Siempre
me he considerado bastante europeísta.
Es lo
que hay, habiendo estudiado a la francesa.
Así
que la idea de moverme por Europa como pez en el agua, de vivir en el meollo de
la cuestión, y de empaparme de sentimiento europeo para mí siempre ha sido un sueño.
Uno
que, uy fíjate qué cosas, se ha hecho realidad.
¿Pero
qué es Europa? ¿Qué significa en realidad vivir en el corazón del viejo
continente? ¿Lo que imaginé? ¿Lo que predije? Procedamos.
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Amarás
la lluvia. Porque la lluvia es el día a día aquí. Porque hace de los paisajes
la maravilla que son. Verdes. O dorados como ahora. Como en otoño. Porque la lluvia empapa los fines de semana y
envuelve las noches en su arrullo. Porque la vieja Europa nunca parece tan centenaria
como cuando llueve sobre su historia. Porque la lluvia en Europa te traslada al
romanticismo de otra época. Y porque la luz más bella aparece tras la peor de
las tormentas.
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Te
convertirás en un experto de todo aquel transporte que se parezca mínimamente a
un tren. Porque en tren visitarás lugares que siempre te parecieron lejanos.
Joyas, que tendrás a un tiro de piedra. Como Ámsterdam. Como Bruselas. Como París.
Y todo el mundo sabe que “París siempre es una buena idea”. Y en tranvía
recorrerás las ciudades. Porque es en tranvía como media Europa se mueve en
entornos urbanos. Por carriles compartidos con automóviles, motos de diversos
tipos y bicicletas. Y alucinarás con que no haya más accidentes. Y con que a tus confiados visitantes no les pidan casi nunca el billete. Amigo. Civismo en
estado puro.
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Comerás
patatas y beberás cerveza porque es lo que hay. Pero matarás por la comida
mediterránea, pues la añorarás más de lo que jamás pudiste imaginar. Tanto, que
olvidarás las diferencias entre Francia, Italia, Grecia, o España. Y si en la
oficina te hablan de un restaurante griego llamado Taverne Nefeli a un tiro de
piedra de ti, no dudarás ni un segundo en salir pitando a probar esas exquisiteces
culinarias tan de casa. Tan frescas. Tan normales. Y te encantará. Y soñarás con repetir. Porque a quien le importa
no entender los nombres de los platos si al final frente a ti encuentras un
pescado a la plancha con una ensaladita a su vera.
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Harás
deporte, porque aquí es lo que se lleva. Abandonarás algunos que te encantaban por
falta de opciones- como el Padel que en Alemania es sorprendente y
repetidamente ignorado- pero te apuntarás a otros nuevos- como correr por
Volksgarten o ir a un gimnasio a bailar…ya sabéis qué- y redescubrirás antiguos
que en tu país de origen apenas se practican, como el Bádminton. Y te reirás
bastante, como yo seguramente en el día de mañana, recordando cuando tenías 12 años
y en el colegio te pasabas las tardes corriendo detrás del “volante”.
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Pasarás
frío. Porque es así. En Europa hace frío. Fría, anciana, gris Europa. Nada de
12 grados en invierno, olvídate. Estamos hablando de temperaturas negativas.
Muy negativas. Así que tendrás que guarecerte. Podrás quedarte en casa largas
tardes de lectura solitaria, sólo acompañado por tus buenos amigos, Agatha
Christie y Tchaikovski. O quizá pasarte
por Dolcinella en busca de los cupcakes inspirados en Desayuno con
Diamantes “Tiffany Törtchen”, o del
nuevo vicio que vaticino desde hoy. A nivel global me atrevería a decir. Porque
es cuestión de tiempo que superemos el momento brunch y le demos una vuelta de tuerca más a la tontería gourmet. Yo apuesto desde ahora que el Tea Time es lo que se llevará en el
futuro. Una costumbre de lo más british
que en este templo de la gourmandise
han decidido formalizar los viernes por la tarde. 12,50 euros y a zampar como si no hubiera un mañana. Tomo
nota.
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Descubrirás
el civismo. El de verdad. Del que hablaban los filósofos. Intentarás (repito,
intentarás) reciclar. Bajarás suavemente y casi sin percatarte, el tono de voz
en el transporte público. Ni que decir tiene que lo de tirar papeles al suelo
queda out of the question. Respetarás
los horarios y por primera vez en tu vida, llegarás tarde...Máximo 5 minutos.
Te sentirás una persona en la oficina y no un mindundi, un trozo de carne sin
cerebro por el color de tu cabello o el último tonto de la fila. No tendrás
miedo de irte a casa antes de tu jefe, porque sabrás que por primera vez lo que
cuenta es lo que haces y no lo que aparentas hacer. Nadie te gritará o te
ofenderá sin más, y menos en un entorno laboral. Como decía, educación, y civismo.
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Llegados
a este punto, en el que acabo de leer el post
hasta aquí, intuyo también, que empezarás a mezclar tus idiomas y a introducir
galicismos y anglicismos aquí y allá, quizá no por dártelas de cosmopolita,
quizá sí, pero en cualquier caso dando una impresión a cualquier hijo de vecino,
de petardo integral. Exactamente tan petardo como te parecían los que antes que
tú, cayeron. Oh la lá my dear.
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Te
sentirás 100% identificado con todo aquel que haya vivido algo lejanamente
similar a lo que tú estás experimentando en tus carnes. Llorarás con listas
como “33 cosas que te sonarán si vives en Madrid”. Y te reirás con artículos
como “10 cosas que debes saber sobre Alemania”. Porque
todo es verdad.
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Pero
por encima de todo, querido lector, te acostumbrarás. Poco a poco la extrañeza dará
paso a la normalidad. El choque cultural se suavizará. Y la calidad de vida imperará sobre tu existencia. Una sin
incomodidades ni tantas dificultades como cuando intentabas sobrevivir en tu
amada pero, en serio, catastrófica, madre patria. Pagarás un alquiler sin morir de hambre o
sisar a los papis. Tendrás una vida más allá del trabajo. Beberás el mejor café
que hayas probado en tu vida. Eso sí, lento de narices y del clásico café con
leche ni hablamos (cómprate una cafetera). Nadie te impedirá que entres en una
tienda con tu pobre e inocente perrito. Y serás considerado como un ciudadano
de bien. (Si. Si eres rubia también.)
El respeto a la persona. Quizá esa sea la clave.
Que
por primera vez en tu vida no sentirás que el hombre es un lobo para el hombre.
Seguridad.
Por lo demás, es una lista sucinta y desde luego abierta.
Mudarse al corazón de Europa tendrá el efecto en tu corazón que tu corazón
desee darle. No soy yo quien ha de decirte cómo será para ti. Pero seguramente
en algo, te habrás visto reflejado en mí. Y como ahora sabes, es algo de lo más
normal.
¿Novedades personales? Daré 3 breves pinceladas.
Estoy a 3 días de Madrid. Y
hace 3 días se marcharon mis últimas visitantes, dejándome con 3 lágrimas en cada ojo. En 3 horas saldré de la
oficina y durante 3 minutos me dedicaré a disfrutar del sol de otoño que ha
decidido regresar a nuestras vidas. Pensaré en los 3 departamentos- por fin confirmados- por los que
rotaré durante mi aventura en Düsseldorf (1 bueno, 1 malo y 1 que quién sabe,
hagan sus apuestas). Y recordaré a los 3 seres vivos más importantes de mi
existencia. Aquellos que marcan, sin querer o queriendo, mi estado de ánimo.
Aquellos por los que doy mi vida. Aquellos que son mi vida.
3 hemos sido este fin de semana, recorriendo a
paso ligero esta ciudad de la que ya no permito (otro curioso efecto de la
expatriación) que nadie hable mal. 3 fueron las copas que nos bebimos el sábado por la noche (crece nariz, crece) en el que empieza a ser el sitio de moda en la ciudad. La acogedora morada de mis vecinas. Y 3 fuimos las que la semana pasada por fin
tuvimos noche de chicas en Le Local. (Bendito Sauvignon Blanc)
Son 3 los lugares gastronómicos de los que os
quería hablar hoy pero ya son 3 las páginas que he ocupado.
3 son los segundos que vais a tardar en roncar si
no termino esta verborrea tan confusa, y con 3 palabras más (qué obsesión) me
despido.
See- you- soon
(babies)
Y así rompo la regla. Justo como a mí me gusta.
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