“La
segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer”
Y vosotros diréis que con 27 añazos, camino de los 28, y- Dios- a casi 2 de
los 30, habiendo vivido fuera del cobijo
materno desde los 17, con mil aventuras a mis espaldas y aún más desventuras,
sabiendo latín como sé en más de una cuestión, y habiéndome caído y levantado más
veces de las que puedo recordar, ya debería haber superado el complejo de Peter
Pan.
Pues no.
Siempre he pensado que hacía falta estar hecho de una pasta especial para
vivir fuera del país de origen. Lejos de toda referencia familiar. Lejos de
todo lo conocido. Lejos de lo seguro. Pero lo que no sabía es que al marcharte,
lo que sucede en tu persona es una especie de metamorfosis kafkiana que va del
simple pato mareado, al niño enrabietado de 5 años, pasando, qué duda cabe, por
el ridículamente tímido, confuso, y perdido adolescente incapaz de reaccionar
ante los envites que la vida decide dedicarle día sí, día también (Porque así es
la vida amigos. Y ya lo sabíamos). Así que si he de sacar conclusiones, en lo
que a mí respecta, me quedo con dos únicas opciones finalistas:
O todo es muy difícil.
O te ha dado un aire, maja.
Y no puedo dejar de preguntarme en qué momento pasé de sentirme una mujer
de mundo y cosmopolita a una pringada
integral.
¿Me imaginaba lo dificilísimo que iba a
resultar adaptarme a estas tierras? Bueno, desde luego las dificultades
entraban en mis planes, pero he de reconocer que más en lo abstracto que en lo
concreto, y más en lo relativo a la experiencia global que en el día a día. Si
tuve en cuenta que todas esas pequeñas cosas, esos pequeños trámites tan
engorrosos como necesarios en la vida moderna con los que tendría que lidiar yo
sola (Sola, sola, sola) al trasladarme aquí, confieso que no. No lo hice. Me
las prometí felices cual perdices con mi flamante nivel alto de inglés, el
bilingüismo francés, el español materno y la educación internacional. ¿Y sabéis qué? Me han dado hasta en el velo
del paladar.
Pero digamos que esto es parte de la experiencia, y que precisamente por estos momentos de desesperación, toda esta aventura resulta tan enriquecedora. Dicho lo cual, creo que ha llegado el momento de hacerse mayor queridos lectores. Dejjar de llorar por la leche derramada (de entre todas las expresiones
castizas, qué horror de elección, la mía). Eso es. Coger el toro por los
cuernos. Yo me he hecho la cama y yo me acostaré en ella. (Y se me fue de las
manos)
Y hasta que todo se estabilice (conexiones, presupuestos, internet,
relaciones varias, pérdida/robo de aparatos electrónicos etc etc etc.) sólo
queda… La introspección.
Una buena palabra, “introspección”. Cuantos usos puede dársele. Una palabra
larga, y con contenido. Complicada, de esas que terminan en “-ción” y por tanto
de las que traduces tal cual al inglés y te quedas tan fresco, eso sí, rogando porque
la cara de tu interlocutor no confirme que quizá te has marcado un invento de
los que hacen historia. Una palabra de esas que quedan de muerte en una buena
discusión. “Un poquito de introspección es lo que te falta a ti”. De esas que
tu madre soltaba en plena charla por llegar más tarde de las 23h. Y una palabra
que me viene mucho a la cabeza últimamente.
Es lo que tiene seguir (3 meses después) sin internet. (Y dale con la burra
al trigo) Porque el gimnasio, los libros y la CNN dan para lo que dan. Y al
final, sólo te queda pensar. Pensar y observar. Observar y pensar. Ver pasar la
vida de los demás a falta de una peli más interesante (o en un idioma
comprensible). Sus decisiones, sus arrebatos sentimentales, sus
frustraciones y sus locuras. Sus
amoríos, sus aventuras y sus rupturas. Sus mentiras, sus actos heroicos, sus
éxitos y sus fracasos. Y luego ponerte a pensar en tu vida. Y de repente tener
conciencia de la magnitud de tus propias decisiones. Las que te han llevado a
donde estás. Y empezar a considerar las variables de la ecuación que es tu
felicidad. Las incógnitas.
Y que el vértigo se apodere de tal forma de tu ánimo, que decidas volver a
la CNN. Y a ver qué hay de nuevo por los conflictos internacionales. Porque francamente, comparado con estos, tu
vida parece un camino de rosas. Y mientras tanto soñar con la película en español
que darías tu vida por ver en ese mismo
instante. Porque sin ánimo de ofender a los eruditos que sin duda considerarán
poco menos que blasfemas mis palabras. Como se echa de menos el doblaje español,
señores. Y ojo. A veces el sudamericano, porque todo el mundo sabe que la Sirenita, sin acento latino, no es la Sirenita.
Y lo que yo daría por sumergirme con ella en lo más profundo del océano, o
por vociferar “¡Al abordaje!’” con Piratas del Caribe, o por comprobar que una gabardina siempre es
una buena idea en Casablanca, o
llorar como una magdalena desde el minuto 1 de Moulin Rouge, o por jugarme la fortuna a una mano de Póker con Maverick, o por tararear con Audrey Moon River en Desayuno con Diamantes, o
por tomar nota para el próximo fiestón que organice de la mano del Gran Gatsby, o por echarme un baile con
Thurman y Travolta en Pulp Fiction. O
por, o por, o por…
Pero estos placeres me están vedados por el momento así que simplemente me
dedicaré a soñar.
Y eso precisamente me sorprendí a mí misma haciendo esta tarde. Soñar
despierta.
El aeropuerto Düsseldorf
International queda bien cerca de mi oficina, y como decía, hoy me sorprendí
ensimismada, observando a los aviones ir y venir, preguntándome a dónde irían…
Y si su destino sería mi hogar. Me sorprendí también a mí misma, lo confieso,
preguntándome si toda esta aventura merece realmente la pena. Me sorprendí a mí
misma tentada por abandonar. Y tras el lapsus
momentáneo, no puedo evitar preguntarme si será normal. Y si todo aquel que se
marcha pasa por lo mismo de verdad. Si todos sentimos la tentación de agarrar
los bártulos y tal como aparecimos, desaparecer del mapa. Abra Cadabra. Visto y no visto. Volver corriendo a los brazos de lo
conocido, y de lo seguro. Diría lo fácil, pero sospecho que como de costumbre
mi mente me juega malas pasadas idealizando todo cuanto dejé atrás. No era
fácil, no. Los expatriados siempre tienen una razón para expatriarse, sea una
guerra, el paro o la simple huida lejos de una realidad de la que desean
escapar.
Yo también tuve mis razones. Muchas. Razones de muchos tipos y de mucho peso que ahora
no vienen al caso. Pero que siguen ahí. Y quizá, cuando todo parece fallar,
cuando las fuerzas abandonan hasta al corazón más intrépido, cuando las
fechorías de ciertos malvados que rondan a sus anchas por el mundo sin que
nadie les pare los pies te sacan de tus casillas, y cuando los pilares de tu
cordura se tambalean ante el no saber... Quizá entonces lo único que llegue a salvarte sea
recordar todas esas razones que te empujaron a tomar la decisión de marcharte.
Afrontar con entereza las consecuencias de tus actos, y responsabilizarte
de los mismos. Eso es lo que, según me enseñaron, significa hacerse mayor.
Oh sí. La madurez por fin se manifestó.
¿Y sabéis? Por mucho que sepa que es lo que hay. Peter Pan o no. Lo pensaba
entonces y lo pienso ahora.
Apesta.
Y punto.
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