Controvertidas. Misteriosas. Valientes. Orgullosas. Fuertes. Tienen un
carácter complicado, y mala leche. Dan un poco de miedo, provocan celos, son
escurridizas y crean adicción. La verdad
por bandera, son sinceras, aunque poco dadas a mostrar el corazón en público.
Porque aunque disimulen, lo tienen. Amadas y detestadas casi a partes iguales. Crean
polémica. Y hablan a viva voz. Siempre. Van a contracorriente.
Las mujeres de mi familia siempre me han parecido eso, amazonas.
Y la última en la cadena, soy yo.
Con semejante linaje, estar a la altura no es fácil. Es una lucha diaria.
Entre titanes dirian en las reuniones familiares. Son muy dados a las palabras
grandilocuentes. La lucha es agotadora, y la tensión mortal entre dos extremos:
lo innato y lo adquirido, tu herencia y tu esencia.
Hace años, en la época de mi abuela, toda una amazona ella, ser una mujer
no era tarea sencilla claro, (cuando lo es?) pero aunque abrió puertas, dió
unas cuantas voces, y apretó mas de un tornillo a quien en su opinión lo
merecía, las reglas estaban bastante claras.
Después llegó la liberalización de la mujer y el feminismo, y mi madre lo
vivió amazónicamente hablando, a tope. De nuevo pateó traseros, provocó
controversia y grandes pasiones no siempre sanas. Cabalgó sobre la vida como
pudo, y supo. Sobrevivió.
Y después llegaron los 80 con una tia que anda por las américas desde hace
siglos, que fue contra todo lo establecido en general y en particular en
aquella pequeña, tradicional y sobre todo heladora Salamanca. Hizo carrera.
Hizo dinero. Hizo muchas cosas. Trabajó, viajó, luchó, e hizo trizas el tópico.
Una mujer moderna, así la veía yo cuando era pequeña.
Y ahora yo. Yo.
Menudo desastre.
Voy por la vida con un carácter endiablado, una sensibilidad que me
destroza, sueños de grandeza y ambiciones de familia estable y tradicional. Mi
generación es la del “lo quiero todo”. Ganar mucho y rápido. Copas también a
los 40. Estar bellas hasta los 80. Vivir eternamente. Vida en la capital,
veraneo en una isla, y los niños al extranjero. La casa en un ático, el coche
deportivo, los zapatos de tacón, el perro baboso, el marido guapo y rico, los
niños políglotas de nacimiento, alguien que limpie en casa, que friegue los platos
y le planche las camisas al semental y por supuesto.... La carrera. Una oficina
grande y luminosa, desde donde dominar... Lo que sea que una quiera dominar.
Vista de pájaro. Muchos 0 en la cuenta. Poder.
Y entonces llegó la crisis. Y la década de los 20. Y las relaciones, a las
que sólo sobrevivimos gracias a amigas de cuentos de hadas, una afición
temprana por el vino y Sexo en Nueva York online.
Sufrimos, crecimos, tropezamos, y volvimos a tropezar. Con la misma piedra.
Con los mismos chicos. Con la misma asignatura. Con el mismo error. Como decía,
crecimos. La tierra prometida no era tan mona después de todo, ni tan luminosa.
No nos encontramos oficinas en el último piso de un rascacielos ni trajes de
Armani en el armario. No tenemos deportivos, ni relaciones perfectas. No nos
hemos casado. No tenemos hijos. Ni estabilidad.
Más bien hemos vestido de Zara, de H&M o de Primark cuando la cosa estaba
fatal. Nos hemos movido en metro, en un coche que bien podría ser una lata de
sardinas con verdaderas dificultades para pasar la ITV, o si somos muy
afortunadas, en un coche de empresa que no
tenemos dinero para aparcar y que usan nuestros empleadores como excusa
para mandarnos al otro lado del país a mínimo coste. Hemos tenido trabajos en
cubículos oscuros donde siempre hay alguien- curiosamente a menudo una mujer con sólo un lustro más de experiencia
que nosotras, pero sorprendentemente menos formación- que nos grita y nos
desprecia. Trabajos mal pagados, y peor considerados. Hemos sido becarios eternos, y aprendido todas las
técnicas habidas y por haber a la hora de hacer entrevistas. Nos sabemos de
memoria nuestras 3 mayores virtudes y nuestro “punto en el que mejorar”. Sabemos
idiomas. Tenemos masters. Sabemos sacarnos nuestras castañas del fuego. Hemos
estudiado. Hemos peleado. Y todo esto en una ciudad grande, completamente
solas, y a merced de más de un canalla.
Y ahora, tanto tiempo después, nos acercamos a los 30. Y las cosas empiezan a mejorar. Y estamos tan
asustadas que apenas lo hablamos, vaya a ser que se trate de un espejismo. Vamos
dando pasos firmes, vamos haciendo camino, a base de malabarismos muchas veces, no tan
luminoso como esperábamos, pero forjado en hierro al fin y al cabo. Avanzamos.
Conseguimos trabajos cada vez mejores. Mayores responsabilidades. Mejores
sueldos. Miramos con escepticismo a los de sólo una generación más, como si no
supieran nada de la vida, porque a nosotras nadie nos vino a buscar a la puerta
de la facultad ofreciéndonos la primera oportunidad. Miramos aún peor a los que
nunca se fueron de casa, porque no tienen más de una década de soledad a sus
espaldas. E intentamos recomponer nuestros sueños.
Yo me marché a Alemania en busca de LA oportunidad. Y lo ha sido. La tabla
de salvación que me ha permitido salir de un hoyo en el que, he de reconocer,
seguía siendo más afortunada que la media. La experiencia está a punto de
acabar. Y sólo puedo alegrarme por haberlo hecho. Porque si me hubiera quedado,
por las inumerables razones que me ataban a Madrid, me habría arrepentido
siempre. Porque nunca habría crecido como he crecido, y porque no habría dado
el salto. Ese salto con el que todo aquel que quiere hacer carrera, suena. Y el que era imposible obtener en mi casa.
Hace unos días tuve la oportunidad de hacer una excursión de compras a
Colonia, que conocía de turismo, pero no de tiendas. Y no sólo me sorprendió
gratamente la enorme oferta que tiene y lo especial de ésta, sino que encontré
un tesoro. Una serie de fotografías de Formento & Formento llamada “Circumstance”
que, haciendo una interpretación personal de la crisis, y recorriendo 25
estados en EEUU en plena recesión, muestra a una mujer joven, muy hermosa, y
delicada, en ese momento en el que el futuro parece ofrecerse a la juventud como una
promesa segura, pero , anacrónicamente, en decorados marchitos, y decrépitos. Su idea fue mostrar cómo
una generación en principio bendita se convirtió en lo contrario. En cómo se
vió enfrentada a la desesperación, a la incertidumbre, y a la desesperanza, por sorpresa.
“Circumstance delves into the despair of
the recession – loosing your job, your home, your sense of self. These
photographs represent the terrible uncertainty of what your life is all about
when the things that give structure and stability are suddenly gone”
Asi que me compré algunas fotografias. Las enmarcaré. Las colgaré en el
muro de mi pequeño reino, ese que habré conseguido con esfuerzo y tras pasar
muchas pruebas, muchas de ellas, como vosotras, sola.
Y las miraré dentro de muchos años, apreciando lo bellas que son. La poesia
que me inspiran. Y recordando que un sábado, muchos tiempo atrás, cuando nada
estaba seguro pero todo empezaba a cobrar sentido, yo las descubrí en una
pequeña galeria de arte alemana. O que ellas me descubrieron a mi. Y recordaré el tiempo que pasé en este país,
lo que me llevó a marcharme, lo que significó. Recordaré quién fui durante un
tiempo, lo que pasé, a lo que sobreviví. Recordaré la maldita miseria con la
que el destino azotó a una generación que llamaron “perdida”.
Y recordaré a aquellas que lucharon por no perderse del todo. Las que
pelearon con uñas y dientes. Recordaré lloreras por skype, y tardes de café que
acaban en vino y luego en copas porque eh, la vida es muy dura. Recordaré el nudo en el estómago al
final de mes, o el anular planes porque cuando no se puede no se puede. Recordaré
la angustia, y las puertas cerradas, y la desesperación al no ver ni una
maldita luz al final del tunel. Y a lo que nos enfrentamos durante años.
Recordaré que no lo tuvimos fácil. Y que aunque no vivimos una guerra, tuvimos
que salir al campo de batalla cada dia. Un campo de batalla donde nadie se
molestó en informarnos acerca de las reglas. Donde tuvimos que adaptarnos o morir
en el intento. Mientras todo estaba en contra. Mientras muchos no entendian
nada. Mientras estuvimos solas.
Y luego me miraré al espejo. Sonreiré, y seguramente me vaya a abrir un
vino blanco bien frio que sacaré de una nevera enorme que me habrá costado una pasta.
Y pensaré en mi generación. Y sobre todo en las mujeres. En mi. En
nosotras. En vosotras.
Las que conseguimos cabalgar a lomos de una crisis que ni esperábamos, ni
queríamos, ni para la que estábamos preparadas.
Y pensaré en lo que, quizá contra todo pronóstico, conseguimos ser.
Amazonas.