recalcitrante mala hostia española. Sabía yo que de algo me serviría) Veremos si por una vez veo el compromiso cumplido o si no ha sido más que otra de vaqueros.

Hablando precisamente de intuiciones y pensamientos diversos, un muy buen amigo (uno de esos que leen el blog de manera obsesiva) me decía hace muy poco “Es increíble lo muchísimo que piensas en tus sentimientos. Increible.” Y la verdad es que tenía razón. Natürlich. ¿Cómo si no iba a decidirme a escribir un blog acerca de mi experiencia en Düs? Resultaría imposible. Pero por otro lado, si me paro a pensarlo (Cómo no), llevo desde los 14 años dándole vueltas a lo que acontece en los rincones más oscuros de mi corazón, y eso no puede ser bueno… ¿Verdad? Especialemente porque, es de sobra sabido, cuando pasas demasiado tiempo enfocada en un único sentimiento, en un principio leve y carente de importancia, éste acaba adquiriendo proporciones casi bíblicas. Pierdes toda visión global. Toda perspectiva. Acabas creyendo lo que no es. Pensando que sientes lo que no sientes. Y haciendo, finalmente, de un minúsculo grano de arena, como mínimo, la montaña a la que iba Mahoma (¿O era al revés?) Lección de esta semana, queridos lectores. Ojito con pensar demasiado, y darle excesivas vueltas a los sentimientos. Muy, pero que muy peligroso.

No obstante,  siguiendo con las intuiciones, como no podía ser menos, los planes para hoy están más que establecidos y organizados (¿Quizá a veces parece que sólo hay vida los fines de semana?). Tenemos el primer cumpleaños (pre-cumple en realidad) de uno de los nuestros, uno que por cierto, abandona el fuerte durante la semana que viene, como avanzadilla de las vacaciones. Por tanto un festejo como Dios manda se impone con todo el peso de la ley. Porque es el primero. Y porque le echaremos de menos. (Chetto, chetto) Intuyo que será de las que recordaremos hasta el fin de los tiempos…

Finalmente, las intuiciones me llevan de cabeza al lunes, porque este fin de semana, sólo puedo desear que transcurra veloz como el viento y que los días vuelen sin darme cuenta entre preparativos de todo tipo (especialmente culinarios). Porque este lunes, por fin. Por fin. Por fin. Llega mi primera visita. Una que intuyo, me va a convertir en la mujer más feliz del mundo durante dos semanas. Que me va a hacer recorrer los mil rincones de esta ciudad, explorando, descubirendo cada secreto, cada dirección oculta o no a las miradas de los transeúntes (de lo que os hablaré el lunes por cierto). Que aportará tantas cosas a mi corazón inquieto que ni siquiera soy capaz de expresarlas. Una visita que llevo esperando exactamente 1 mes y 12 días. Una que, creo, cambiará profundamente mi visión de la vida aquí. Y dará una nueva vuelta de tuerca a lo que entiendo por Düsseldorf. Intuyo que el romanticismo me espera a la vuelta de la esquina.

Lo que ignoro.

Así que pasa el tiempo. Nuestra  pequeña colonia de Volksgartenstraße va evolucionando. Nuestras relaciones. Nuestros trabajos. Nosotros. Intento plasmar a golpe de teclado cómo respiramos por aquí. Pero a pesar de mis esfuerzos por describir con exactitud cada etapa nueva, es imposible. Somos 7 y cada uno de su padre y de su madre. No sé qué pasa por la mente de la mayoría. Algunos son más abiertos. Otros cerrados a cal y canto. Algunos más sociables. Otros más tímidos. Unos más afines. Otros más opuestos. Chicos y chicas. Con más o menos caracter. Con diferentes modos de ver la vida. Diferentes ambiciones. Diferentes sueños. Diferentes aspiraciones de futuro.

En un primer momento todo era similar, pero al cabo de un mes ya están ahí las diferencias. Las sientes. Las palpas. ¿Cómo saber el modo en que se desarrollarán las cosas? ¿Cómo saber cómo nos sentiremos en 1, 2, 3,.. 17 meses? No podemos. Vivimos casi al día y eso para algunas personas, como para mí, es desquiciante. Lo del Carpe Diem nunca ha sido para mi. La manía de analizar cada sentimiento, de ponerlo encima de la mesa, de darle la vuelta y verlo del revés. Otra vez ahí.

O quizá la impaciencia de no saber qué será lo próximo. Sé sin duda alguna que es más fuerte lo que nos une que lo que nos separa. Pero si sólo pudiera pasar rápidamente las páginas del libro hasta el final…Y tan sólo echar una rápida ojeada a la última página…  100% tentador. 100% erróneo. (cómo tantas otras cosas). Por que al fin y al cabo…

Sin intriga no hay historia…

¿No?

lunes, 5 de agosto de 2013

El porqué de las cosas

Corría el año 2002. En Septiembre empezaba el último curso en el Lycée Français de Málaga. Baccalauréat, série sciences économiques et sociales. Primera clase de filosofía. “Méditation sur une orange” si no recuerdo mal. Flechazo devastador por una materia que marcaría el resto de mi vida. Desde entonces me pregunto el porqué de todo. Cuando digo todo, me refiero a TODO. La cantidad de horas que paso a lo largo del día preguntándome el porqué de las cosas… Resulta casi absurdo. El otro día una de mis compañeras me comentaba que desde que llegó aqui no para de pensar. (Peut- on ne pas penser?) No se trata sólo del asunto idomático,  que también. Cambiar un mínimo de tres veces al día de idioma no es fácil. No te deja descansar. Acabas soñando en inglés. Cocinando con el rintintín del alemán en la cabeza. Bailando al son de una canción en francés. Chapurreando expresiones sueltas en italiano. Y cuando te sientas a escribir en tu lengua materna, a tu cabeza acuden palabras que te ves obligada a traducir. Como digo, agotador.
 
Pero no se trata sólo de eso. Se trata de que al estar en pleno proceso de adaptación, a un nuevo entorno, a nuevas personas, y seamos sinceros, a un nuevo tú, la pregunta "¿Por qué?" Impone inevitablemente su presencia a cada instante. Por qué puñetas vine a este extraño país. Por qué pesan tanto las ausencias. Por qué vuelvo a tener la sensación de que mi mundo está tan lejos. Por qué no entiendo este idioma por mucho que me esfuerce. Por qué siento esto. Por qué las raciones son tan grandes. Por qué no puedo tomarme una copa de vino a un precio razonable. Por qué el tiempo está tan loco. Por qué no comprendo esto. O lo otro. O a Fulanito. O a Menganito. Por qué tal o por qué cual. Por qué , por qué, por qué. Y lo peor, es que normalmente no hay respuesta universal. Únicamente, y depende del momento, puedes llegar a tu propia, sesgada y absolutamente subjetiva conclusión, que, en fin, al menos a veces, te hace descansar durante dos minutos. ¿La maldición del filósofo, quizá?
 
Digamos que porque la necesidad de descanso mental y veraniego empezaba a hacer estragos en nuestro grupo, como comentaba en el último post, este fin de semana fuimos en busca del eterno estío. Y tuvimos éxito. A poco más de media hora entre tren y autobús, nos encontramos en Unterbacher See, un lago idílico y lleno hasta los topes, con precio de entrada obviamente (Seguimos en Alemania, queridos), pero con el agua a una temperatura maravillosa y sobre todo con sol. Mucho, mucho, mucho sol. Pasamos el día allí. Nadamos, reímos, nos tiramos de cabeza desde la plataforma instalada a tal efecto, bebimos Warfteiner Zitrone (cerve con limón), y comimos algo que a los españoles nos hizo añorar más si cabe las patatas bravas de toda la vida. Y heladitos. Porque el verano sin helados no es verano. Fue estupendo, y nos hizo, creo, renovar fuerzas para la semana.
 
La verdad es que, ahora que lo pienso, ha sido un fin de semana bastante original, hemos abierto la mente a experiencias distintas al paseo habitual por el Alstadt, y eso está bien. Fuimos a Medienhafen el viernes, y descubrimos un sitio, que, pongo la mano en el fuego, la mayoría de nosotros pensamos, es para llevar a alguien especial. Romanticismo alemán en estado puro. A pesar de los 9 euros por mojito. Pebble´s se llama. Me declaro fan desde ya.
 
El sábado nos juntamos más gente de lo habitual. De hecho bastante, bastante gente. De multitud de países. Italia. España. Polonia. Alemania. EEUU. Holanda. Y seguro que me dejo algo en el tintero. Gente del trabajo y amigos de fuera. Y amigos de amigos. ¿Un poco loco no? Así tenemos la cabeza. Imposible conservar la cordura ante semejante confusión de culturas. ¿Choque cultural? Podríamos escribir un libro. Un libro sobre el porqué del choque cultural por ejemplo.  Y de nuevo el porqué.
 
Cuando empecé a valorar la posibilidad de marcharme de España, recuerdo que me empeñé en conocer de primera mano las experiencias de quienes hubieran vivido algo similar. El porqué de todo. Por qué se marcharon. Por qué volvieron. Por qué se quedaron. Oí de todo. Bueno y malo. Éxitos y fracasos. Locuras de verano y planes a largo. Pero algo en lo que coincidieron todas las versiones es que este concepto universal que es la emigración, se dé por las razones que se dé- Trabajo, estudios o la simple aventura-  te hace conocerte a ti mismo como nunca antes habrías creído posible. C-O-M-O N-U-N-C-A.
 
A base de porqués, imagino.
 
Es de lo que me he acordado, también este fin de semana (Como veréis me ha cundido), cuando, casi sin previo aviso, sentada en las escaleras de mi puerta, he empezado a considerar mío lo que hasta hace bien poco creía ajeno. He empezado a disfrutar de los momentos que antes temía. Y he empezado a entender la, hasta hace nada amenazante soledad, como una nueva e inesperada aliada. No es que la situación haya cambiado excesivamente (Seguimos sin internet y mi apartamento tiene los mismos escasos muebles que hace una semana, a pesar de una visita fugaz a Ikea), pero parece como si todos los detalles que me rodean, y que juntos forman mi contexto vital actual, se hubieran vuelto amistosos, conocidos, cercanos. Los resortes  mentales de los que tanto he oído hablar en casa desde que era una niña, parecen más claros que nunca. Y la sensatez y la templanza se imponen poco a poco en mi espíritu (Está bien, no. Pero al menos lo intentan). Quizá, de nuevo, a base de porqués. Quién sabe.
 
Las largas tardes de verano se ocupan casi sin darme cuenta, pero los momentos a solas... Esos que existen, y son muchos,  aunque a veces parezca que no… Empiezan a gustarme de nuevo, como siempre hicieron. Llego a casa del trabajo y Gato me espera. ¿Interesado? Claramente. Por los fiambres alemanes que guardo en la nevera. O la carne picada con tomate. O las patatas fritas. En serio, ¿A qué gato le gustan las patatas fritas? Si me da por ahí paso por Kaiser´s en busca de una de las escasas provisiones de Nestea que he visto en Düs. Y entonces el momento está completo.
 
Hace tiempo (bastante tiempo de hecho, pero en una de esas conversaciones que se quedan grabadas en la mente) hablaba con alguien de esos momentos que no sabes por qué pero son simplemente perfectos. A veces acompañado. (Como una tarde en el jardín, copa de vino en mano, y esmalte de uñas por delante, con una amiga a la que empiezas a tener mucho, mucho cariño) Pero otras veces simplemente a solas. Esos momentos que imponen el silencio por regla. Esos que te hacen ver la vida con otros ojos. Que te reconcilian con tu entorno. Pues justamente esos, han vuelto. Y bienvenidos sean.
 
Porque recuerdo, aún cercana, la sensación de no poder respirar ante esta situación revolucionaria, subversiva, desbordante. Recuerdo aún demasiado próximo el vértigo ante el exceso de libertad y la sensación de no tener… Aire. Pero tal y como Mamá indicaba (Y recordemos que las mamás siempre tienen razón, porque es parte de su oficio) “No es que no tengas aire. Es que nunca en tu vida has tenido TANTO aire para respirar. Llena los pulmones. Respira.”
 
No sé por qué. Quizá porque empiezo a entender lo que eso significa. Quizá porque empiezo a dejarme llevar. Quizá porque empiezo a zambullirme de verdad en mi nueva vida. Pero la cuestión es que todo empieza a parecerme… Normal.
 
¿Por qué tanta divagación en este lunes de principios de Agosto? ¿Podré evitar darle vueltas a lo largo de la tarde?
 
Verdes las han segado.

jueves, 1 de agosto de 2013

Me gusta.

Me gusta el tinte que está tomando este blog. Me gusta que llegue el día en que toca rememorar los últimos acontecimientos de la semana. Me gusta saber que hay gente en Rusia (¿Ein?) que me lee (Por favor, seáis quién seáis…Manifestaos). Y gente en España, y en Alemania, e incluso alguna que otra madre en Italia. (Gracias de nuevo, Google Translator) Me gusta recibir noticias de personas de las que hace mucho que no sabía nada, que se sienten identificadas o que simplemente les hace gracia leer qué hay de nuevo por aquí. Me gusta enviar el nuevo post en primicia absoluta a las dos personas más importantes de mi vida. Y que haya amigas que, justo al minuto de publicar, ya me digan cuanto les gusta leerme. Y que familias a las que echo de menos casi tanto como si fueran la mía propia, esperen ansiosas la verborrea descontrolada de la andaluza de turno que un buen día conoció al príncipe de la casa. Me gusta saber que cuando pasen 18, perdón, 17 meses (¿Ya?), y eche la vista atrás, pase lo que pase, tendré este recordatorio de mi puño y letra, testigo (suave, liviano y ciertamente censurado) de cuanto viví y sentí aquí.
 
Y me gusta mucho, mucho, pero muchísimo, tener cada semanita cosas nuevas que contar. ¡Así que al lío!
 
El lunes por la tarde viví una de las experiencias más graciosas de los últimos tiempos. ¿Su nombre? Zumba. ¿Dónde? Fit in. Gimnasio a 5 minutos escasos de casa. En el último post creo que quedó más que patente la necesidad urgente de latineo en mi vida. No porque yo sea precisamente la imagen personificada de lo que uno entendería por una chica latina, sino por el mero hecho de sentir la cálida cercanía de algo parecido a mi cultura.
 
Bien, pues ese glorioso momento llegó de la mano de una alemana rubia platino de dos metros, con dos moñitos en la cabeza, meneando el cuerpo como si le fuera la vida en ello, al son de Daddy Yankee y Juan Magan, a 31 grados sin aire acondicionado (porque no sé si he llegado a comentarlo, pero dicha tecnología no está muy de moda en Alemania).
 
Simplemente brutal. He descubierto mi nueva vocación en la vida. Bailar Zumba. Y eso será a lo que me dedicaré durante el largo, largo, largo invierno en Düs. Queda dicho.
 
De hecho no sé si fue dicha experiencia, o bien los chocolates que vinieron a traerme algunos de mis compañeros al despacho  (abrazo de oso incluido), o bien que cuando llegué a casa de la oficina mi nuevo amigo Gato me esperaba una vez más, expectante, en la puerta (Porque últimamente Gato y yo compartimos ciertos momentos… Relativos por ejemplo a patatas fritas de bolsa, sentados ambos en mi escalera. O a mañanas de "miau, ábreme la puerta". Cinematográfico, ¿eh?), o bien que por primera vez desde que llegué a Düs me puse manos a la obra en la cocina, pero esta vez en serio, y en cuestión de una hora me marqué un sucedáneo de pollo en pepitoria para chuparse los dedos. Quizá fue un poco todo. Pero lo cierto es que por fin, 30 días después de llegar a esta tierra, dormí de un tirón toda la santa noche. Y esa queridos, es una muy pero que muy buena señal.
Como también es una magnífica señal que haya decidido empezar a indagar en la web de Vogue Deutschland, síntoma, sin duda, de regreso a la normalidad, a la estabilidad mental, y por Dios y por la Virgen… A las inquietudes estilísticas. Ya era hora. Porque esta humedad podrá hacer estragos en mis dorados y endemoniados cabellos. Pero no podrá con un corazón enamorado de la moda. Amor del bueno, del de para toda la vida. Así que mi primer capricho con ese flamante sueldo que comentaba hace bien poco ha sido este: Suscripción a Vogue Deutschland durante un año (¡Que me regalaban 40 euros en Amazon, mamá! ¡Libritos! ¡Qué Bien!)
Alemán y moda por partes iguales. ¿Quién da más? Os diré por cierto que la Vogue Fashion Night Out en Düsseldorf (Concretamente ubicada en Kö, recordemos, Königsalle, la zona elegante) es el 6 de Septiembre y que, maldita sea mi suerte, me la voy a perder. ¿Por qué? Oh nada importante… Por que estaré tostándome, o más bien achicharrándome ¡Al sol español!!!!¡Vuelta y vuelta!¡Tú me das cremita, yo te doy cremita! ¡Chiringüito! ¡Gambita a la plancha mi alma! Así es. Las vacaciones han sido establecidas. Billete comprado. De ida una vez más… Ya veremos si vuelvo. (Broma mamá. Broma)
En la empresa las cosas andan calmadas. Quizá ha sido una buena idea empezar justamente en el estío, cuando la actividad no es precisamente agotadora. Así hemos tenido tiempo de acostumbrarnos a todo, desde el "Guten tag" hasta los horarios de las comidas. Desde el Outlook en alemán (quién haya decidido conservarlo como la menda, valiente) hasta la estructura interna de poderes y responsabilidades. Y desde los nuevos compañeros, hasta la máquina de café, pasando por la mesa de ping pong de la planta 19 y el futbolín de la… ¿Dónde demonios estaba? Nunca lo recordaremos.
Precisamente de nuestras impresiones sobre este primer mes, y de cómo se ha desarrollado el proceso de adaptación, es de lo que hablaremos hoy durante la comida con la coordinadora de nuestro muy amado programa. Únicamente me pregunto si conseguiremos mordernos la lengua en lo relativo al problemilla con internet…O si soltaremos sapos y culebras, cuando no demonios, por nuestras dulces boquitas.
Además, como cada jueves, los planes del fin de semana se van vislumbrando. De acuerdo, lo confieso. Llevamos dándoles vueltas desde el martes. El caso es, que parece que el sol vuelve a instalarse entre nosotros, (O quizá no...Aquí nunca se sabe) y que eso sólo significa una cosa. B.I.K.I.N.I. Hartitos estamos del traje de chaqueta, y este sábado, caiga quién caiga, nos damos un baño de sol en un lago, o en una piscina o en el mismo río si hace falta. Indagando en estos menesteres, hemos descubierto también un par de Beach Clubs (Me pregunto si los alemanes captan la ironía…) con arena y sombrillas y camas balinesas y cócteles helados que, a priori, deberían trasladarnos a sueños, como mínimo, caribeños. Aún está por decidir, pero este fin de semana, además de hacer una segunda tentativa de brunch, que esperemos salga mejor que el domingo pasado (Catastrophic situation), vamos a la playa, calienta el sol. (Oh oh oh)
Me gusta Düs. Y cada vez me gusta más. Y más. Y más.