viernes, 13 de septiembre de 2013

Digamos que...


Digamos, querido lector, que eres una chica. Una que se ha ido a vivir al extranjero sola. Telita. Digamos que has optado por la soledad de un apartamento individual por razones variadas. Digamos que te gusta vivir enterrada entre montañas de libros antiguos y revistas de moda. Que a veces decides ver películas de los años 40, los 50 o los 60 hasta las 2 de la madrugada. Y que prefieres vivir en tu caos particular que en el caos de otro porque tal y como decía Lope de Vega, “Entiéndame quien puede, yo me entiendo.” Digamos que ya no tienes edad para jugar a los colegios mayores o a Living la vida Erasmus. Digamos que, hace tiempo, abandonaste la acogedora y segura independencia de tus 25 m² favoritos de Madrid, sólo, única y exclusivamente a cambio de aventurarte a compartir tu vida con tu amado.

Digamos, en fin, que estás viviendo  en un país extraño, sola.

Sola, sola, sola.

Déjame entonces que te diga, que conviene que tengas en cuenta un par de cosas.

La comida. Es un hecho constatado que necesitas alimentarte. Como también lo es que vivir a base de comida basura después de los 25 resulta una opción poco saludable, cuando no peligrosa para el tipín que tanto te gusta conservar. Por tanto has de investigar si hay o no supermercado cerca de tu nuevo hogar. Y creedme chicas, éste es un factor determinante a la hora de elegir vivienda de solterita. Porque transportar las bolsas de la compra semanal en distancias medias puede ser una tarea honorable, pero no por ello menos hercúlea. Así que una vez ubicado dicho lugar, digamos que se llama Kaiser´s, o Lidl cuando no te sientes tan elegante, toca, como es lógico ir a la compra. Y os garantizo desde ya que, las no previsoras, las que no recordaron bajarse la aplicación de rigor en el Iphone, esa que traduce todo, todo y todo, sin necesidad de conexión a internet, todas vosotras tendréis problemas del tipo: comprar algo que juraríais, es queso Philadelphia, y resulta ser un mejunje extraño con sabor a pseudo-pollo con tomate. O bien prometéroslas muy felices engullendo pistachos una noche de jueves, y al probarlos daros cuenta de lo que significa “ohne salz”. O tener que probar un par de lavadoras hasta percataros de que lo único que habeis comprado ha sido suavizante. Dos veces.

En fin, despistes que acabareis recordando casi con cariño, cuando el tiempo borre el sabor del alimento en cuestión, o la prenda que destrozasteis pase de moda. Pero mientras tanto, he descubierto con gloriosa algarabía que tengo un par de planes b. Al menos en Dus. Una de estas opciones se llama La Copa, y es un restaurante español en el centro de la ciudad, que tuve el placer de catar en la noche de ayer. Bien es verdad que el precio de cada tapa dista un poco de los de la madre patria, pero intuyo que en plena depresión invernal, y concretamente durante la primera semana de cada mes, tiraré la casa por la ventana e iré a pegarme un homenaje con sabor a hogar, aderezado por la verborrea del artista que ha resultado ser Don José Luis,  un camarero sevillano que tras 22 años en este país, y un largo matrimonio con una alemana, no ha perdido un ápice de su acento. Y escucharé al guitarrista de turno entonar grandes éxitos del tipo “Corazón espinado” y pensaré “Qué demonios hago yo aquí, con lo bien que se está en casita.” Y luego saldré a la calle con esos -15 grados, me iré pitando para mi apartamento, encenderé el ordenador  (que, Dios mediante, contará con internet por fin), y arrasaré en la web de Mamá mándame, cuya misión en la vida es enviar a todo español expatriado que asi lo desee, productos españoles de esos por los que,  sólo alguien que se ha marchado sabe, uno daría la bolsa y la vida sin dudarlo. Fabada asturiana, lentejas, jamón ibérico, lomo y chorizo. Hasta magdalenas venden los listillos. Es una idea mágica, y más en estos tiempos de “fuga de  talentos” masiva que vive nuestro querido y ruinoso país. Me declaro fan desde ya.

El transporte. Cuantas veces habré escuchado lo bien que funciona el transporte en Alemania. Cuantas, cuantas, cuantas. Sin ánimo de contradecir dicha afirmación, y siempre teniendo en cuenta las limitaciones tanto espaciales como lingüísticas que ostento, con un tanto de pudor, he de decir que he vivido situaciones verdaderamente delirantes desde que llegué a estas tierras. Desde simplemente no captar cómo funciona el asunto de la dirección del tranvía de turno, hasta estar dentro de un tren que supuestamente hacía parada en una estación y que por un error, todas las indicaciones dentro del vagón hicieran referencia a una estación totalmente distinta, todo ello pasando por coger un tren que, juro que todo indicaba, era el correcto, y acabar en un pueblo perdido en medio de Alemania sin nadie que hable ninguno de tus idiomas y sin saber a dónde ir. Por lo tanto, dos consejos, lectores míos. Aprended el idioma, y por encima de todo, PREGUNTAD. Siempre. No importa lo seguros que estéis de a dónde os dirigís. Aseguraos. Siempre, siempre, siempre. Preguntad.

El tiempo. Queridas amigas de pelo rizado. Rendíos. Dejad de pelear. Asumid la realidad. En esta tierra jamás conseguiréis el liso plancha que tan dominado teníais en Madrid. O vuestra calidad capilar es envidiable o, tras semanas de secador en una mano y GHD en la otra (y si no sois tan afortunadas,  la clásica planchita de 20 euros) habréis de asumir el nuevo rumbo que vuestros cabellos han decidido tomar por su cuenta. Un rumbo que nunca sabréis si va hacia arriba o hacia abajo. En ningún momento del día. Así que acostumbraos, cuanto antes, y cuanto menos, a una buena ondita, chuleta en medio de la cara como diría mi madre, o si la cosa se pone muy fea, al glorioso caracolillo de Triana tan español. La cabra tira al monte, dicen.

Pero no queda en lluvia la cosa. Hablemos de temperaturas. Y del invierno que acecha a la vuelta de la esquina, esperando el momento propicio para pillaros por sorpresa y que os cojáis un catarro de tres pares de narices. Hablemos de las dos maletas veraniegas con las que te embarcaste en tu nueva vida. Y de la política de medidas y peso de Ryanair. O de los precios de las aerolíneas no- low cost. Y ahora seamos serios. Esta es la cuestión: Cómo puñetas traernos todo nuestro arsenal de abrigos, chaquetas, trenchs y parkas, junto con el suministro de jerseys en cantidades industriales que, seamos sinceros, mamá se empeñará en enviarnos. Y prendas con forro y capucha. Y algún paquetito de chorizo que se colará seguro. (Un día escribiré un post titulado “cosas importantes para hijos en el extranjero según toda madre española”) Bien, como el teletransporte va con retraso por el momento (ojito que he estado a punto de escribir “teletransportación”. El idioma se me pierde por segundos), decidí ponerme a investigar hace poco, e ir más allá de la clásica caja enviada por MRW, o Correos, o Seur. Alguien me habló de un par de empresas, que desde hace tiempo operan enviando paquetes o maletas a donde tú decidas, incluído el extranjero, pero me quedé asustada con los precios. Y como en este blog somos ante todo ahorradores (risas, carcajadas, hilaridad general), os propongo una que me han recomendado, y que en lo que he podido ver, si merece la pena. Packlink. Echadle un vistazo, porque se paga por kg y los precios son los más competitivos del mercado, hasta dónde he podido descubrir. Pienso probarlo en mis carnes y efectos personales en cualquier caso, y os haré saber de mi experiencia.

Un post informativo el de hoy. Menos sentimentaloide que los anteriores. ¿Puede que más utilitario? Quizá empiezo a convertirme en una persona eminentemente práctica, dadas las experiencias "religiosas" que estoy teniendo por estos lares. Experiencias como que mi maleta sigue perdida. Y lamento admitir que el sábado tendré que pegarme la visitita al aeropuerto de Weeze sólo por ir a recogerla. Si este fuera un blog de denuncia social, más de una cabeza habría rodado ya por aquí…Pero dejemos que sean las redes sociales el escenario de la bombita literaria que ya ando preparando (como no podía ser menos).

En fin, digamos que eres una chica, querido lector.

Digamos que es viernes y que aún no has salido de la oficina, pero que notas el latir de la sangre  que sólo se siente el viernes pre-fiesta. Digamos que poco a poco vas haciendo tuya la ciudad, y la experiencia que estás viviendo. Digamos que empiezas a controlar los malabarismos que haces por mantener el equilibrio entre España y Alemania. Digamos que Suiza es tu nuevo modelo a seguir en la vida.

Digamos que vas recuperándote a ti misma.

Digamos que recuerdas que el otoño siempre te ha sentado bien.

Digamos que nos leemos la semana que viene.

 

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