lunes, 10 de marzo de 2014

A través del espejo

We're all mad here. I'm mad. You're mad.”
“How do you know I'm mad?” said Alice.
“You must be”, said the Cat, “Or you wouldn't have come here.”


Siempre me he sentido atraída e inquieta a partes iguales por la historia de Alicia en el País de las Maravillas.

Un universo paralelo, oculto, abrumador. Un derroche de magia, un manicomio patas arriba y un escenario donde todo vale, donde uno puede ser quien quiera.


A lo largo de la vida, a veces nos parece vivir en el disparatado País de las Maravillas. A veces de forma involuntaria, otras dejándonos arrastrar con premeditación y alevosía. Y otras veces, más bien nos recordamos a nosotros mismos tiempo atrás, deformados, siendo personas extrañas, desconocidas, como si nos viéramos a través de un misterioso espejo.
Divertido, excitante, turbador, bochornoso. Tu País de las Maravillas puede tornar en lo más inverosímil, y disfrutarlo o temerlo sólo depende de ti.
O de tu yo a través del espejo.
Una época que ilustra como ninguna esta experiencia extracorporal, es el Carnaval.
En Düsseldorf, donde nada se deja al azar, hace tiempo que se dieron cuenta que el invierno es un hueso duro de roer, largo, tedioso y oscuro. Y haciendo gala del sentimiento de bon vivant que impregna toda esta ciudad, y con el fin de hacer más llevaderos los meses de frío helador, sus habitantes decidieron que la navidad sería mágica.
Y el carnaval, demencial.
Durante 5 días, los últimos del mes de febrero, cada año las calles se llenan de animales exóticos o imposibles. De criaturas mitológicas o terroríficas. De payasos, y piratas y princesas y caballeros medievales olvidados en las arenas del tiempo. De superhéroes y villanos. De espadachines y arqueros, y de dulces o no tan dulces doncellas.
Se llenan también de algarabía y alboroto, y de festejos hasta el amanecer. La ciudad es invadida por una legión de visitantes, incapaces de dejar de sonreir, o de cantar, y absolutamente dispuestos a resistir como mínimo hasta la cabalgata del Rosen Montag, cuando no hasta el martes...O miércoles.
La música tradicional de estas fechas suena alegremente, mezclada con versiones imposibles de canciones extranjeras- incluido un Viva España aqui y allá- y aderezada por litros y litros de cerveza y de sonoras carcajadas guturales que sólo los alemanes son capaces de arrancar.
Y tras días de semejante absurdidad, de sentirse en un universo paralelo, de volver a los veintipocos (incluso aunque cuentes treintayalgo), de perderte de tu grupo de amigos mil veces en los lugares más insólitos, de ser perseguido por individuos aún más extraños, y de ganar, hipotéticamente hablando, el segundo premio de disfraces de tu empresa, caperucita roja, alaridos de ánimo de compañeros, chiste en alemán y cesta de regalos mediante, después de todo ello, de repente, llega marzo.
Y marzo, que siempre ha sido puñetero hasta decir basta, este año decide portarse y traernos como un tifón y sin venir a cuento, una primavera anticipada.
Y empiezas a plantearte qué hacer con la cantidad indecente de abrigos que ha hecho que se te caiga el perchero de la pared. Pasas de las medias tupidas a las bailarinas sin calcetín (benditas sean). Abres las ventanas de par en par y empiezas a percatarte que alguien, además de individuos sospechosos, pasea por el parque.
Y te apetece volver a salir a la calle. Descubrir lugares nuevos. Ganar por goleada la competi de hamburguesas en What´s Beef, un auténtico oasis americano- clásica limonada incluida (muy Pinterest)- en plena Immermanstraße, el little Japan de Düsseldorf. Soñar con ir de una vez por todas a K21 y disfrutar de la obra  de Tomás Sarraceno, y de un cóctel en el idílico y aún sin conquistar Pardo Bar. Y de encontrar sitio en la coquetísima terraza de tu querido Bistro, ya preparada para los dias de asueto, con sillones vintage y mesas de madera decapada.
Y sales al jardín. Te sientas en las escaleras frente al camino de baldosas rojas. Gato se sienta a tu lado buscando una caricia que vaya bien con el rayo de sol que le da directamente en el costado. Sonríe como sólo los gatos saben hacer. Apetecen caña y patatas fritas. Inaugurar temporada. Y notas que tu organismo requiere urgentemente música española. Del sur.
Y cierras los ojos y te ves a ti misma una semana antes, cual cebolla por calles oscuras y frias. Y no puedes más que extrañarte ante el reflejo que el espejo del tiempo te devuelve en esta ocasión.
Porque si marzo ha llegado, significa que el programa llega a su ecuador. Y una vez pasemos la frontera, nos guste más o menos, y queramos o no enfrentarnos a ello, la realidad es que comienza la cuenta atrás. Con lentitud al principio sin duda. Y más tarde de forma precipitada, cuesta abajo y sin frenos.
Con la primavera llega el abandono de otro de los miembros, siempre internacionales, de nuestra pequeña camada. Otro que vuelve a casa.
La expectación por la Semana Santa. Las primeras ansias de verano. La operación bikini.
Y cuando menos lo esperemos, voilà. C´est tout.
De nuevo el curioso, curiosísimo efecto espejo. 
El reflejo devuelto a nosotros, de alguien que parece diferente. Extraño. Que hacía muy poco, acababa de llegar.
No contábamos con internet. Teníamos el miedo en las venas, pero mil ansias por descubrir la entonces desconocida Düsseldorf.  Despiertos, electrizados, embotados, confusos, atolondrados. Aún no podíamos creer que tuviéramos esta oportunidad. Apenas balbuceábamos 3 palabras en alemán. Y todo parecía un mundo.
Y de repente,decía, miraremos atrás.
Lo que somos hoy no será más que un recuerdo. 
Y nos observaremos de nuevo... A través del caprichoso espejo del tiempo.









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