martes, 2 de diciembre de 2014

La eterna mudanza

Abandonar escenarios.

Es una constante en mi vida. No es que huya. Al menos, no conscientemente. Puede que si en realidad, no sé, muy en el fondo. Una huida hacia delante. Sobrevivo. Siempre. Eso me han enseñado a hacer. Y para hacerlo cada uno tiene su técnica. La mía, decía, es abandonar escenarios.

Asi es como he ido tomando las grandes decisiones de mi vida.

Terminar esto, ir a por lo siguiente, marcharse. Desvanecerse. Dejarlo atrás todo. Mutar y adaptarse a un nuevo entorno. Como un zorro que viaja en busca de su lugar entre los bosques.

Sería absurdo mantener que no me tiembla el pulso al hacerlo. Que no miro hacia atrás. Que no me pregunto mil y una veces, incluso mucho tiempo después, lo que podría haber sido si… Y si... O si... Y si hubiera permanecido quieta. Y si me hubiera quedado.

Una eterna mudanza. Un constante cambio de atrezzo. Una función que no termina. Y tantas pérdidas en el camino. Quizá de eso trate toda esta loca introspección. De la pérdida.

Porque al principio, cuando se es muy joven, al desaparecer, al abandonar la escena, no es que no pese, pues lo hace, pero es más bien un peso pluma. Quizá la consciencia no está del todo despierta porque queda muy lejana aún la idea de un posible final. Cuanto más avanzamos en la vida, quizá esa consciencia se despierte más y más. Y llega un punto en el que inevitablemente, debemos abrir del todo los ojos y elegir un camino. Es entonces cuando entran a escena los pesos pesados. Todos esos recuerdos acumulados. El bagaje. Los seres amados. La experiencia.

Y evalúas de la mejor manera posible lo que en términos económicos se denomina coste de oportunidad, o lo que es lo mismo, el valor de la mejor opción no realizada. Eliges. Te la juegas.

Y otra de las grandes constantes en mi vida, de la que he sido consciente hace no mucho es que cuando me marcho, nunca vuelvo. Tardo. Me lo pienso. Dudo. Vacilo. Tiemblo. Pero al cerrar la puerta tras de mi, se acabó. Sayonara baby.

Hasta ahora.

Dentro de menos de un mes daré por finiquitado este blog. Dentro de un mes ya no viviré en Düsseldorf. Regreso a España. Porque quiero. Y porque puedo.


Por primera vez en mi vida, deseo volver a un escenario que abandoné. Tan cerca como pueda del punto del que partí. ¿Y las razones? Igual que al venir. Innumerables. Difíciles de explicar. Fáciles de intuir. Imposible aprehenderlas y mucho menos exponerlas en unas cuantas lineas. Pero más cerca del corazón de lo que habría predicho hace muy pocos años. Más arriesgadas de lo que estoy acostumbrada. Y quizá producto de una apuesta que aún no estoy lista para declarar a viva voz. Pero que está ahí. Presente en cada paso. Más clara cada día. Y tan interiorizada que… En fin. Da un poco de miedo.

Total, que todo esto me ha hecho darle una vuelta a varios asuntos, que habiendo sido muy importantes en los principios, con el tiempo han ido dejando paso al olvido perezoso.


Y es que hace poco me dio por prestarle atención a mi tablón de novedades de Facebook y me sorprendió seguir viendo tantos enlaces y publicaciones relativos a jóvenes españoles en el extranjero. Muchos echando de menos el país. Unos cuantos horrorizados con los escándalos políticos habituales. Otros poniendo esperanzas en las nuevas alternativas (perdonad pero luces rojas de alerta/peligro por todos lados). Y bastantes más de los que esperaba hablando de la imposibilidad de regresar.

Y eso me ha hecho reflexionar sobre mi situación. Y la suya. La de los míos, como siempre. Pensar en si esa será la situación real. Si generalmente resulta del todo imposible volver. O si lo que resulta imposible es volver con las condiciones mantenidas en otros países. O si "imposible", como muchas veces ocurre, se confunde con "menos cómodo".

Me he preguntado si los que se quejan de no poder volver, lo han intentado. No quiero pecar de sabelotodo y menos de superficial, pero recuerdo cuando el problema era que la generalidad consideraba "imposible" marcharse. Con contrato cerrado. Con condiciones interesantes. Sin tener que hacer previamente  una inversión descomunal simplemente esperando tener la oportunidad de encontrar trabajo. Oh. Y con determinadas carreras ni hablamos.

Me pregunto, en definitiva, si España no seguirá siendo el país de "No podemos". El país en el que nadie cree en nadie. Ni en nada. Y mucho menos en uno mismo. El país en el que si confias en tus cualidades y tu valia, te pasas de listo, o de arrogante. El país en el que equivocarte es pecado, razón por la que los complejos abundan, y por lo tanto la frustración, lo que da paso irremediablemente a la envidia. El país en el que la mediocridad es lo mejor a lo que puedes aspirar, porque destacar es simplemente un "canteo". Un país en el que bajar la cabeza y apuñalar por la espalda es el pan de cada dia.

O si por el contrario, quizá desvario, y me dejo llevar ante el miedo al próximo retorno, y realmente aquellos que hablan de "imposible" lo dicen de corazón.

En ambos casos lo privilegiado de la posición de poder regresar en mis condiciones, es innegable. Y por eso, por una vez, en lugar de de poner en solfa absolutamente todo cuanto me rodea, últimamente me da por pasearme por lugares callados y solitarios. Y por permanecer unos momentos en silencio, intentando aprehender las circunstancias actuales, tan diferentes a las que estaban sobre la mesa hace sólo un año y medio. Intentando verme desde fuera, quizá con la mirada de la que solía ser hace ya tanto tiempo, cuando sólo tenía un diploma de baccalauréat, unas cuantas opciones de carrera por delante, y eso si, mucho, muchísimo tiempo para llenar la hoja en blanco del futuro.  Intentando no perderme por este extraño camino por el que la vida me va llevando, lanzándome tan lejos de donde partí, y devolviéndome, de repente, de vuelta a orillas del Mediterráneo. Y sobre todo, dando gracias. Gracias.

Dentro de un mes me mudaré a Barcelona, ciudad desde donde escribo estas líneas, tan cerca ya del final.  Diré adiós a mi aventura en tierras germanas, para volar hacia latitudes más cálidas, más cercanas. Y aunque se tratará sin duda de una nueva aventura, por alguna razón es como si ya estuviera en casa. Como si cada una de las dificultades vividas, cada uno de los obstáculos superados, y cada lágrima, me hubieran traído hasta aquí.

Y de nuevo, lo que ocurrió por sorpresa hace un año y medio, se repite inesperadamente. La certeza de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado.

Y no puedo evitar preguntarme si no podría convertirse en una costumbre. Si la oscuridad ya hace mucho que pasó. Si finalmente el destino ha decidido jugar en mi favor. Indefinidamente.

Pero se me olvida que semejante concepto es una cortina de humo. Que todo termina. Lo malo. Y lo bueno.

Así que cogeré fuerzas para lo nuevo. Recogeré los frutos de esta última etapa. Recolectaré cada pequeño detalle que me sirva como posible agarradera para lo que viene. Y sea lo que sea, lo que he vivido permanecerá a mi lado en el camino. Un clavo ardiendo siempre es una buena opción.

Me arremangaré una vez más y tomaré posiciones. Muy suavemente. Respiraré hondo. Porque toca volver a empezar. Volver a adaptarse.

Porque se habla mucho de la dificultad de marcharse. Pero poco sobre aquello de volver.

Porque ya no soy la misma. Y los que dejé atrás tampoco.

Porque al zorro le toca abandonar su madriguera…Otra vez.

Por que espero de todo corazón que nos volvamos a encontrar en el camino, por mucho que haya pasado.

Y por no olvidar.

Lectores, hasta el último post




No hay comentarios:

Publicar un comentario