viernes, 9 de agosto de 2013

Qué sabemos. Qué intuimos. Qué ignoramos.

 
Lo que sé.
 
Bueno. Ya está. Lo he hecho. Ayer, por circuntancias horarias que no vienen al caso, cogí el tranvía yo sola para venir a la oficina. Sin preguntar. Sin errores. Yo solita. Ya estoy preparada para para la vida moderna. ¿O quizá antes de cantar victoria debería probar a regresar una tarde en las mismas circunstancias? Oh no…

Esta semana ha sido además de lo más educativa. Para empezar, quizá no lo he comentado pero esta empresa en la que me hallo impone un código de vestimenta formal y, al menos en lo que a mi respecta, estricto. ¿Qué significa eso? Tacones, queridos. ¿Y qué hay en la puntita de todo tacón que se precie? Una tapa. Recordemos uno de los primeros posts en los que hablaba de cómo a todo correr, siguiendo los sabios consejos de mamá, me había gastado un dineral en poner tapas a todos los salones que pudieran tener pinta de working style, antes de mudarme. Bien. Han muerto. Todos menos unos. Los marrones. Comprenderéis sin duda que no puedo vestir de negro con salones marrones. Eso me ha llevado a investigar dónde arreglan los zapatos los alemanes. Der schnelle Jo, un zapatero que además de por lo curioso del nombre (“El Rápido Jo”, concepto que hemos adoptado sin dudarlo para uno de los componentes de nuestro grupo), resultaría muy práctico al estar cerca de casa…Si no fuera por que cierra en Agosto. Plan B. Desde el tranvía que nos trae a la oficina nos ha parecido reparar en un zapatero. ¿Dónde? Es un misterio. Sólo aparece cuando no es necesario. Me confieso incapaz de encontrarlo. Plan C. No hay. Ya me encontraba planificando mi maleta llena de zapatos de vuelta a España en Septiembre, cuando llegó la luz. Los arreglan en la empresa. Si señor. 100% eficacia alemana. Si venís en tacones a la ofi, os arreglamos los tacones en la ofi. Ya tengo tarea para el lunes.

Otra cuestión típicamente alemana que me trajo de cabeza, ya desde antes de llegar, es el asunto del reciclaje. Es de sobra conocida la afición de los alemanes por esta práctica. Bien, llamémoslo responsabilidad. Pues ha sido motivo de estrés para mi desde el principio. He de confesar que en mi vida me he tomado el reciclaje muy en serio. Siempre he sido más del “ Los políticos deberían organizarlo de otra manera. Para eso están.” (¿Comodona? Sin duda.) Asi que, lógicamente al mudarme aquí, abrí mi mente a más no poder, por aquello de integrarme, no herir sensibilidades ajenas y demás.
Así que ahora tengo dos cubitos de basura en casa. Intento comprender por todos los medios por qué en el edificio hay dos zonas distintas con contenedores, y sobre todo, qué demonios va en cada contenedor. Total que tras horas de estudio y profundo análisis pormenorizado de estas cuestiones, aún me/nos quedaba una duda fundamental. Dónde se tiran las botellas de cristal. Porque en casa no hay lugar al efecto. Algo había oído acerca de unas máquinas en los supermercados que te pagan por las botellas que entregas. Imaginad cuántas botellas se nos han ido acumulando durante un mes. Vergonzoso. Así que allí fuimos el martes. Con dos bolsas por cabeza. En busca primero de las máquinas. Máquinas que no aceptaron todas las botellas. Así que allá que salimos del super, 3 euros en el bolsillo, sonrisa en la cara, rojos como tomates, con las bolsas restantes en busca de contenedores de cristal. Y los encontramos.
Conclusiones finales. Separar botellas del resto de la basura. No acumular botellas. Tener claro qué botellas aceptan en las máquinas. Las no aceptadas deben ir en bolsas separadas al contenedor. Y último y fundamental. Coger el día libre en el trabajo para llevar a cabo todas estas gestiones. Alemanes…

Lo que intuyo.

Intuyo con total honestidad, que mi casero es un caradura. O simplemente un imbécil. Uno de tantos, al fin y al cabo. Pero no imaginaba encontrarme uno de estos en Alemania. Teóricamente, lectores míos, (una vez más) deberíamos tener instalada la conexión a internet este fin de semana, por supuesto como efecto directo a un email tipo Pitbull por mi parte de esos que una sabe al enviarlos… Que algún efecto van a tener (Gracias ex empresa por enseñarme las técnicas más depuradas de cómo mostrar la auténtica, profunda y recalcitrante mala hostia española. Sabía yo que de algo me serviría) Veremos si por una vez veo el compromiso cumplido o si no ha sido más que otra de vaqueros.

Hablando precisamente de intuiciones y pensamientos diversos, un muy buen amigo (uno de esos que leen el blog de manera obsesiva) me decía hace muy poco “Es increíble lo muchísimo que piensas en tus sentimientos. Increible.” Y la verdad es que tenía razón. Natürlich. ¿Cómo si no iba a decidirme a escribir un blog acerca de mi experiencia en Düs? Resultaría imposible. Pero por otro lado, si me paro a pensarlo (Cómo no), llevo desde los 14 años dándole vueltas a lo que acontece en los rincones más oscuros de mi corazón, y eso no puede ser bueno… ¿Verdad? Especialemente porque, es de sobra sabido, cuando pasas demasiado tiempo enfocada en un único sentimiento, en un principio leve y carente de importancia, éste acaba adquiriendo proporciones casi bíblicas. Pierdes toda visión global. Toda perspectiva. Acabas creyendo lo que no es. Pensando que sientes lo que no sientes. Y haciendo, finalmente, de un minúsculo grano de arena, como mínimo, la montaña a la que iba Mahoma (¿O era al revés?) Lección de esta semana, queridos lectores. Ojito con pensar demasiado, y darle excesivas vueltas a los sentimientos. Muy, pero que muy peligroso.

No obstante,  siguiendo con las intuiciones, como no podía ser menos, los planes para hoy están más que establecidos y organizados (¿Quizá a veces parece que sólo hay vida los fines de semana?). Tenemos el primer cumpleaños (pre-cumple en realidad) de uno de los nuestros, uno que por cierto, abandona el fuerte durante la semana que viene, como avanzadilla de las vacaciones. Por tanto un festejo como Dios manda se impone con todo el peso de la ley. Porque es el primero. Y porque le echaremos de menos. (Chetto, chetto) Intuyo que será de las que recordaremos hasta el fin de los tiempos…

Finalmente, las intuiciones me llevan de cabeza al lunes, porque este fin de semana, sólo puedo desear que transcurra veloz como el viento y que los días vuelen sin darme cuenta entre preparativos de todo tipo (especialmente culinarios). Porque este lunes, por fin. Por fin. Por fin. Llega mi primera visita. Una que intuyo, me va a convertir en la mujer más feliz del mundo durante dos semanas. Que me va a hacer recorrer los mil rincones de esta ciudad, explorando, descubirendo cada secreto, cada dirección oculta o no a las miradas de los transeúntes (de lo que os hablaré el lunes por cierto). Que aportará tantas cosas a mi corazón inquieto que ni siquiera soy capaz de expresarlas. Una visita que llevo esperando exactamente 1 mes y 12 días. Una que, creo, cambiará profundamente mi visión de la vida aquí. Y dará una nueva vuelta de tuerca a lo que entiendo por Düsseldorf. Intuyo que el romanticismo me espera a la vuelta de la esquina.

Lo que ignoro.

Así que pasa el tiempo. Nuestra  pequeña colonia de Volksgartenstraße va evolucionando. Nuestras relaciones. Nuestros trabajos. Nosotros. Intento plasmar a golpe de teclado cómo respiramos por aquí. Pero a pesar de mis esfuerzos por describir con exactitud cada etapa nueva, es imposible. Somos 7 y cada uno de su padre y de su madre. No sé qué pasa por la mente de la mayoría. Algunos son más abiertos. Otros cerrados a cal y canto. Algunos más sociables. Otros más tímidos. Unos más afines. Otros más opuestos. Chicos y chicas. Con más o menos caracter. Con diferentes modos de ver la vida. Diferentes ambiciones. Diferentes sueños. Diferentes aspiraciones de futuro.

En un primer momento todo era similar, pero al cabo de un mes ya están ahí las diferencias. Las sientes. Las palpas. ¿Cómo saber el modo en que se desarrollarán las cosas? ¿Cómo saber cómo nos sentiremos en 1, 2, 3,.. 17 meses? No podemos. Vivimos casi al día y eso para algunas personas, como para mí, es desquiciante. Lo del Carpe Diem nunca ha sido para mi. La manía de analizar cada sentimiento, de ponerlo encima de la mesa, de darle la vuelta y verlo del revés. Otra vez ahí.

O quizá la impaciencia de no saber qué será lo próximo. Sé sin duda alguna que es más fuerte lo que nos une que lo que nos separa. Pero si sólo pudiera pasar rápidamente las páginas del libro hasta el final…Y tan sólo echar una rápida ojeada a la última página…  100% tentador. 100% erróneo. (cómo tantas otras cosas). Por que al fin y al cabo…

Sin intriga no hay historia…

¿No?

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