La semana
pasada, en la empresa, decidieron darnos un training
acerca de los efectos que el choque cultural produce en cualquier expatriado. Ya
había oído hablar de las distintas fases por las que atraviesa todo aquel que
abandona la seguridad del país de origen, pero puesto que mi experiencia
internacional hasta la fecha se ha reducido a estancias más o menos cortas, nunca
había experimentado en mis propias carnes las delicias del exilio.
Como en la
mayoría de las relaciones, todo empieza con la dulce luna de miel. Miento.
Existe un pequeño momento pre-depresivo, que empieza en el aeropuerto a lágrima
viva, se prolonga durante las primeras horas de angustia e instalación
(especialmente si llegas a tu destino en una noche oscura, lluviosa y tras un
timo de escándalo por parte del taxista), y finaliza con el primer contacto
amigable y/o ruptura de hielo (que en mi caso vino de la mano de una explosión salvaje
de mi adorada y oxidada cafetera). Y una vez pasado ese primer extraño momento,
llega otro más extraño todavía: Como he dicho, la luna de miel del expatriado.
Se trata, efectivamente, de un periodo en apariencia luminoso (y por lo tanto,
cegador), en el que uno está convencido de que ha tomado la mejor decisión de
su vida. Estás tan ocupado/a construyendo las bases de tu nueva existencia, tan
ensimismado/a con cada novedad que vives y sientes, tan absorto/a en tus
propios asuntos, entre los que no hemos de olvidar mencionar la supervivencia a
un nuevo entorno, que de repente te sientes en una burbuja, flotando por encima
de todo cuanto has dejado atrás. De tu antiguo mundo. De tu antiguo yo. Todo es
emocionante y embriagador. Fascinante y novedoso. Y ojo. Un espejismo.
Porque es
una verdad ampliamente conocida que ese dulce instante pasará, tarde o
temprano. La ceguera dará paso a la revelación. La emoción a la rutina. Y de
repente, el expatriado volverá a tener tiempo para sentarse. Y pensar.
Y eso,
queridos míos, se conoce como la caída en picado hacia los infiernos del choque
cultural.
Bien, por
no extenderme más de la cuenta, simplemente diré que está más que estudiado que
a lo largo de todo el periodo de expatriación, los sube y baja serán constantes, y lo que es peor, inevitables. Que el expatriado en cuestión oscilará una y mil veces entre el
paraíso del nuevo mundo, y el vértigo ante lo desconocido. Que se debatirá entre
el pasado que añora y el futuro esperado. Tener confianza en que lo verdadero, sea
nuevo o antiguo, perdurará y en que lo visceral será pasajero, cubrirse de cuanta
entereza sea posible, y superar ese va y viene, manteniendo la mente abierta
pero sin olvidar quién se es, y sobre todo siendo muy consciente de que lo que le está
ocurriendo es NORMAL, quizá sea lo que finalmente determine el destino de esa persona.
Si lo logra o abandona. Y si vuelve, o no.
Como
solemos decir en esta pequeña familia que hemos creado los que nos hemos
embarcado en esta aventura… Esto ha sido un “deep moment” en toda regla.
Pero terminemos
con temas más amenos, ¿No os parece? Rememorando brevemente el fin de semana,
os cuento que conseguí ir a Medienhafen, y
que volveré. Una y otra vez. Al atardecer. Con 9 pavos en el bolsillo para
poder tomarme aunque sea por una vez un Prosecco Aperol. Sin duda. Merece la
pena sentarse en una de las terrazas-lounge y disfrutar de los últimos rayos de
sol mientras Astrud Gilberto entona la relajante Garota de Ipanema, haciendo volar la imaginación hacia tierras más
cálidas. Aunque no encontré el famoso perrito caliente, compartí unas tapas a
la alemana, que salvando las distancias con las muy añoradas de la madre
patria, me permitieron sumergirme en la variedad de la gastronomía germana una
vez más.
Además, por
fin he conseguido hacerme con el control de las nuevas tecnologías, después de
dos semanas de incomunicación, y tengo en mis manos por el módico precio de de
1 (repito, UN) euro, el flamante Iphone 5. (Disculpad, ¿Quién dijo que Alemania
estaba muy cara?)
Volveré en
breve con nuevas reflexiones (ZZZZZZZZ……) pero por el momento, me
despido de nuevo… Desde un lugar muy muy lejano…
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