miércoles, 24 de septiembre de 2014

3 meses de Otoño

"Besos que vienen riendo, luego llorando se van, y en ellos se va la vida, que nunca más volverá".- Miguel de Unamuno


Pensabas que sería para siempre, que tu amor por él sería suficiente, que lucharías por que no se fuera y que nada podría contra eso. Y aún así, sin más, sin decir adiós, sin una explicación, ni una disculpa, ni una indemnización por la depresión que provocará su marcha, el egocéntrico y narcisista Verano se marcha de nuestro lado. Se acabó. Cruel, indiferente, de repente frío y carente de compasión. Nos deja con una sensación de nostálgica inquietud mientras se aleja de nosotros sin volver la espalda, sin ni siquiera dignarse a mirarnos por última vez, como si no recordara los buenos momentos. Como si nada de lo vivido apenas un mes antes significara ya nada.

Y requerimos de un periodo de duelo para curarnos, adaptarnos, y volver a andar.

Y entonces, aparece el Príncipe del Otoño.



Siempre me ha gustado el Otoño.





La época de los artistas, tenía apuntado en cierta agenda de los años 90. La época melancólica por excelencia, cuando estar triste no sólo es una opción sino a veces un requerimiento para ir a tono con la temporada.

La melancolía forma parte de mi carácter, asi que no es de extrañar de esta sea mi estación. Mi cumpleaños se diría a la vuelta de la esquina y el viento cambia de dirección. Se acercan cambios trascendentales, un salto al vacío, y de nuevo, el vértigo.





Caen las hojas de los árboles llevándose con ellas los últimos resquicios del maldito y maravilloso Verano. Los recuerdos de una playa. Los besos lejanos. Si miras atrás, se diría que fuera otra vida, una en la que la piel lucía bronceada, el cabello brillante bajo el sol, la sonrisa radiante y la promesa de un amor eterno en el corazón. Y luego se acabó.



Ni sol. Ni luz. Ni promesas. Nada. Quizá sólo una calle vacía cuyo asfalto resbala por la reciente lluvia. El aroma a tierra mojada. El crepitar de las primeras chimeneas. El ansia por un sofá, una manta, y alguien a quien abrazar. Un ronroneo en el regazo.



Es como para cortarse las venas eh.



Sin embargo no olvidemos que el Otoño es siempre el principio de un nuevo curso, y sospecho secretamente que la razón que llevó a algún iluminado a colocar dicho inicio justo ahí fue el miedo a la depresión generalizada post verano. Demos a la juventud una razón para seguir viviendo. O al menos algo que hacer entretanto.



Asi que cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. Algo termina, algo empieza.  Los principios, lo sabemos, son siempre duros, pero también son desafios, retos. Son duelos de espadas con adversarios invisibles que, he aprendido, muy a menudo, están más en nuestra cabeza que en el mundo real. Son momentos decisivos, en los que nuestra verdadera naturaleza sale al exterior. Un cruce de caminos. Entonces nos lucimos, o nos hundimos con todo el equipo.

¿Seremos héroes? ¿O mendigos?

En mi caso, como decía se avecinan cambios. Lo siento en las tripas, y esas siempre tienen razón. Es muy probable que a este blog le queden como máximo 3 meses. Los que dura el Otoño. Y la persona que escribirá las últimas líneas será muy distinta de quién esbozó las primeras, aquella noche de verano malagueño, tanto tiempo atrás.

Vine a Düsseldorf por muchas razones. Algunas profesionales, otras personales. Y vine con objetivos, con retos, con prioridades muy claras y con preguntas que necesitaban respuesta.

Creo que lo que me llevaré será una cantidad interesante de objetivos cumplidos, algunas respuestas importantes, una reordenación brutal (en sentido literal) de mis prioridades, innumerables lecciones aprendidas, más de una decepción, un grupo de amigos mejores de lo que imaginé, y un poco de tristeza.

Volviendo la vista atrás, cosa que os recomiendo hacer de vez en cuando para no acabar siendo unos ególatras estúpidos con una visión distorsionada de la realidad, habría cambiado cosas, habría intentado cometer menos errores.

Habría usado más la cabeza y menos el corazón. Quizá habría invertido un poco más en mi, y puede que hubiera evitado pasarme la vida en un avión por no perderme nada. Por no perder a nadie. Quizá si volviera  a empezar, confiaría más en mi, en mi capacidad de sacarme las castañitas del fuego. Quizá si volviera a empezar, lo haría con el convencimiento de que no necesito que ningún caballero me rescate. Y eso quizá me evitaría más de una lágrima, más de un sofocón, y más de una llamada de socorro, cuando, y esto va para vosotras amigas, por si no os habéis dado cuenta, los príncipes azules escasean estos dias. Quizá si volviera atrás estaría más centrada desde el principio, tendría la imagen final (en serio nunca sabré traducir correctamente la expresión "the final picture") más presente en la mente, y los ojos más abiertos. Quizá sería más honesta, con los demás y conmigo. Quizá me abriría más con quienes estaban cerca. Quizá creería más en mis sueños. Quizá tomaría decisiones más acertadas. Quizá escribiría más.

Pero si no hubiera vivido aquel proceso, aquel verano, otoño, invierno, primavera y de nuevo verano, quizá no sería capaz de mirar atrás como lo hago hoy. Quizá no habría conseguido completar el programa hasta el final. Quizá entonces no me conocería un poco mejor a mi misma. Quizá sabría un poco menos lo que no quiero, y tendría un poco menos clara la dirección que deseo tomar.Y quizá estaría un poco más ciega.

El otoño ha llegado, y con él la cuenta atrás final. No estoy en la posición que habría esperado. Ni mis circunstancias son las que habría imaginado. Sólo veo la puerta que está a punto de cerrarse a mi espalda. La puerta del verano, la de una vida que queda muy lejos, la de otra yo quizá más feliz, pero también más ilusa.

Pero algún día, muy pronto, cuando las hojas cayendo dejen de arrancarme lágrimas, cuando el techo de mi apartamento deje de caer sobre mi cada noche, y cuando vuelva a ser capaz de arreglarme el pelo, seré capaz de alcanzar la ventana que tengo justo delante. La del siguiente paso.

Mientras tanto  dejaré que el Otoño me arrulle y me envuelva con su manto dorado.

Porque además, yo siempre he sido muy de dorados.


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