martes, 17 de septiembre de 2013

Caen las hojas sobre Düs.

Cada año por estas fechas, siempre hay un día en el que me sorprendo pensando “Anda, ¿Cuándo habrán empezado a caer las hojas?”. En Madrid el otoño aparece de repente, sin avisar y sin darte tiempo a reaccionar. Y por lo visto, aquí también. Llevamos disfrutando, no sólo de la dorada languidez otoñal, sino también del diluvio universal desde hace más de una semana. El aroma a tierra mojada está por doquier y las noches parecen más acogedoras que nunca. Los momentos con sol son escasos y hay que aprovecharlos para echarse a la calle, como se dice por mi tierra “como las locas”.

Así transcurrió este fin de semana pasado por agua:

El viernes, volvimos a los planes clásicos, por aquello de la nostalgia. Nos apretujamos para entrar en Cubanitos y luego dimos paso a ese extraño bar siempre semivacío cuyo nombre aún intento recordar, donde la música es regular, pero que por alguna razón inverosímil, nos sigue encantando. Y repetimos. Como repetimos las hamburguesas a las 4 de la mañana, previamente a darme cuenta que mi móvil, atención, aquel que costó 1 euro, aquel cuyo nombre queda vetado desde este momento, aquel móvil, invento de los dioses que la providencia trajo a mí hace escasamente dos meses…Si, aquel… Desapareció.

Por tanto, imaginad mi humor el sábado por la mañana. Sin internet. Sin maleta.  Y sin móvil.

Alemania 1- Bloggera 0.

Unas lágrimas por aquí, una de liarme a puñetazo limpio con la almohada por allá, un poco de chapa de mamá, y de “maldita sea mi suerte”, y allá que me levanté con toda la intención de hacer frente a uno de los peores sábados que recuerdo en los últimos tiempos. ¿Cómo? Con mucha paciencia, Eye of the tiger sonando a todo volumen en el móvil español, y párrafos de un libro aún resonando en mi cabeza.

“…Sin abandonar jamás aquella capacidad suya para mil veces caer y otras mil levantarse, sacudiéndose el  polvo del vestido y echando a andar de nuevo con paso resuelto, como si nada hubiera pasado. Por muy duros que fueran los tiempos, jamás se fue de su lado el optimismo  con el que apuntaló todos los golpes y al que se acogió para ver siempre el mundo desde el lado por el que luce el sol con más claridad…”

Y como siempre me han gustado los personajes que se sublevan, y que en general, dan guerra, allá que fui. Primero a solucionar como pude el asunto del móvil. Copia de la tarjeta. Intento fallido de comprar un nuevo dispositivo. Corroborar una vez más que hay imbéciles hasta debajo del agua. Y tras un “Pues ahí tienen el móvil. Y por favor, se lo coman con patatas” (En inglés. El alemán no da para tanto. Aún.), que todo esto finalmente fuera para bien, porque sin previo aviso el móvil español resucitó en pleno uso de sus facultades, rescatándome de la más absoluta desolación. Sólo me queda cruzar los dedos. Y que dure. Así que volví a casa, deleité mis papilas gustativas con dos platos de sopa casera, de esa que resucitaría a un muerto, y con dos ejemplares de Vogue bajo el brazo, tomé el primer autobús que pude a Weeze, donde salvé a mi maleta del olvido, y con ella mis nuevos outfits para el otoño, así como unas provisiones de atún, melva, caballa y bonito del norte, como para abastecer a un regimiento.

21:00. Llegada a casa. Sobra decir que no era cuestión de quedarse allí. Agarré a mis compañeros y propuse pasarnos por Seifen Horst, aquel pub pequeñito de los vinos baratos, justo al lado de Medien Hafen, y cuya visita tenía pendiente. Bien, pues lo vinos efectivamente estaban baratos. Y la cerveza. Y todo. Un local encantador ubicado en una antigua fábrica de mostaza, que conserva todo el charme retro que tanto me gusta y que le ha hecho avanzar posiciones hasta el número 1 de mis lugares favoritos en Düs.

Y después, por fin. La piltra.

Al día siguiente, ya con otra cara, el sol tuvo a bien lucir durante unas horas, así que de nuevo en compañía me eché a la calle, evitando así vilmente la clásica rutina dominguera de lavadora-fregona-plancha-platos sucios. (Qué digo, plancha. No puedo mentir…)

Así que me tomé un capuchino de los que saben a gloria bendita en el Bistro de al lado de casa. Drei Raum es su nombre, para aquellos que aún se lo pregunten. Y después me fui a dar un paseo por Volksgarten, un parque de proporciones inmensas exactamente a dos minutos de casa. Y aun no consigo entender cómo ha estado ahí todo el verano y yo sin enterarme… Árboles que se pueden escalar, cafeterías con una terraza similar a un embarcadero frente a un lago, y columpios. Y algo llamado Kleingarten, que consiste en pequeñas parcelas que se pueden alquilar, con una diminuta construcción en su interior, y con jardines extremadamente cuidados por sus arrendatarios. Una monada. Y más que curioso.

Y luego vino el cementerio. Y no hay cosa que más me asuste que un cementerio. Miento, quizá las cucas… (Escalofrío) Pero esas no las he visto en Alemania (Punto positivo). Total, que por ir al grano, justo cuando los nubarrones atenazaron de nuevo el cielo, dejando la mañana mucho menos brillante y apacible que hasta ese momento, nos perdimos en el susodicho cementerio de Volksgarten durante una hora. Porque tal lugar no parece tener principio ni fin, amigos. Ni bordes. Ni salida. Ni nada. Y a mí casi me da un pasmo. Nota mental: No aventurarse sin Google maps en Volksgarten. Nunca. Jamás.

Así se desarrolló el primer fin de semana de tiempo otoñal en Düsseldorf. Como siempre no dejando paso al sosiego casi en ningún momento.

Esta semana se presenta llena de proyectos laborales varios. Todos empezamos a sentir la presión por aquí y por allá, y aunque puede que me arrepienta y mucho de semejante afirmación, por el momento agradezco el cambio de ritmo.  Ya no pega la apatía del verano. Lo que pide el cuerpo ahora es movimiento.

Y movimiento voy a tener en las próximas semanas. Una visita vuelve este fin de semana fugazmente sólo por el placer de probar mi pasta, y cito textualmente “con todo lo que encuentre en la nevera” (que lo sé yo), y que de paso abastecerá mi pobre estantería con 3 nuevos libros (se dice pronto) directamente llegados desde Madrid para delicia de mi lingüísticamente confusa cabecita. El domingo nido vacío. El lunes lleno de nuevo y esta vez por una semana entera. Una que dará para mucho. Mucho de comercio, mucho de bebercio y mucho de hablar por los codos. Sobre de dónde venimos y a dónde vamos. Sobre el porqué de las cosas. Sobre Elle y Vogue. Sobre que desde principios de septiembre, extra, extra,  tenemos Topshop en Shadowstraße.

Porque lo bueno de las visitas es que te recuerdan quién eres.

¿Y más adelante?

En primicia os desvelo que tras la marcha de esta segunda visita, soy yo quien se marcha. Al sureste. No tanto como imagináis. Múnich será mi destino. La ocasión, la Oktoberfest. Porque no has vivido en Alemania si no la has probado. Porque hasta en la empresa nos están obsequiando con dos semanas completas de inspiración bávara en la cantina. Y porque es lo que toca.

Siguiente fin de semana  con una visita más, y después… España.

Bien, ya tenemos el índice.

¿Pasamos las páginas?

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