martes, 14 de octubre de 2014

Amazonas

Controvertidas. Misteriosas. Valientes. Orgullosas. Fuertes. Tienen un carácter complicado, y mala leche. Dan un poco de miedo, provocan celos, son escurridizas  y crean adicción. La verdad por bandera, son sinceras, aunque poco dadas a mostrar el corazón en público. Porque aunque disimulen, lo tienen. Amadas y detestadas casi a partes iguales. Crean polémica. Y hablan a viva voz. Siempre. Van a contracorriente.

Las mujeres de mi familia siempre me han parecido eso, amazonas.
Y la última en la cadena, soy yo.
Con semejante linaje, estar a la altura no es fácil. Es una lucha diaria. Entre titanes dirian en las reuniones familiares. Son muy dados a las palabras grandilocuentes. La lucha es agotadora, y la tensión mortal entre dos extremos: lo innato y lo adquirido, tu herencia y tu esencia.
Hace años, en la época de mi abuela, toda una amazona ella, ser una mujer no era tarea sencilla claro, (cuando lo es?) pero aunque abrió puertas, dió unas cuantas voces, y apretó mas de un tornillo a quien en su opinión lo merecía, las reglas estaban bastante claras.
Después llegó la liberalización de la mujer y el feminismo, y mi madre lo vivió amazónicamente hablando, a tope. De nuevo pateó traseros, provocó controversia y grandes pasiones no siempre sanas. Cabalgó sobre la vida como pudo, y supo. Sobrevivió.
Y después llegaron los 80 con una tia que anda por las américas desde hace siglos, que fue contra todo lo establecido en general y en particular en aquella pequeña, tradicional y sobre todo heladora Salamanca. Hizo carrera. Hizo dinero. Hizo muchas cosas. Trabajó, viajó, luchó, e hizo trizas el tópico. Una mujer moderna, así la veía yo cuando era pequeña.
Y ahora yo. Yo.
Menudo desastre.
Voy por la vida con un carácter endiablado, una sensibilidad que me destroza, sueños de grandeza y ambiciones de familia estable y tradicional. Mi generación es la del “lo quiero todo”. Ganar mucho y rápido. Copas también a los 40. Estar bellas hasta los 80. Vivir eternamente. Vida en la capital, veraneo en una isla, y los niños al extranjero. La casa en un ático, el coche deportivo, los zapatos de tacón, el perro baboso, el marido guapo y rico, los niños políglotas de nacimiento, alguien que limpie en casa, que friegue los platos y le planche las camisas al semental y por supuesto.... La carrera. Una oficina grande y luminosa, desde donde dominar... Lo que sea que una quiera dominar. Vista de pájaro. Muchos 0 en la cuenta. Poder.
Y entonces llegó la crisis. Y la década de los 20. Y las relaciones, a las que sólo sobrevivimos gracias a amigas de cuentos de hadas, una afición temprana por el vino y Sexo en Nueva York online.
Sufrimos, crecimos, tropezamos, y volvimos a tropezar. Con la misma piedra. Con los mismos chicos. Con la misma asignatura. Con el mismo error. Como decía, crecimos. La tierra prometida no era tan mona después de todo, ni tan luminosa. No nos encontramos oficinas en el último piso de un rascacielos ni trajes de Armani en el armario. No tenemos deportivos, ni relaciones perfectas. No nos hemos casado. No tenemos hijos. Ni estabilidad.
Más bien hemos vestido de Zara, de H&M o de Primark cuando la cosa estaba fatal. Nos hemos movido en metro, en un coche que bien podría ser una lata de sardinas con verdaderas dificultades para pasar la ITV, o si somos muy afortunadas, en un coche de empresa que no  tenemos dinero para aparcar y que usan nuestros empleadores como excusa para mandarnos al otro lado del país a mínimo coste. Hemos tenido trabajos en cubículos oscuros donde siempre hay alguien- curiosamente  a menudo una mujer con sólo un lustro más de experiencia que nosotras, pero sorprendentemente menos formación- que nos grita y nos desprecia. Trabajos mal pagados, y peor considerados. Hemos sido becarios eternos, y aprendido todas las técnicas habidas y por haber a la hora de hacer entrevistas. Nos sabemos de memoria nuestras 3 mayores virtudes y nuestro “punto en el que mejorar”. Sabemos idiomas. Tenemos masters. Sabemos sacarnos nuestras castañas del fuego. Hemos estudiado. Hemos peleado. Y todo esto en una ciudad grande, completamente solas, y a merced de más de un canalla.
Y ahora, tanto tiempo después,  nos acercamos a los 30. Y las cosas empiezan a mejorar. Y estamos tan asustadas que apenas lo hablamos, vaya a ser que se trate de un espejismo. Vamos dando pasos firmes, vamos haciendo camino, a base de malabarismos muchas veces, no tan luminoso como esperábamos, pero forjado en hierro al fin y al cabo. Avanzamos. Conseguimos trabajos cada vez mejores. Mayores responsabilidades. Mejores sueldos. Miramos con escepticismo a los de sólo una generación más, como si no supieran nada de la vida, porque a nosotras nadie nos vino a buscar a la puerta de la facultad ofreciéndonos la primera oportunidad. Miramos aún peor a los que nunca se fueron de casa, porque no tienen más de una década de soledad a sus espaldas. E intentamos recomponer nuestros sueños.
Yo me marché a Alemania en busca de LA oportunidad. Y lo ha sido. La tabla de salvación que me ha permitido salir de un hoyo en el que, he de reconocer, seguía siendo más afortunada que la media. La experiencia está a punto de acabar. Y sólo puedo alegrarme por haberlo hecho. Porque si me hubiera quedado, por las inumerables razones que me ataban a Madrid, me habría arrepentido siempre. Porque nunca habría crecido como he crecido, y porque no habría dado el salto. Ese salto con el que todo aquel que quiere hacer carrera, suena. Y el que era imposible obtener en mi casa.
Hace unos días tuve la oportunidad de hacer una excursión de compras a Colonia, que conocía de turismo, pero no de tiendas. Y no sólo me sorprendió gratamente la enorme oferta que tiene y lo especial de ésta, sino que encontré un tesoro. Una serie de fotografías de Formento & Formento llamada “Circumstance” que, haciendo una interpretación personal de la crisis, y recorriendo 25 estados en EEUU en plena recesión, muestra a una mujer joven, muy hermosa, y delicada, en ese momento en el que el futuro  parece ofrecerse a la juventud como una promesa segura, pero , anacrónicamente, en decorados marchitos, y decrépitos. Su idea fue mostrar cómo una generación en principio bendita se convirtió en lo contrario. En cómo se vió enfrentada a la desesperación, a la incertidumbre, y a la desesperanza, por sorpresa.
Circumstance delves into the despair of the recession – loosing your job, your home, your sense of self. These photographs represent the terrible uncertainty of what your life is all about when the things that give structure and stability are suddenly gone”
Asi que me compré algunas fotografias. Las enmarcaré. Las colgaré en el muro de mi pequeño reino, ese que habré conseguido con esfuerzo y tras pasar muchas pruebas, muchas de ellas, como vosotras, sola.
Y las miraré dentro de muchos años, apreciando lo bellas que son. La poesia que me inspiran. Y recordando que un sábado, muchos tiempo atrás, cuando nada estaba seguro pero todo empezaba a cobrar sentido, yo las descubrí en una pequeña galeria de arte alemana. O que ellas me descubrieron a mi.  Y recordaré el tiempo que pasé en este país, lo que me llevó a marcharme, lo que significó. Recordaré quién fui durante un tiempo, lo que pasé, a lo que sobreviví. Recordaré la maldita miseria con la que el destino azotó a una generación que llamaron “perdida”.
Y recordaré a aquellas que lucharon por no perderse del todo. Las que pelearon con uñas y dientes. Recordaré lloreras por skype, y tardes de café que acaban en vino y luego en copas porque eh, la vida es muy dura. Recordaré el nudo en el estómago al final de mes, o el anular planes porque cuando no se puede no se puede. Recordaré la angustia, y las puertas cerradas, y la desesperación al no ver ni una maldita luz al final del tunel. Y a lo que nos enfrentamos durante años. Recordaré que no lo tuvimos fácil. Y que aunque no vivimos una guerra, tuvimos que salir al campo de batalla cada dia. Un campo de batalla donde nadie se molestó en informarnos acerca de las reglas. Donde tuvimos que adaptarnos o morir en el intento. Mientras todo estaba en contra. Mientras muchos no entendian nada. Mientras estuvimos solas.
Y luego me miraré al espejo. Sonreiré, y seguramente me vaya a abrir un vino blanco bien frio que sacaré de una nevera enorme que me habrá costado una pasta.
Y pensaré en mi generación. Y sobre todo en las mujeres. En mi. En nosotras. En vosotras.
Las que conseguimos cabalgar a lomos de una crisis que ni esperábamos, ni queríamos, ni para la que estábamos preparadas.
Y pensaré en lo que, quizá contra todo pronóstico, conseguimos ser.
Amazonas.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Castillos de naipes


Con tan sólo una brizna de aire.

Cuán frágiles son las construcciones cuando no hay en realidad bases sólidas. Que fácil resulta para la más leve brisa destruir lo que con tanto esfuerzo y dedicación se construye desde abajo. Y cuando pasa la tormenta, y no queda más que la desolación de lo que un día parecía un colosal castillo, toca volver a empezar. Esta vez, poniendo buenas bases. Y esto vale para las personas, para las relaciones, y también para los asuntos de estado.

Lo que ocurre es que en la vida no tenemos puntos finales, no cerramos el libro, vamos a la estantería y decidimos empezar uno nuevo. En la vida, lo que tenemos son puntos y aparte, una linea discontinua a lo largo del tiempo. No hay principios desde 0. No hay ruptura real entre el pasado y el futuro, sólo una extraña inercia que impulsa a la historia hacia delante, caiga quien caiga, y haya pasado lo que haya pasado. Siempre intentando salir a flote, pero sin nunca sacar del todo la cabeza, porque siempre estamos dentro de nuestra propia historia, y llevamos con nosotros maletas cargadas de recuerdos.

El pasado nos persigue siempre. Nuestros antecedentes. Nuestras bases. Lo que hicimos, lo que no. Lo que nos dañaron, lo que nos amaron. Lo que conseguimos y en lo que fracasamos. Las promesas y las traiciones. Las suyas, las nuestras. Esa es nuestra novela, nuestro bagaje, lo que nos define y nos hace ser únicos.

Pero si dejamos un instante de correr hacia delante y permitimos que el pasado nos atrape entre sus garras, estaremos perdidos, viviendo una vida que en realidad ya no es la nuestra, ahogándonos en las aguas turbulentas del recuerdo. Del remordimiento.
Alguien sabio le dijo una vez a otro alguien también muy sabio, que acabó diciéndome a mi, que en la vida, "Tienes que perdonarte".  Así de claro. Como Simba con el drama de Mufasa. En algún punto de la historia, si no quieres perecer, habrás de perdonar. A otros o a ti.

Muy a menudo, parece que esto no es exclusivo de los seres individualmente, sino que también se aplica a las masas, a las naciones. La historia marca a los estados, los moldea, y forma su carácter, dejando una impronta profunda y a veces, dolorosa. E igual que ocurre con las personas, de su capacidad de sobreponerse depende el futuro más lejano.

Estando fuera de tu hogar, del entorno que dabas por sentado, incluso en lo más inconsciente de tu ser, de repente salen a relucir las bases, y los recuerdos más primigenios, no sólo, insisto, a nivel individual, sino en lo que respecta al colectivo. Por ser más concreta, yo nunca he sido más española de lo que lo soy ahora. Jamás he sido nacionalista, ni mucho menos. Más bien he criticado bastante a martillo a nuestra vieja España, casi desde que tengo uso de razón. Y sin embargo heme aqui, con verdaderos problemas para no decir en voz alta, cuanto la echo de menos cada día y a cada instante, como si aquel sureño país, tan complejo, tan bajo en pasiones y miserias, tan de hablar mucho y actuar poco, tan de mirar siempre lo que hace el de al lado, como si aquel país, mi país, estuviera tirando, frenético y sin desfallecer, de una frágil cuerda atada a mi corazón. Como si no fuera a cejar en su empeño hasta hacerme regresar a donde, en su opinión, pertenezco.

Tenemos ataduras, al fin y al cabo. Todos. Hasta el ser más libre está atado a su propia naturaleza, cuando no a su procedencia. De donde venimos define siempre a donde vamos, y si nos descuidamos, nos cierra el paso, y nos ciega.

En cuestión de naciones, tema que está muy en boga en estos últimos tiempos, y que intuyo, seguirá dando que hablar más allá del 11 de noviembre (aunque quizá no nos vendría mal a todos repasar el concepto técnico de “nación”, por aquello de no decir sandeces), en cuestiones de naciones, decía, al salir fuera de la burbuja, ves con más claridad cuanto llevado al punto en el que nos encontramos.

Ves, por ejemplo, la Revolución Francesa, y ves como los conceptos acuñados por aquel entonces se siguen utilizando como base para una crítica personal, para una fanfarronería snob o para un discurso político. Burgueses por aquí y burgueses por allá. Libertad, igualdad, fraternidad. Y ves la Segunda Guerra Mundial, y la cautela general a la hora de hablar de ello en Alemania. Ves el medir las palabras, y la preocupación por un comportamiento cívico ejemplar que rige la sociedad. Como si la mera tentación de transgredir cualquier norma, fuera, ya de por si, un pecado capital, el regreso a los infiernos.

Y ves la Guerra Civil en España, que bien podría haberse llamado vil a secas. Ves el recuerdo subyacente de familias matándose entre ellas por pertenecer a un bando o a otro, cuando, honestamente, los paladines de tales bandos, más preocupados andaban por alcanzar su propia gloria que por poner remedios a los problemas de su, en teoría, pueblo. Así que ves la guerra, y ves sus consecuencias, no aquellas, hace ya tanto tiempo, no. Las de ahora. Ves los bandos. Y la ira semi contenida, siempre latente bajo la piel, alimentada de envidias, y de frustraciones sin resolver. Y ves la falta de cultura, de amplitud de miras, la represión, los complejos y el sectarismo, tan propios de nuestra gente. Tan nuestros. Y finalmente ves cómo todo eso ha desembocado en el presente, en los conflictos actuales y en momentos decisivos, de nuevo, para todo un país. Y lo que resulta alucinante, es que nadie haya intentado parar esto antes. Que nadie haya tenido las narices de salir de la burbuja para obtener la visión de conjunto indispensable para sanar las heridas del pasado.

Hace poco escuché- digamos en una serie brutal (en todos los sentidos) que no revelaré (tic tac hagan sus apuestas) y por la que evidentemente sigo estando influenciada- algo en lo que no dejo de pensar últimamente:

Infidelity is one kind of sin, but my true failure was inattention”

¿Y si fuera verdad? ¿Y si cuando las personas, y las naciones, se han hecho daño y se han traicionado, resultara que al final lo más grave del asunto no fuera la ofensa en si misma sino el hecho de pasarse por el forro, los sentimientos, la vida o el futuro de la contraparte?

¿Y si el verdadero pecado que todos cometemos no fuera el pecado en si mismo, por resultado, sino más bien la causa?
Una aplastante y absoluta falta de empatía. La incapacidad de ponernos en el lugar del otro, de aprehender sus circunstancias, su dolor.

Y por lo tanto, ¿y si un cierto grado de psicopatía flotara alrededor de todos nosotros, en nuestras sociedades modernas y avanzadas del siglo XXI?



El conflicto en Oriente Medio; Israel, Palestina y la Franja de Gaza; extremismos religiosos; 7 años de crisis económica, el planeta en verdaderos apuros medioambientales, escasez de clase media a nivel mundial, corrupción política, pobreza y hambre, plagas de enfermedades terribles que parecen salidas de la Edad Media, por no hablar del índice de delincuencia, los abandonos, el maltrato animal, el fracaso escolar, la violencia de género, la insatisfacción existencial de todo hijo de vecino, los divorcios, la falta de compromiso, las infidelidades incluso entre los más jóvenes, y un ideal de honor que brilla por su ausencia en los tiempos que corren.
Venga, valientes, preguntémonos, a nivel individual y a nivel colectivo, ¿somos más inteligentes, y más conscientes de nuestro equipaje, de nuestros errores y de nuestra proyección hacia el futuro y sus peligros,  que nunca antes en la historia?

¿O somos todos unos malditos psicópatas?