martes, 29 de octubre de 2013

El efecto burbujeo





"No creo haber bebido jamás champagne antes del desayuno. Con el desayuno en varias ocasiones, pero nunca antes." - Desayuno con diamantes-

El efecto  que buscaba con esta entradilla tenía más sentido el viernes, cuando redacté las primeras palabras que aquí encontráis.

Porque el viernes desayuné champagne. En la oficina. Y sus burbujas aún hacían chiribitas en el instante en el que me dispuse a empezar el presente post, y daban coletazos, combinadas con los restos de cafeína de las 8 de la mañana.

Se diría que los alemanes no son tan estirados como los pintan, ¿no?

Bien es cierto que se trató de una excepción con ocasión de un premio recibido con orgullo por nuestro flamante departamento jurídico, a raíz de un largo proceso de modificaciones estructurales en el seno de nuestra muy amada empresa. Y que 15 minutos después, ciertamente, el festejo daba paso a una reunión 100% germana en la que aún no consigo entender cómo mis colegas pudieron olvidar tan rápido el "efecto burbujeo". 2 horas de reunión. Y yo con las burbujas.

Burbujeante también es la sensación que uno tiene los viernes. Burbujeante expectación de los currantes por irse directos a la cama, de los solteros por descubrir lo que pescarán el fin de semana, y de los enamorados por las noches a la luz de las velas.
 
Burbujeantes viernes sí. Días de blog, de sonrisa permanente, de "Schönes Wochenende" y días de... Viajes.

Porque era viernes cuando empecé este post queridos. Pero la inspiración se me escapó al cabo de 10 minutos. Y me fui a España. Madrid por fin. Hasta el lunes por la tarde. Y, como no, hasta arriba de planes, de reencuentros y comilonas varias. Y de copas bien puestas. Eso también.

Todo lo cual nos lleva al día de hoy, martes, día en el que, sin copas ni nada , me dispongo, por fin, a hablaros del efecto burbujeo.
 
Porque ese es el efecto que en mí tiene la bella, eléctrica, complicada, intensa, hilarante y tantas veces incomprendida, Madrid.

Burbujeo es lo que se siente al volver al hogar. Y lo que revolotea en el estómago minutos antes de un encuentro en el aeropuerto. Es también eso que quema, que aparece desde los infiernos más profundos que llevamos dentro, cuando estamos a punto de explotar y armar la marimorena. Y cuando, de hecho, la armamos.

Está ahí también cuando toca el timbre el primero en llegar a tu fiesta. Y cuando decides que aunque lleves 2 días durmiendo apenas 4 horas, hoy sales sí o sí. Hasta los churros. Si tu compañero aguanta.

Está ahí cuando te percatas de que estás rodeada de amigas que parece hacer lustros que no veías juntas y con un veloz movimiento digno del Cirque du Soleil, te las apañas para agarrar la copa, abrir el bolso, sacar el móvil, encender la cámara, visualizar a un incauto, poner tu mejor sonrisa y en menos de 3,5 segundos, a voz en grito proclamar “¡Fotoooooooo!!!!!!!”

También está ahí cuando por el rabillo del ojo adivinas un requiebro. Un cortejo. Un tonteo. Uno de esos que duran y duran y duran, que parecen eternos y que ni pa lante ni pa atrás. Pero que hacen que tu amiga sonría y que tú pienses “Qué bonito sería…” Y así seguimos años después. Y que no espabilan.

Burbujas por la cara de enamorado. Y por los paseos por Madrid. Por las resacas y los desayunos en la cama. Por los sándwiches con mantequilla. Por los desbarajustes. Por las peleas y los celos, y el “no te entiendo”. Y el “para siempre”.

Burbujas por los abrazos que añoras, los mimitos que te faltan y esa mamitis aguda que no te la quita nadie.

Burbujas por doquier cuando en pleno barullo, te pillo mirándome. In fraganti. Descarado. Cuando te digo tonto. Cuando me dices guapa.

Burbujas, amigos. Cuando recuerdas un diálogo en pleno chunda chunda a medio camino de lo real y lo imaginario. Uno de esos del tipo… “-No me sigues el ritmo. – Guapita, yo inventé el ritmo.- Eso fue en el año 2000. En 2013 estás mayor”.

Burbujas sí, cuando abrazas y besas y lloras y ríes sin parar, porque en cuestión de 72 horas has de concentrar cuanto vivirías en 3 semanas.

Burbujas cuando pones al día a todo el que pillas por delante, por si acaso no os volvéis a ver en siglos. Burbujas cuando llegas, y burbujas al marcharte.

Burbujas distintas, pero al fin y al cabo, burbujas.

Así se resume este paréntesis madrileño. Burbujeante. Porque Madrid sabe a Gin Tonics de los buenos y a arroces con bogavante, y a callos. Madrid huele a otoño incipiente, a castañas que aún no han salido a la calle y a humo. Suena a Pereza, a  Hombres G y a Modestia Aparte. Y a motores de niñitos que se creen los reyes de la ciudad.

Madrid. La más canalla y la mejor amiga. Cosmopolita, internacional y profundamente española. Enorme y acogedora. Tan abierta pero tan nuestra. Tan de todos. Tan mía aunque no naciera allí. Pero sobre todo nuestra. N-U-E-S-T-R-A.

Hoy martes, aún recuerdo los ecos de las burbujas. El vaivén de las emociones, todas juntas, apelotonadas, que apenas dejan respirar. Veo aviones desde la ventana del despacho. Y la tentación siempre está ahí. Echar a volar y volver sin dilación a lo seguro. A lo añorado.

Pero entonces no habría burbujas. Porque sólo un cierto grado de incertidumbre, de peligro, y en fin, de aventura, puede crear un verdadero efecto burbujeo.

Y sin burbujas, ¿qué gracia tendría?

Hasta que vuelvan, llenaré las horas de nuevas aventuras. De momentos a recordar. De esos que merece la pena dejar por escrito, para que no desaparezcan, para que no se evaporen con el paso del tiempo.

Sólo os pido un respiro para volver a la batalla.

Sólo un breve tiempo para readaptarme a la vida sin burbujas. O mejor. A la vida en expectación constante ante nuevas e insospechadas burbujas. Esas que llegarán en menos de lo que canta un gallo. Esas que esperaré con hambre de lobo.

Esas que, os recomiendo encarecidamente, viváis. Regodearos en las burbujas cuando den la cara, amigos, porque  no siempre estarán ahí.

Como decía. Hasta que vuelvan.
 


martes, 22 de octubre de 2013

En el corazón de Europa


Siempre me he considerado bastante europeísta.

Es lo que hay, habiendo estudiado a la francesa.

Así que la idea de moverme por Europa como pez en el agua, de vivir en el meollo de la cuestión, y de empaparme de sentimiento europeo para mí siempre ha sido un sueño.

Uno que, uy fíjate qué cosas, se ha hecho realidad.

¿Pero qué es Europa? ¿Qué significa en realidad vivir en el corazón del viejo continente? ¿Lo que imaginé? ¿Lo que predije?  Procedamos.

 
-          Amarás la lluvia. Porque la lluvia es el día a día aquí. Porque hace de los paisajes la maravilla que son. Verdes. O dorados como ahora. Como en otoño.  Porque la lluvia empapa los fines de semana y envuelve las noches en su arrullo. Porque la vieja Europa nunca parece tan centenaria como cuando llueve sobre su historia. Porque la lluvia en Europa te traslada al romanticismo de otra época. Y porque la luz más bella aparece tras la peor de las tormentas.

-          Te convertirás en un experto de todo aquel transporte que se parezca mínimamente a un tren. Porque en tren visitarás lugares que siempre te parecieron lejanos. Joyas, que tendrás a un tiro de piedra. Como Ámsterdam. Como Bruselas. Como París. Y todo el mundo sabe que “París siempre es una buena idea”. Y en tranvía recorrerás las ciudades. Porque es en tranvía como media Europa se mueve en entornos urbanos. Por carriles compartidos con automóviles, motos de diversos tipos y bicicletas. Y alucinarás con que no haya más accidentes. Y con que a tus confiados visitantes no les pidan casi nunca el billete. Amigo. Civismo en estado puro.

-          Comerás patatas y beberás cerveza porque es lo que hay. Pero matarás por la comida mediterránea, pues la añorarás más de lo que jamás pudiste imaginar. Tanto, que olvidarás las diferencias entre Francia, Italia, Grecia, o España. Y si en la oficina te hablan de un restaurante griego llamado Taverne Nefeli a un tiro de piedra de ti, no dudarás ni un segundo en salir pitando a probar esas exquisiteces culinarias tan de casa. Tan frescas. Tan normales. Y te encantará. Y  soñarás con repetir. Porque a quien le importa no entender los nombres de los platos si al final frente a ti encuentras un pescado a la plancha con una ensaladita a su vera.

-          Harás deporte, porque aquí es lo que se lleva. Abandonarás algunos que te encantaban por falta de opciones- como el Padel que en Alemania es sorprendente y repetidamente ignorado- pero te apuntarás a otros nuevos- como correr por Volksgarten o ir a un gimnasio a bailar…ya sabéis qué- y redescubrirás antiguos que en tu país de origen apenas se practican, como el Bádminton. Y te reirás bastante, como yo seguramente en el día de mañana, recordando cuando tenías 12 años y en el colegio te pasabas las tardes corriendo detrás del “volante”.

-          Pasarás frío. Porque es así. En Europa hace frío. Fría, anciana, gris Europa. Nada de 12 grados en invierno, olvídate. Estamos hablando de temperaturas negativas. Muy negativas. Así que tendrás que guarecerte. Podrás quedarte en casa largas tardes de lectura solitaria, sólo acompañado por tus buenos amigos, Agatha Christie y  Tchaikovski. O quizá pasarte por Dolcinella en busca de los cupcakes inspirados en Desayuno con Diamantes “Tiffany Törtchen”, o del nuevo vicio que vaticino desde hoy. A nivel global me atrevería a decir. Porque es cuestión de tiempo que superemos el momento brunch y le demos una vuelta de tuerca más a la tontería gourmet. Yo apuesto desde ahora que el Tea Time es lo que se llevará en el futuro. Una costumbre de lo más british que en este templo de la gourmandise han decidido formalizar los viernes por la tarde. 12,50 euros  y a zampar como si no hubiera un mañana. Tomo nota.

-          Descubrirás el civismo. El de verdad. Del que hablaban los filósofos. Intentarás (repito, intentarás) reciclar. Bajarás suavemente y casi sin percatarte, el tono de voz en el transporte público. Ni que decir tiene que lo de tirar papeles al suelo queda out of the question. Respetarás los horarios y por primera vez en tu vida, llegarás tarde...Máximo 5 minutos. Te sentirás una persona en la oficina y no un mindundi, un trozo de carne sin cerebro por el color de tu cabello o el último tonto de la fila. No tendrás miedo de irte a casa antes de tu jefe, porque sabrás que por primera vez lo que cuenta es lo que haces y no lo que aparentas hacer. Nadie te gritará o te ofenderá sin más, y menos en un entorno laboral. Como decía, educación, y civismo.

-          Llegados a este punto, en el que acabo de leer el post hasta aquí, intuyo también, que empezarás a mezclar tus idiomas y a introducir galicismos y anglicismos aquí y allá, quizá no por dártelas de cosmopolita, quizá sí, pero en cualquier caso dando una impresión a cualquier hijo de vecino, de petardo integral. Exactamente tan petardo como te parecían los que antes que tú, cayeron. Oh la lá my dear.

-          Te sentirás 100% identificado con todo aquel que haya vivido algo lejanamente similar a lo que tú estás experimentando en tus carnes. Llorarás con listas como “33 cosas que te sonarán si vives en Madrid”. Y te reirás con artículos como “10 cosas que debes saber sobre Alemania”.  Porque todo es verdad.

-          Pero por encima de todo, querido lector, te acostumbrarás. Poco a poco la extrañeza dará paso a la normalidad. El choque cultural se suavizará. Y la calidad de vida imperará sobre tu existencia. Una sin incomodidades ni tantas dificultades como cuando intentabas sobrevivir en tu amada pero, en serio, catastrófica, madre patria.  Pagarás un alquiler sin morir de hambre o sisar a los papis. Tendrás una vida más allá del trabajo. Beberás el mejor café que hayas probado en tu vida. Eso sí, lento de narices y del clásico café con leche ni hablamos (cómprate una cafetera). Nadie te impedirá que entres en una tienda con tu pobre e inocente perrito. Y serás considerado como un ciudadano de bien.  (Si. Si eres rubia también.)

El respeto a la persona. Quizá esa sea la clave.
 
Que por primera vez en tu vida no sentirás que el hombre es un lobo para el hombre.

Seguridad.

Por lo demás, es una lista sucinta y desde luego abierta. Mudarse al corazón de Europa tendrá el efecto en tu corazón que tu corazón desee darle. No soy yo quien ha de decirte cómo será para ti. Pero seguramente en algo, te habrás visto reflejado en mí. Y como ahora sabes, es algo de lo más normal.

¿Novedades personales? Daré 3 breves pinceladas.
 
Estoy a 3 días de Madrid. Y hace 3 días se marcharon mis últimas visitantes, dejándome con 3 lágrimas en cada ojo. En 3 horas saldré de la oficina y durante 3 minutos me dedicaré a disfrutar del sol de otoño que ha decidido regresar a nuestras vidas. Pensaré en los 3 departamentos- por fin confirmados- por los que rotaré durante mi aventura en Düsseldorf (1 bueno, 1 malo y 1 que quién sabe, hagan sus apuestas). Y recordaré a los 3 seres vivos más importantes de mi existencia. Aquellos que marcan, sin querer o queriendo, mi estado de ánimo. Aquellos por los que doy mi vida. Aquellos que son mi vida.

3 hemos sido este fin de semana, recorriendo a paso ligero esta ciudad de la que ya no permito (otro curioso efecto de la expatriación) que nadie hable mal. 3 fueron las copas que nos bebimos el sábado por la noche (crece nariz, crece) en el que empieza a ser el sitio de moda en la ciudad. La acogedora morada de mis vecinas. Y 3 fuimos las que la semana pasada por fin tuvimos noche de chicas en Le Local. (Bendito Sauvignon Blanc)

Son 3 los lugares gastronómicos de los que os quería hablar hoy pero ya son 3 las páginas que he ocupado.

3 son los segundos que vais a tardar en roncar si no termino esta verborrea tan confusa, y con 3 palabras más (qué obsesión) me despido.

See- you- soon
 
(babies)
 
Y así rompo la regla. Justo como a mí me gusta.

martes, 15 de octubre de 2013

Otoño. O eso dicen.

Digan lo que digan. Hace un frío que pela.

Llegas a la oficina un lunes por la mañana, con la nariz colorada, pashmina al cuello y añorando los guantes que a saber dónde dejaste. Con cara de susto le dices a tu compi de despacho “Vaya, ya ha llegado el invierno, ¿eh?” Y como respuesta recibes una sonora carcajada que augura sin duda grados negativos en cuestión de un mes. Los expatriados ya hemos sacado los abrigos a pasear, nuevas adquisiciones o no, dependiendo de lo previsores que fuimos en nuestra última visita a la madre patria. En mi caso, la mayoría de outfits invernales descansan en un millón de cajas en un oscuro trastero de Madrid. Así que habrá que hacer lo imposible por sobrevivir en Düs en modo cebolla hasta dentro de… 10 días.

Entretanto y para amortiguar el bajón de temperaturas y por tanto de ánimo, seguimos con visitas y por tanto, con planes. A saber:

Exitazo de materia prima e infraestructura el viernes. El Pescador no me decepcionó, y lo que por momentos creí que era una trucha, terminó por ser, para suerte de nuestras papilas gustativas, una especie de lubina espectacular, que maridó maravillosamente con el lecho de vegetales varios y un rosé francés al que empiezo a aficionarme peligrosamente. Simone Ortega es la mejor amiga de cualquier aspirante a cocinitas de procedencia española, y quien diga lo contrario, miente.

El sábado, además del clásico “del sofá a la cama y de la cama al sofá”, decidí hacer incursión en la mencionada Genuss ohne Strom, que efectivamente resultó… Bueno, oscura. Tan oscura que casi nos fuimos de Weinlokal Galerie Am Karlsplatz, pensando que estaba cerrada. Eché de menos las velas que en otros locales desplegaron todo el romanticismo correspondiente, pero fue interesante en cualquier caso, y la vinacoteca en cuestión, hasta donde pude adivinar, muy mona. Eso sí, precio alemán queridos.
Tras la primera copa, y abandonando el pas de deux, fuimos en grupo a cenar a Okinii, uno de los múltiples restaurantes japoneses de Immermanstraße, la calle nipona por antonomasia, de la que creo haber hablado anteriormente. Japos son los restaurantes, japos los hoteles y las tiendas, y japos son las caras que te encuentras a tu alrededor cuando visitas dicha zona. Sólo puedo decir que volveré. Me encantó la relación calidad-precio, el concepto “come todo lo que puedas y sigue siendo cool”, la música lounge, la decoración moderna y con iluminación en rojos, el ambiente pre-fiesta, el hecho de poder pedir 40 platos cada 10 minutos por medio de un ipad colocado a la sazón en cada una de las mesas, y hasta las figuras de budas gorditos y samuráis variopintos que aparecían casi en cualquier esquina. Ojito, conviene siempre reservar.
Salimos rodando y fuimos a parar a Rudas Studio, una nave industrial hecha discoteca en la zona de Medien Hafen, que descubrimos hace un par de semanas y que hizo las delicias de mi acompañante trasladándole momentáneamente a sus años mozos de discotecón hortera de bum, bum, bum. La música, en mi opinión, perdió, comparada con la que disfruté la primera vez. Pero en fin. Bum, bum, bum.

Y así llegó el domingo. Y yo tenía un plan. Un gran plan de hecho. Uno de esos originales y monos. De esos que recuerdas. El jazz-brunch de Tonhalle. Y allí fuimos, dando un paseo ideal rodeados por parques aún más ideales. Y allí llegamos y el ambiente era elegante y selecto (bien, un pelín viejuno, pero fabulous fabulous) y la comida tenía una pinta estupenda y la música nos rodeaba, suave y ligera. Y entonces, sólo entonces, nos dimos cuenta de que había que pagar con cash. Y ahí terminó el sueño. Porque a nadie se le ha ocurrido poner un cajero en las inmediaciones del auditorio de Düsseldorf, señores. Para qué, ¿verdad? Si vais a un concierto en Düs acordaos de llevar dinero contante y sonante u os quedaréis como nosotros. Compuestos y sin plan.  Al menos hasta el mes de diciembre, en el que pienso ir a por la revancha.
Atrasos de tecnología, en fin,  que ponen a mi acompañante de muy mal humor y que a mí me hacen tener que optar por un plan B improvisado que no me hizo mucha gracia. Porque hace tiempo me puse a buscar las mejores hamburguesas de esta ciudad, y mi olfato me llevó como sabéis a la mejor que he probado en años, por obra y gracia de The Bronx Bar. Sin embargo, si buscáis online, la mayoría de las páginas os dirigirán a Space Burger. No diré más que una cosa. No pienso regresar. Nunca. Jamás. Sólo un magnífico capuchino, dos cupcakes y unos macarrons de pistacho y mora para llevar, todo por cortesía de Sugarbirds Cupcakes, me hicieron volver a sonreír y a pensar “aún hay esperanza para el post de principios de semana”.

Y así hemos llegado al día de hoy, queridos, a principios aún de una semana fría, fría, fría. Preveo días de encierro, poco gasto y si acaso un poco de zumba (oh si, la adicción continúa) por hacerme la ilusión de encontrarme en tierras más cálidas.
 A 4 días de la próxima visita, y con la casita aún hecha un desastre, ya ando pensando en planes para el próximo fin de semana. Uno fugaz, y frenético, que me llevará a recorrer la ciudad en menos de 48 horas, (guía rápida de Düs para viajeros con prisas, se titulará) a zamparme el codillo correspondiente al mes de octubre, y sobre todo a ponerme al día con mis dos amores de la facultad.

Parece mentira la velocidad a la que transcurre el tiempo desde hace semanas. Los añorados que se acercan a estas lejanas tierras para compartir conmigo unos días, el hecho de tener tras tantas luchas una conexión eficaz y en condiciones que me permite estar en casa horas y horas sin problema, y sin duda el cambio de fase en la que me hallo, hacen que de repente me sienta muy cómoda en esta ciudad. Una que ya controlo (dentro de mi personal caos espacial). Y una que, he descubierto, has de aprender a querer, pues, como los amores de verdad,  es más de maratón que de 100 metros lisos.

El otoño pasa volando, y en cuanto nos descuidemos (nos lo empiezan a recordar algunas tiendas de avanzadilla), será navidad.
Por lo demás, Madrid me espera a la vuelta de la esquina.

Madrid con todo lo que implica. Madrid con su electricidad. Su acogedor ajetreo. Siempre Madrid. En la lejanía. En el corazón.

Un momento. Poned el oído. Casi puedo oír ya maullar a los gatos.

viernes, 11 de octubre de 2013

El amor y otros vicios.


Un tema controvertido amigos.
Personalmente adoro las historias de amor. De todo tipo, ojo. Porque resulta fascinante lo que el ser humano es capaz de hacer por amor.
Por amor siempre se hacen grandes locuras (Según Disney, ¿No?).
Por amor, confesad canallas, nos volvemos locos. Todos.
Por amor luchamos. Por amor lloramos y reímos. Y erramos, y perdonamos, y pedimos perdón. O no. A veces por amor nos vamos. A veces nos quedamos. A veces peleamos, mentimos y a veces hasta nos escondemos. Sufrimos. Sonreímos. Nos sacrificamos. Nos engañamos. Nos comprometemos. Nos torturamos. Y cambiamos. 
Por amor vivimos. Por amor morimos. Y por amor, en fin, amamos.
Todo el mundo sabe que una nueva vida en un país extranjero trae consecuencias en lo que se refiere al amor. A veces porque lo dejaste atrás. A veces porque de repente lo encuentras. A veces porque crees encontrarlo y ¡Zas! En toda la boca. A veces porque lo pierdes. 
Y a veces, sólo a veces, porque es estar lejos la última de las 1.000 pruebas que necesitabas para poder decir alto y claro: "Es él". 
Eh. O ella.
A mí me gusta ver amor a mi alrededor. Como he dicho, de todo tipo. Me gusta abrir bien los ojos y las orejas e intentar entender cómo las personas afrontan el amor en sus vidas. Un amor tortuoso. Un amor ausente. Un amor fugaz. Un amor imposible. Un amor de un instante, de una noche o de una década. O un amor no correspondido. Soy una romántica empedernida, eso no hace falta decirlo. En plan tuberculoso, no en plan peli americana. Más de Shakespeare que de Ana Rosa Quintana. Y más de Flaubert que de Jennifer Aniston ( Que me cae fenomenal, ojo). 
Pero en el mundo, hay muchos tipos de amor y no sólo el romántico.
Amor es salir corriendo (echando leches incluso) cuando sabes que a quien quieres le ha ocurrido algo, y te necesita. Incluso aunque parezca no necesitarte. Hasta el fin del mundo. Y más allá. Por un familiar. Un amigo. Una mascota incluso. Amor es también guardar un secreto. O contarlo. Uno de esos inconfesables, que de repente alguien te suelta o sueltas cuando menos te lo esperas y casi sin ninguna explicación. Amor es defender a capa y espada el honor de la persona a la que quieres. Y cuanto más se empeñe el mundo en intentar mancillarlo, con más ahinco presentar batalla. Amor es querer matar a quien le haga daño a ese alguien. Amor es tener una paciencia infinita, aunque ese alguien no lo vea. Amor es dar espacio. O no darlo. Es comprender lo incompresible. 
Es razonar con el alma y pensar con las entrañas.
Porque "Amor no muda con sus horas y semanas, sino hasta el borde del abismo aguanta y puja".
Y amor es lo que se percibe en el video de moda en la red. Sorpresa se llama, y trata del reencuentro entre una hija expatriada por razones más que evidentes y su madre.
Quizá mi situación personal influye. Quizá me siento especialmente sensible estos días. Quizá es porque es amor en estado puro. Pero la verdad es que la lágrima asoma casi en el minuto 1. Os lo recomiendo.
Como también tengo recomendaciones de otro tipo que bien merecen un “I love it”. Porque algo sorprendente de Düsseldorf es el hecho de que a pesar de tratarse de una ciudad más o menos pequeña, jamás faltan las opciones nuevas en todos los ámbitos ociosos. Y para una plan-adicta como yo, eso es algo realmente atractivo. Allá van. Vividores...
- El Pescador hace honor a su nombre y hoy he podido comprobar que en Düs es efectivamente posible encontrar pescado fresco y con una pinta que se me hace la boca agua. Bien es cierto que por 22 pavitos como 22 soles, no tengo muy claro qué tipo de pieza he adquirido, pero puedo asegurar que en esta tarde oscura y lluviosa haré maravillas en mi prístino horno.
- Repetir sitio en la misma semana en la que lo has descubierto es siempre una muy, pero que muy buena señal. Ha sido el caso de Le local, un lugar que comentaba en el último post, un bistrot afrancesado de esos que gustan tanto por estas tierras. La botella de Sauvignon blanc de su extensa y nutrida carta de vinos de las 3 tonalidades promete ser un básico este otoño-invierno. Y amigos, qué música.
- Este fin de semana se organiza entre varios restaurantes de mi selección una jornada llamada " Genuss ohne Strom". Se trata de una velada sin luz eléctrica y con algo que al hilo de lo que hablábamos al principio de este post, es el símbolo mismo del romanticismo. Velas. Miles de velas que harán las delicias de los enamorados o de los amantes. Cuanto más ocultos mejor. Participan en esta iniciativa entre otros Le Local, The Bronx Bar (recuerdo la hamburguesa con trufa como si hubiera sido ayer... Sospecho que mañana allá que me plantaré), Frida, un lugar de "tapeo" y copitas del que empiezo a oir  hablar en todas partes, y que curiosamente se encuentra justo en frente de mi querido Seifen Horst, y Weinlokal Galerie am Karlplatz, una vinacoteca en el centro que tengo ganas de descubrir desde hace semanas. Quizá este sea el fin de semana afortunado.
Por lo demás, queridos, las enseñanzas en lo que se refiere a Project Management recibidas esta semana han sido fascinantes, inesperadas y, creo, más que útiles. Han sido unos días agotadores pero han merecido la pena y no puedo esperar a la próxima sesión. 
La semana termina y aquí estoy. Frente a la ventana helada. 15 grados. En el jardín diluvia y da gusto estar cobijada en el interior. 
Suena "Smile", un descubrimiento por obra y gracia de uno de los blogs que me vician últimamente. Recuerdo cuando sólo amaba los egoblogs. No sé en qué momento el living style de los bon vivants empezó a interesarme más. ¿Madurez o el colmo del snobismo? Vete a saber.

El aroma de "Mimosa" de Diptyque impregna el salón y la noche empieza a caer sobre Düs. 
Es el momento de abandonaros lectores. Dejaros proseguir con vuestros viernes, vuestras vidas y vuestros amores. 
Y seguir yo con lo mío. Porque tengo un horno que encender. Un vino que enfriar.
Y un chico al que esperar.
Desde Düs, con amor.



lunes, 7 de octubre de 2013

Dame razones para amarte, lunes.

Me he sorprendido a mí misma pensando, en los momentos menos esperados como en el clásico trance en el que entras inevitablemente en un vuelo de 3 horas, en este blog.

Y también a colación de esto, me he sorprendido a mí misma recordando un extracto de uno de mis libros favoritos. Dice así:

“Demasiada gente se empeña en publicar doscientas páginas sobre las apasionantes vivencias que experimenta mirándose al espejo.”

O sea.

La definición de un blog. Del mío al menos.

Qué chungo, ¿No?

En fin, que es lunes, queridos. Un día que siempre se empeña en llegar por mucho que alarguemos el domingo. Manic Monday decían The Bangles. Y qué razón tenían.
 
 

Y como una terapia de choque se impone por fuerza en estas circunstancias, me he esforzado en encontrar, hoy lunes 7 de octubre, 7 razones que me impulsen a ver este día como algo más llevadero.
 
Allá van:

 Razón 1.

Que tras una semana/finde regulín, regulán en el que los planes no han salido exactamente tal y como preveía - Y permitidme que os diga que me molesta extraordinariamente que los planes salgan mal (¿No había algo de esto en el Equipo A?)- resulta que alguien ha demostrado una honra y valía propias sólo de auténticos caballeros, el lunes finalmente ha llegado llevándose incertidumbres pasadas y dando paso a una nueva etapa, la fuerza ha inundado sorpresivamente mi espíritu, y en fin, salga el sol por Antequera. Y en Málaga aún es verano. Eso también.

 Razón 2.

La empresa en la que me hallo, tan alejada de los cánones españoles, se empeña cada día en apostar por su plantilla. De ahí que haya decidido invertir en formación para los que somos parte de este programa, y tras las clases de alemán (que continuarán hasta la finalización del contrato), el training intensivo en el sector en el que nos movemos, y otro acerca de una regulación tan inminente como desconocida en nuestro terreno, mañana es el día en el que nos sumergiremos en el grueso de la formación aportada por esta compañía. Un training que durará todo un año. Muchas horas y mucho trabajo por delante. Y como por fin dejo a un lado los numeritos que tan poco me gustan, mucha ilusión por mi parte. Una especie de Master en Project Management que ni a soñar que me hubiera puesto, me habrían regalado en la madre patria. Pinta más que bien.

 Razón 3.

Somos 3 las chicas de nuestra pequeña familia, además de nuestra francesita preferida que tuvo a bien abordarnos un feliz día en medio de la calle. Mucho hemos hablado de planes femeninos que al final no se han llevado a término. Y más de 3 meses después de llegar, previa investigación de mercado, y citación vía Outlook mediante, al fin tendremos nuestro pequeño momento. El lugar, Le Local, un coqueto bistró de esos que tanto gustan en Düs, de inspiración francesa, con terracita interior (aunque con el fresco que hace…) y (esto es importante en esta ciudad) vinos baratos. Puesto que además, se encuentra a 5 minutos de la oficina, ha quedado establecido tomarnos un algo el miércoles de after work.  
 
Y Outlook no admite deserciones.

 Razón 4.

Este lunes huele bien. Mejor que bien. ¿Por qué? Porque el miércoles pasado me inundó una inmensa alegría al acercarme por fin a la única perfumería en Düs dónde se vende Jo Malone. Tras la trágica eliminación de Miss Dior Chérie (Y de Galliano, pero esa es otra historia) con la depresión que conllevó, me vi obligada a cambiar de perfume. Algo que me molesta casi tanto como que los planes salgan mal. Menos que el masticar de alguien a mi lado, pero mucho en cualquier caso.

Total que escuchando los consejos maternos, que desde que era pequeña vienen acompañados normalmente y cuando la inspiración embarga a quien los da, de una imaginativa y romántica historia que hace que yo entre al trapo con mucha mayor facilidad (Sí mamá, te tengo calada), decidí probar este nuevo concepto de lujo exclusivo que se basa, también, en historias suculentas para una mente ávida de literatura como la mía, y en la escasez de puntos de venta. ¿El resultado? Amor verdadero, que espero que el destino no se afane en arrebatarme una vez más. Fiel por siempre jamás. Y asidua a Parfuemerie Schnitzler para los restos. En Königsallee. Por supuesto.

 Razón 5.

 Hoy empieza la cuenta atrás para el fin de semana que viene. Así es. 5 son los días. Una cuenta atrás larga ciertamente, pero cuyo fin es un viernes feliz, acompañado de mi primera incursión en El Pescador, donde, Dios mediante, conseguiré entender algo y que me vendan un pescado en condiciones. Unas horas más tarde, éste esperará en el horno y yo en el aeropuerto a que un madrileño hartito de viajar se presente una vez más en estos lares. Lo que deparará el sábado sólo el destino lo sabe. Pero el domingo a las 13h tenemos una cita en Tonhalle- el auditorio de Düsseldorf- para el Jazz-Brunch. Tenía muchísimas ganas de ir a este lugar mágico, donde los músicos tocan bajo una maravillosa cúpula de cristal. Y resulta que investigando, descubro que los domingos, con entrada libre y a unos 15 euros por persona por el brunch, recibes cultura y gordura por partes iguales. Ineludible.

 Razón 6.

Los lunes me entran las prisas por hacer nuevos planes. Seguramente porque ya han pasado los del fin de semana y mi corazón requiere nuevas ilusiones con las que alimentarse. Encontrar vuelos baratos desde Düs a destinos de ensueño como Viena, o descubrir que en Capitol Theatre, en enero, tendremos el ballet de El Lago de los Cisnes, resultan alicientes más que adecuados para sonreír a eso de las 9 de la mañana. Hacer estos planes realidad no es más que cuestión de tiempo.

Razón 7.

A menos que medien caso fortuito o fuerza mayor (Broma de jurista. Ja. Ja. Ja.) , sabéis amigos, que los lunes tenemos una cita en este blog. Uno que se basa, quizá, en las apasionantes vivencias que experimento mirándome al espejo. Pero también en el descubrimiento constante, sin prisa pero sin pausa, de una ciudad, de un país y una cultura tan ajenos a los míos. A veces a los nuestros.

Y después de todo, queridos lectores, si efectivamente sois tales, será que este pequeño, singular y subjetivo espacio, tiene su sentido.

Nos leemos pronto, seáis quienes seáis.

Feliz lunes.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Es de bien nacido...


Dicen que mal de muchos es consuelo de tontos.

Pero cuánto alivio se siente al dejar un poco de lado el ego, abrir las orejas a las circunstancias ajenas, y de repente descubrir que hay mundo más allá del ombligo propio.

Dejad que me explique en esta víspera de "puente" que tenemos por delante en Düs.

Hace tiempo que no os hablo de mis compañeros. Quizá porque ya son más de 3 meses los que compartimos en esta peculiar aventura. Quizá porque la emoción inicial hace tiempo que pasó a la historia. ¿Pero sabéis? De repente, sin previo aviso, me he dado cuenta de que empezamos a conocernos. De verdad. Al menos eso creo. Y la sensación no es ni fatigosa ni decepcionante, sino muy al contrario, sorprendentemente agradable. Las personas no son todo lo que parecen en un primer momento. Y descubrirlas por dentro es, primero, un derecho que uno ha de ganarse, y segundo, un privilegio que ellas han de otorgar. Y por ello doy gracias. Porque poco a poco van abriendo sus almas ante mí, aunque no siempre encuentren reciprocidad. Porque escuchan y se preocupan, y porque saben cuándo no molestar. Porque sé que sienten más de lo que dicen y dicen menos de lo que quieren. Porque al final todos hemos acabado aquí por alguna razón. Porque todos huimos de algo. Porque aunque sólo sea por eso, somos parecidos, en nuestras inmensas diferencias. Porque hay cosas que no entienden, pero las respetan. Porque en la adversidad cada uno ha demostrado a su manera, y a mis ojos, ser un amigo. Porque a estas alturas ya compartimos confidencias, y secretos. Y porque puedo decir tras 3 meses y poco, que jamás los olvidaré.

Pero quizá no es lo único que debo agradecer. Quizá he ido dejando de lado cosas que van más allá de la algarabía y la fiesta, y de las cañas y las copas, y los miles de planes. Quizá cosas que se han puesto en mi camino me han impedido ver con claridad la belleza de lo pequeño, eso que ahora que todo lo que hay alrededor está establecido, por fin consigo ver. Ver las pequeñas cosas que hacen de un día algo bonito, y de una ciudad un lugar en el que querer estar. Como la luz que se cuela entre las hojas de los árboles de mi jardín cada domingo por la mañana, exactamente a las 11:30. Como los días en que subo sola al tranvía después de la oficina y el sitio individual de delante a la derecha está libre, y entro como en un estado de meditación con el traqueteo del viaje. Como los palitos de queso que compro en Kaiser´s los jueves y que con la copita de vino de rigor saben a gloria bendita. Como el café que, gracias a la cafetera española que tuvo a bien explotar en nuestra primera comida, me hace sentir en casa por el aroma que desprende y que impregna cada rincón de mi apartamento. Como esas tardes en las que apuro un poco más de lo habitual el horario de oficina, y ya no queda nadie alrededor, y estoy sola en el piso 17, viendo atardecer . Como las noches de lluvia torrencial, cuando la claraboya de mi dormitorio no deja de sonar, y parece una nana que ayuda a dormir. Como cuando alguien que no tiene ninguna razón para confiar en mí; de repente, en el momento más inesperado, lo hace, y empieza a hablar. Como cuando sale el sol en Düsseldorf, y deja que el otoño, el de verdad, el que en Madrid dura tan poco, se cuele por la ventana. Como cuando el sonido de la campana de la iglesia que hay al lado de casa me despierta el fin de semana. Como cuando el día en que más necesito un amigo, un gato maúlla en mi puerta. Como una partida de ping pong en una mesa enana, o como una de cartas en una terraza casi igual de enana.

Y si observo en la distancia lejana de un país al sur, encuentro las mismas pequeñas cosas. Cosas que están ahí. Cosas que deben ser consideradas. Conversaciones hasta la madrugada. Un "te entiendo" escrito en un email. Consejos que te guían casi sin querer. Que evitan que te pierdas. Fotos que llegan cuando más lo necesitas. Llorar, porque sabes que puedes, colgada del teléfono con alguien que te espera. Broncas que se resumen en un "te echo de menos". Visitas organizadas con meses de antelación. Presupuestos hipotecados a cuenta de verte la carita cada 2 semanas. Confianza ciega y compromiso, sin que haga falta decirlo. Familia.

Cómo he podido estar tan ciega en algunos momentos como para no disfrutar de cada una de estas pequeñas cosas, no lo sé. Ni por qué se ha cernido mi sospecha sobre la generalidad del entorno que me rodea. Pero si sé que hoy me siento más agradecida que nunca por la vida que tengo. Una que no digo que no me haya ganado, pero que desde luego la suerte también ha decidido regalármela. Y quizá empieza a ser el momento de proponerse disfrutarla y sacarle el jugo en serio.
 
Dice una amiga muy requetesabia, que los momentos malos pasan. Y los buenos… También.

Me enseñaron a cerrar los puños con fuerza y a apretar los dientes. A ladrar cuando es necesario y a defenderme. Y por lo demás, la sonrisa diplomática vino de fábrica.

¿Pero y si fuera un error? ¿Y si esta manera de abordar el mundo (y ojo que la palabra "enfrentar" me viene automáticamente a la mente), no fuera precisamente la correcta? ¿Y si es cierto aquello de hacer el amor y no la guerra?

¿Y si por pasarnos la vida considerando lo que no tenemos, perdiéramos de vista lo que, de hecho, tenemos?

Quizá no estaba preparada para entender la grandeza de cuanto me rodea y del significado que tendrá para mí en más sentidos de los que puedo imaginar. Pero ahora lo estoy. Y no volveré a cuestionar mi decisión de venir hasta aquí. Porque esta es mi vida ahora. Y la quiero tal y como es, y con cada uno de sus protagonistas.
 
Juraría que se abre el telón.

Que empieza el tercer acto...