lunes, 12 de agosto de 2013

Idas y venidas

Cada vez que pienso en una despedida, sin querer me viene a la mente una imagen del intento de comedia que terminó en peli de culto, al menos para mí, Elizabethtown. (Quizá sea porque la primera vez que la vi rondaban las 4h de la mañana, y me encontraba en uno de aquellos eternos maratones de cine del colegio mayor, quizá no, ¿Estoy divagando?) La película en cuestión, en uno de sus primeros momentos, muestra a un depresivo Orlando Bloom diciendo algo así como “Con los años, me he convertido en un experto en últimas miradas. Siempre soy capaz de reconocer una cuando la tengo delante. Y ahí está. Última mirada.”

Me parece extremadamente triste. No me gustan las despedidas. En general, como a una amiga maravillosa con la que de hecho juraría que ví por primera vez dicha película, no me gusta que las cosas acaben. Me pasaba, una vez más, en el colegio mayor, cuando nos quedábamos hablando en la habitación 125 hasta las mil, y siempre había un margen de otros últimos 5 minutos antes de dormir. Me ha pasado desde que era pequeña cuando tenía que regresar de algún curso de verano (Qué dramón). Y cuando, desde el año 2003 , me he despedido de mi madre 1 millón de veces en la estación de Málaga. Por supuesto en asuntos más… sentimentales la cosa se complica hasta extremos insospechados. Y por eso esta semana toca un poco de eso. De saber que estamos ante una última mirada. Porque esta semana, además de tres ausentes momentáneos, (Snif, snif, no os vayais) nuestra americana favorita se nos va de vuelta a casa, tras un verano en prácticas en nuestra muy amada empresa. Y la echaremos de menos. De hecho, es una lástima que no vaya a leer estas palabras, dado que lo que es capaz de chapurrear en español se limita a “Te quiero”, “Unicejo” y “Me duele todo el cuerpo” (Y no forzosamente en ese orden). Porque si las leyera, igual que el viernes por la noche, intuyo que más de una lágrima caería por aquí.

Pero no todo son tristezas. Unos van. Pero otros vienen. No sólo vuelve de sus vacaciones la que es el elemento francoparlante del grupo.

Además, esta noche. Él. A la 1:00. Y con un tiempo, curiosamente bastante similar al que tuve el placer de disfrutar la noche de mi llegada. Tormenta, truenos y relámpagos. Encantador, ¿Verdad?

Con todas estas idas y venidas, se impone en nuestras vidas un plan de acción calculado al milímetro, para no perder ni un segundo, y disfrutar de cada instante como si fuera el último. A saber:

Lunes. Después de un fin de semana en el que CASI tuvimos internet, con lo que fui capaz de descargar la mitad de dos episodios de una de mis muy añoradas series (Trágico, porque me he quedado sin saber el final de ambos), esta tarde nuestro flamante casero se pasará por el edificio y, en teoría, me obsequiará con un router nuevo sólo para mí. Qué emoción. ¿Os imagináis que vuelvo a estar conectada con el mundo? ¿Sabré como usar Google de nuevo? ¿Y Series Yonkis? ¿Cuántos episodios me habré perdido? El estrés puede conmigo en estas últimas y agonizantes horas de aislamiento. Voy a tener que ir a Zumba para sobrevivir. Si el miércoles, tal y como me ha prometido, el asunto "agua caliente en la cocina" se soluciona, la semana será redonda.

Martes. La cosa empieza, como en toda buena historia, con una estación, y con lluvia. Ella espera ansiosa bajo el paraguas. Él baja del autobús. (Un tren, niebla y gabardinas harían el resto) Las miradas se cruzan y corren a abrazarse a cámara lenta con una música del tipo “Carros de fuego” de fondo. Eso y la tortilla de patata que espera al señorito en mi nevera hacen de la peli una  auténtica parodia a la española. Pero eso si. Romántica. El martes no habrá hecho más que empezar, y después de las largas horas de oficina tocará el primer paseo por la ciudad. ¿Medienhafen o Alstadt? Aún lo estoy meditando.
Miércoles. Ratingerstraße. Sin duda. Sin vacilación. Directos desde la empresa, con traje y todo. Sólo he de enseñar a mi visitante madraca cómo coger un tranvía alemán y no morir en el intento. Después, cervecitas, flammkuchen (pizza alemana, ñam ñam) y, seguro, mil millones de risas.
Jueves. Increible, ya es jueves, y toca empezar a cargar pilas para el fin de semana. Pero antes necesitamos cenita con la que se nos va a USA. Hemos encontrado un lugar cerca de casa donde hay… Gambas. No os hacéis una idea de la necesidad de gambas que tengo en mi organismo. Sean del tipo que sean. Y provengan de dónde provengan. ¿Así que por qué no? Y después puede que unos bailes en el Cubanito por aquello de ir calentando motores. Quién sabe. Surprise surprise.
Viernes. Voy a intentar que regresemos a Nachtresidenz, la discoteca por la zona de , a la que fuimos el viernes pasado, porque merece mucho, mucho, mucho la pena. Ambiente mono. Música en condiciones. Grandes espacios, y precios razonables.
Sábado. Mi idea, hoy lunes, tras el descanso dominical y sin efectos secundarios tras una noche de fiesta, es visitar la ciudad de Colonia, tan bella como cercana a Düs. Con mil lugares nuevos que descubrir. ¿Seremos capaces? Lo veremos.
Domingo. Toca un brunch como Dios manda. ¿Dónde? En Les Halles, un sitio del que no oigo más que cosas buenas, tan chic como polivalente. Para cenas, copas, afterwork  y brunch. Precios tipo Madrid. Me apetece y mucho.
Voilà. Toda la semana organizada. Me tomo mis labores de guía espiritual más que en serio, y esta semana vamos a necesitar levantar el ánimo al personal, así que no habrá momento ni para respirar.
Me quedan en el tintero 2 sitios más: El Pescador, una de las pescaderías/restaurantes de pescado mejores y con más prestigio de Düs, que dejamos para la semana que viene, y Brauerei Zum Schiffchen, el restaurante más antiguo de la ciudad, que por cierto, tuvimos la oportunidad de catar el domingo a la hora de cenar. Brutal. Se lo recomendaré a todo el que venga por estos lares. Cocina típica alemana. Servicio clásico. Luces en la terraza. Junto a una iglesia encantadora. Lo tiene todo. Y el codillo. El mejor de toda mi vida. Un lugar excepcional.
Asi que damas y caballeros, me despido por el momento, cual manojo de nervios, esperando que pasen las 1, 2, 3… 15 horas que me quedan por delante hasta reencontrarme, por fin, con el hombre más complejo, gruñón, gordito, de cabellos ensortijados, y con el sentido del humor más extraño del mundo. Mi hombre al fin y al cabo.
Pero no sufráis. Antes de que os déis cuenta, volveré.

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