lunes, 30 de septiembre de 2013

El enredo de la bolsa y la vida.

Antaño, los bandidos atacaban al inocente viandante al grito de "¡La bolsa o la vida!"
 
Y a veces parece que es la misma vida la que se encara contigo, te pone entre la espada y la pared, y se convierte en villana por derecho. O quizá exagero.
 
El título del libro que estoy leyendo me viene que ni pintado para el post del día de hoy. Porque hoy es uno de esos días en los que me hago preguntas existenciales. Preguntas como “ ¿No tenéis la sensación de no poder estar nunca realmente tranquilos porque siempre, siempre, siempre viene la vida a sacaros de vuestra zona de confort... otra vez?”
 
Si no es el dinero, es la vida. Si no es la vida, es el dinero. Aquello de la cal y la arena.
 
Recuerdo haber oído que el amanecer más bello siempre aparece tras la noche más oscura. También me sirve lo de que cuando tocas fondo no puedes ir más que hacia arriba. Al fin y al cabo, las más profundas reflexiones existenciales, así como las mejores y más ocurrentes ideas, vienen siempre en los momentos de mayor oscuridad. O en exámenes. Eso también.
Pero toda esta verborrea incongruente no es la cuestión, ¿Verdad?
La cuestión es que tras 3 meses de aislamiento social, de trifulcas con el infame casero conocido ya por méritos propios, de depresivas noches de CNN y Amanpour, (con todos mis respetos a la dama del periodismo internacional) de conversaciones por Viber a base de consumo de datos e interrumpidas cada medio minuto con un “¿Oyeeee? ¿Me oyeeeees? Nada, esto no se oye”, de películas en alemán que al cabo de 20 minutos se convierten en mi anestésico personal, y de ir a la cama a las 23h porque qué puñetas puedes hacer si no… Después de todo, internet es mío. Nuestro en realidad, porque hemos contratado (una vez superados todos y cada uno de los obstáculos de intendencia, que creedme, han sido muchos) el más super-mega- pack- hiper- potente con una capacidad astronómica que nos permite estar conectados a 3 apartamentos distintos. Y así es como, cuenta la leyenda, se hizo la luz.
Esta semana me ha dejado destrozada, física e intelectualmente. A raíz de mi esperadísima visita, durante 7 días no he parado ni un segundo. Apenas he visto mi casa, y he hecho casi cada día malabarismos con las horas de oficina, el turismo de tarde y el sueño atrasado. Pero ha merecido la pena. Mi huésped ha tenido la gran aventura que necesitaba. Yo he tenido a mi lado a la amiga que necesitaba. Y Düsseldorf ha tenido dando vueltas, para arriba y para abajo a las 2 españolas, como la noche y el día, que claramente necesitaba.
Hemos bebido Altbier, en Alstadt y en Ratinger. Hemos paseado por Königsalle con los dientes largos. Hemos ido a Cubanitos una noche más, huído de una tía loca que hacía la croqueta en un bar vacío y catado una nueva discoteca de moda en Medienhafen llamada Rudas. Hemos sido las más gorditas en el brunch de Les Halles. Y nos hemos gastado 9,50 euros en una copa de vino en lo más alto de la RheinTurm. Hemos preparado (digamos “hemos”) tortilla y pisto, bebido tequila y desayunado risotto. Hemos ido al restaurante más antiguo de Düs y zampado codillo y puré de patatas como si no hubiera un mañana. (A codillo por mes que voy) Hemos reído a carcajada limpia con las perlitas soltadas el día después. Hemos hablado y hablado y hablado.
Hemos recordado, creo, una época pasada, en un edificio que se caía a trozos, pero que nos dejó marcadas. Una época de errores garrafales, de verdades como puños y de duro aprendizaje. Una época más loca también. Aquella época en la que éramos tan jóvenes. Y tan inexpertas. La época en la que se fraguan las amistades más largas, dicen. Sean como sean. Con altibajos y con peleas. Pero auténticas. De esas que sabes que te llevarás contigo a la tumba.
Hemos visitado el Palacio de Benrath y nos hemos dejado llevar por la naturaleza de sus jardines y del bosque alrededor. Y nos hemos imaginado vestidas de largo, en un baile eterno y haciéndonos miles de fotos como las princesas que somos. Nos hemos acercado a Colonia tras una larga noche de fiesta, para descubrir que:
1. Düs mola más que Colonia.
2. La Kölsch y la Altbier no tienen NADA que ver. No hay competición.
3. La catedral de Colonia es una maravilla, desde abajo. Subir a la azotea te hace desear la muerte y por desgracia no está muy cuidada. Hoy sigo con agujetas. Dice una amiga que así es como han de verse las catedrales. De resaca y a patas. Y no sé si será así. Pero este viene siendo mi estilo desde hace unos cuantos viajes. Aviso. Lo peor no es subir. Sino bajar.
Me gustan las semanas como estas. Llenas de planes y de aventuras varias. Pero hoy el descanso impone su presencia sin dar lugar a discusión. Hoy necesito soledad y, quién iba a decirlo, un poco de aislamiento. Hoy es un día de reflexiones profundas.
Reflexiones sobre la vida. Sobre las vueltas que da. Sobre dónde estaba entonces y dónde estoy ahora. Sobre no caer 2 veces en la misma piedra. Sobre planes que vienen y van. Sobre otros que cambian. Sobre adaptarse a las circunstancias. Sobre sobrevivir.
Y reflexiones sobre mi misma. Porque, siempre lo digo, de eso va también el asunto de irse fuera. Descubrir quién eres realmente. Qué es lo que quieres. De qué eres capaz. Y a lo que no estás dispuesto.
Dicen que lo que no te mata, te hace más fuerte.
La fortaleza dependerá de ti.
La bolsa y la vida harán el resto.
 

 

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