lunes, 5 de agosto de 2013

El porqué de las cosas

Corría el año 2002. En Septiembre empezaba el último curso en el Lycée Français de Málaga. Baccalauréat, série sciences économiques et sociales. Primera clase de filosofía. “Méditation sur une orange” si no recuerdo mal. Flechazo devastador por una materia que marcaría el resto de mi vida. Desde entonces me pregunto el porqué de todo. Cuando digo todo, me refiero a TODO. La cantidad de horas que paso a lo largo del día preguntándome el porqué de las cosas… Resulta casi absurdo. El otro día una de mis compañeras me comentaba que desde que llegó aqui no para de pensar. (Peut- on ne pas penser?) No se trata sólo del asunto idomático,  que también. Cambiar un mínimo de tres veces al día de idioma no es fácil. No te deja descansar. Acabas soñando en inglés. Cocinando con el rintintín del alemán en la cabeza. Bailando al son de una canción en francés. Chapurreando expresiones sueltas en italiano. Y cuando te sientas a escribir en tu lengua materna, a tu cabeza acuden palabras que te ves obligada a traducir. Como digo, agotador.
 
Pero no se trata sólo de eso. Se trata de que al estar en pleno proceso de adaptación, a un nuevo entorno, a nuevas personas, y seamos sinceros, a un nuevo tú, la pregunta "¿Por qué?" Impone inevitablemente su presencia a cada instante. Por qué puñetas vine a este extraño país. Por qué pesan tanto las ausencias. Por qué vuelvo a tener la sensación de que mi mundo está tan lejos. Por qué no entiendo este idioma por mucho que me esfuerce. Por qué siento esto. Por qué las raciones son tan grandes. Por qué no puedo tomarme una copa de vino a un precio razonable. Por qué el tiempo está tan loco. Por qué no comprendo esto. O lo otro. O a Fulanito. O a Menganito. Por qué tal o por qué cual. Por qué , por qué, por qué. Y lo peor, es que normalmente no hay respuesta universal. Únicamente, y depende del momento, puedes llegar a tu propia, sesgada y absolutamente subjetiva conclusión, que, en fin, al menos a veces, te hace descansar durante dos minutos. ¿La maldición del filósofo, quizá?
 
Digamos que porque la necesidad de descanso mental y veraniego empezaba a hacer estragos en nuestro grupo, como comentaba en el último post, este fin de semana fuimos en busca del eterno estío. Y tuvimos éxito. A poco más de media hora entre tren y autobús, nos encontramos en Unterbacher See, un lago idílico y lleno hasta los topes, con precio de entrada obviamente (Seguimos en Alemania, queridos), pero con el agua a una temperatura maravillosa y sobre todo con sol. Mucho, mucho, mucho sol. Pasamos el día allí. Nadamos, reímos, nos tiramos de cabeza desde la plataforma instalada a tal efecto, bebimos Warfteiner Zitrone (cerve con limón), y comimos algo que a los españoles nos hizo añorar más si cabe las patatas bravas de toda la vida. Y heladitos. Porque el verano sin helados no es verano. Fue estupendo, y nos hizo, creo, renovar fuerzas para la semana.
 
La verdad es que, ahora que lo pienso, ha sido un fin de semana bastante original, hemos abierto la mente a experiencias distintas al paseo habitual por el Alstadt, y eso está bien. Fuimos a Medienhafen el viernes, y descubrimos un sitio, que, pongo la mano en el fuego, la mayoría de nosotros pensamos, es para llevar a alguien especial. Romanticismo alemán en estado puro. A pesar de los 9 euros por mojito. Pebble´s se llama. Me declaro fan desde ya.
 
El sábado nos juntamos más gente de lo habitual. De hecho bastante, bastante gente. De multitud de países. Italia. España. Polonia. Alemania. EEUU. Holanda. Y seguro que me dejo algo en el tintero. Gente del trabajo y amigos de fuera. Y amigos de amigos. ¿Un poco loco no? Así tenemos la cabeza. Imposible conservar la cordura ante semejante confusión de culturas. ¿Choque cultural? Podríamos escribir un libro. Un libro sobre el porqué del choque cultural por ejemplo.  Y de nuevo el porqué.
 
Cuando empecé a valorar la posibilidad de marcharme de España, recuerdo que me empeñé en conocer de primera mano las experiencias de quienes hubieran vivido algo similar. El porqué de todo. Por qué se marcharon. Por qué volvieron. Por qué se quedaron. Oí de todo. Bueno y malo. Éxitos y fracasos. Locuras de verano y planes a largo. Pero algo en lo que coincidieron todas las versiones es que este concepto universal que es la emigración, se dé por las razones que se dé- Trabajo, estudios o la simple aventura-  te hace conocerte a ti mismo como nunca antes habrías creído posible. C-O-M-O N-U-N-C-A.
 
A base de porqués, imagino.
 
Es de lo que me he acordado, también este fin de semana (Como veréis me ha cundido), cuando, casi sin previo aviso, sentada en las escaleras de mi puerta, he empezado a considerar mío lo que hasta hace bien poco creía ajeno. He empezado a disfrutar de los momentos que antes temía. Y he empezado a entender la, hasta hace nada amenazante soledad, como una nueva e inesperada aliada. No es que la situación haya cambiado excesivamente (Seguimos sin internet y mi apartamento tiene los mismos escasos muebles que hace una semana, a pesar de una visita fugaz a Ikea), pero parece como si todos los detalles que me rodean, y que juntos forman mi contexto vital actual, se hubieran vuelto amistosos, conocidos, cercanos. Los resortes  mentales de los que tanto he oído hablar en casa desde que era una niña, parecen más claros que nunca. Y la sensatez y la templanza se imponen poco a poco en mi espíritu (Está bien, no. Pero al menos lo intentan). Quizá, de nuevo, a base de porqués. Quién sabe.
 
Las largas tardes de verano se ocupan casi sin darme cuenta, pero los momentos a solas... Esos que existen, y son muchos,  aunque a veces parezca que no… Empiezan a gustarme de nuevo, como siempre hicieron. Llego a casa del trabajo y Gato me espera. ¿Interesado? Claramente. Por los fiambres alemanes que guardo en la nevera. O la carne picada con tomate. O las patatas fritas. En serio, ¿A qué gato le gustan las patatas fritas? Si me da por ahí paso por Kaiser´s en busca de una de las escasas provisiones de Nestea que he visto en Düs. Y entonces el momento está completo.
 
Hace tiempo (bastante tiempo de hecho, pero en una de esas conversaciones que se quedan grabadas en la mente) hablaba con alguien de esos momentos que no sabes por qué pero son simplemente perfectos. A veces acompañado. (Como una tarde en el jardín, copa de vino en mano, y esmalte de uñas por delante, con una amiga a la que empiezas a tener mucho, mucho cariño) Pero otras veces simplemente a solas. Esos momentos que imponen el silencio por regla. Esos que te hacen ver la vida con otros ojos. Que te reconcilian con tu entorno. Pues justamente esos, han vuelto. Y bienvenidos sean.
 
Porque recuerdo, aún cercana, la sensación de no poder respirar ante esta situación revolucionaria, subversiva, desbordante. Recuerdo aún demasiado próximo el vértigo ante el exceso de libertad y la sensación de no tener… Aire. Pero tal y como Mamá indicaba (Y recordemos que las mamás siempre tienen razón, porque es parte de su oficio) “No es que no tengas aire. Es que nunca en tu vida has tenido TANTO aire para respirar. Llena los pulmones. Respira.”
 
No sé por qué. Quizá porque empiezo a entender lo que eso significa. Quizá porque empiezo a dejarme llevar. Quizá porque empiezo a zambullirme de verdad en mi nueva vida. Pero la cuestión es que todo empieza a parecerme… Normal.
 
¿Por qué tanta divagación en este lunes de principios de Agosto? ¿Podré evitar darle vueltas a lo largo de la tarde?
 
Verdes las han segado.

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